
- Los últimos años de René Salamanca
Una bomba hace volar un coche por los aires. La puerta del sindicato se va llenando de gente que sale a corroborar lo que todos imaginan. Desde la distancia, Perón había puesto en marcha un golpe de Estado al Gobierno de la provincia de Córdoba para sacar a Obregón Cano y a Atilio López del poder. El argumento del presidente de que no era casualidad el avance de la izquierda «en determinadas jurisdicciones» haría caer fichas en distintos puntos del país. Esas jurisdicciones a las que hacía referencia estaban a cargo de la izquierda peronista, por eso, para febrero de 1974, tras decir que Córdoba era «un foco de infección», se daba comienzo al Navarrazo. Uno de los apuntados vería explotar su auto en un claro mensaje para el porvenir. De todos modos, René Salamanca hacía tiempo sabía a lo que se enfrentaba.
Pese a la situación que se vivía, la provincia seguía contando con personalidades como Tosco, López y, por sobre todas las cosas, con gran apoyo popular. Ese año, Salamanca volvería a ganar en las elecciones del SMATA, aun por más votos que la vez anterior. La ciudad del Cordobazo y del Viborazo se mantenía en lucha contra el avance de la derecha y de los grupos parapoliciales. Para ese entonces, Salamanca comprendía hacia dónde estaba yendo el país y creyó más necesario que nunca unir todas las fuerzas detrás de un frente antigolpista. Al poco tiempo, las calles se llenaban de represión y las bandas fascistas empezaban a moverse con total apoyo gubernamental. Córdoba se convertía así en una prueba de ensayo para el terrorismo de Estado.
Meses después llegó la noticia de la muerte de Perón. Con la provincia ya intervenida, se dictó la orden de captura de Salamanca y de toda la comisión directiva de su lista. La ofensiva contra el movimiento obrero ya estaba desatada y decidirá pasar a la clandestinidad sabiendo que sería la única y última posibilidad. En un comunicado, dirá: «En el país se ha ido creando una situación golpista, como en 1955. Eso obliga a definirse con claridad a todo el mundo. Y yo ya estoy definido: yo estoy contra todo golpe de Estado, venga de donde venga».
Aquel breve sueño de la democracia se llevaba todo por delante y cada vez era más evidente que las Fuerzas Armadas se acercaban al poder. Salamanca se mantendría vivo gracias a la colaboración de su gente y, si salía de su casa para visitar a compañeros o familiares, lo haría disfrazado y vestido de traje. Le preocupaba la dictadura que veía venir, lo que sería del pueblo y el avance de «oligarcas, monopolios, grandes burgueses, milicos gorilas y jerarcas sindicales amigos». La noche del 24 de marzo, los militares fueron directamente hacia él. Lo secuestraron en su casa y desaparecieron su cuerpo. Su legado y su lucha quedaba en manos del pueblo.