Por Facundo Sinatra Soukoyan – Luciano Colla | sobre el Carnaval |
Serán cuatro días de permisos múltiples, de tiempo sin tiempo. Cuatro días de transmutación. Cuatro días en los que el pueblo subterráneo tome las calles, sus calles. De que brote y se disfrace, se trasvista, baile y cante. Cuatro largos días de emborracharse de la esencia propia y ajena sin represiones, sin complejos ni tapujos. De expresiones múltiples y diversas, de gran intensidad, de lo primitivo, de lo territorial, de cada pueblo y cada cultura. Hay quien dice que todo comenzó hace más de 5000 años y otras versiones hablan del Imperio Romano. O tal fue en Grecia, entre veneraciones a Dionisio. Un sinfín de banquetes, máscaras y goce para barrer imposiciones y jerarquías.
Como todo motivo de festejo o celebración con trasfondo cultural, el carnaval no escapó de los intentos de apropiación institucionales. Sin embargo, con sus variantes, siguió ramificándose, abriéndose caminos a lo largo y ancho del mundo. ‘Carnem-levare’ o ‘carne-vale’ -abandonar la carne-, podrían interpretarse como una de las acepciones de las tantas que se conocen entendiendo que sería el último exceso permitido antes de la cuaresma de purificación que lleva a la Pascua. Pero la raíz de esta explicación surge, una vez más, del intento institucional de apoderarse de la cultura popular. Pese a los esfuerzos eclesiásticos por reescribir la historia, el carnaval es mucho más antiguo y pagano que el mismo catolicismo.
Y, como todo lo que genere aunque sea unos raptos de libertad, quedará bajo las botas y la mira de quienes no soportan las expresiones culturales y sueñan quebrar siglos de historia de un plumazo a fuerza de imposiciones y castigos. Durante los tiempos de la última dictadura argentina, el carnaval fue prohibido. El potencial de su festejo popular les resultaba demasiado peligroso. Las murgas, comparsas y toda expresión carnavalesca tenían fuertes lazos barriales y, en épocas de genocidio planificado, los cuerpos debían ser fuertemente normados y reglados.
Pero, de aquellas cenizas todavía ardientes, el carnaval continuó reinventándose, tratando de escapar a la folklorización que unos y otros Gobiernos de turno quisieron darle. Cuanto más desfachatado y popular, más cerca se encuentra de aquello que surgió de esos primeros pueblos que buscaron, al menos por cuatro días, escapar del destino marcado. Cuantas más reglamentaciones, menos esencia y sentido de sus raíces. Será por esto que las “clases bienpensantes» siguen sin entender el festejo. Buscando coartarlo y limitarlo. Esa eterna metodología de aplacar lo que no entienden, lo que no logran enmarcar, de romper lo que brota de las huellas que dejan los pies descalzos en las calles. Será por eso, también, que dicen por ahí que la palabra “pueblo” se escribió por primera vez un febrero.