- La piña a Alfredo Astiz |
Las denuncias llegaron al Concejo Municipal. Eran públicas y exigían que se declarase persona no grata a Alfredo Astiz. Según había corrido la noticia, el represor planeaba disfrutar de la impunidad que le daba la democracia para pasearse con total libertad por el país. En este caso, por la ciudad de Bariloche. Las quejas del pueblo se hicieron escuchar, pero la declaración no logró unanimidad. Dos funcionarios del PPR y dos del PJ se habían negado a poner su firma y eso era suficiente. Así, Astiz llegaba al hotel Islas Malvinas para dar inicio a sus vacaciones. Ese día, mientras acomodaba sus cosas, se percató de un pequeño detalle, un recibimiento que le había preparado el pueblo: al mirar por la ventana para disfrutar de la vista, se encontró frente a él con una pancarta que decía «Astiz asesino, fuera de Bariloche».
Acostumbrado a gozar de los beneficios que la democracia le había otorgado, Astiz desayunó tranquilo la mañana del 1º de septiembre de 1995 antes de ir a esquiar. En ese mismo momento, a cuadras de allí, una de las personas que le había colocado el cartel, Alfredo Chaves, dejaba a su hija en la escuela. Cuando el represor salió, Chaves pasaba por la cuadra y lo observó. Se encontraba en la puerta del hotel, parado junto a una mujer, mirando la ciudad. El coche siguió unos metros más mientras la imagen del impune genocida se mezclaba en su cabeza con el recuerdo de sus dos hijas preguntándole qué haría si alguna vez se cruzaba con quienes lo habían torturado. En ese momento, detuvo su auto.
Alfredo Chaves había sido secuestrado la noche del 9 de mayo de 1978, a sus 19 años. Un grupo de tareas ingresó en la casa de su familia al poco tiempo de que hubiera terminado el servicio militar y lo llevó al centro clandestino El Vesubio. Habían pasado unos meses desde que Astiz hubiera cumplido su tarea tras infiltrarse en un grupo de madres que se reunían para saber qué había sido de sus familiares desaparecidos. Así, tras torturas diarias, Chaves fue trasladado a diferentes unidades, para, finalmente, quedar en libertad luego de ocho meses de encierro.
Aquel día de septiembre, el coche dio la vuelta y volvió a pasar frente al represor. Luego de pensarlo unos segundos, dejó el vehículo en marcha y bajó. “¿Vos sos Astiz?”, le preguntó. El represor lo miró y dijo: “Sí, ¿vos quién sos?”. Tras insultarlo y decirle que todavía tenía «cara para andar por la calle», Astiz lo miró de costado y con desprecio. Acto seguido, una fuerte piña daba en la cara del genocida, que caería de espaldas. Mientras intentaba en vano agarrar a Chaves, otro golpe le dio de lleno en la cabeza. Vendría luego una serie de patadas y trompadas a la vista de la gente hasta que, finalmente, un amigo de Chaves que pasaba por allí lo separó. En el piso quedaba Astiz, lleno de sangre y escuchando una voz que se alejaba recordándole su tarea en Malvinas y que, al fin y al cabo, solo sabía «matar adolescentes por la espalda».
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