UNA HISTORIA DE AMOR Y ANARQUÍA (O LA NECESIDAD DE MATAR AL TIRANO)

Por Luciano Colla | A 50 años del estreno de la película Amor y anarquía |

No han sido tantos los cineastas que se han sumergido de lleno entre las sombras del pasado más oscuro de sus países para reflejarlo desde el lado más brutal y transparente. Sin filtros, ni vanidades. Al menos -podríamos decir-, no suele ser la principal característica a la hora de narrar hechos históricos desde la lente de una cámara. El cine italiano, por su parte, supo encarnar en repetidas oportunidades esta cualidad, regalándonos pinceladas de sus días más negros, posibilitándonos una observación desde sus calles y no a través de maquillajes que decoran con matices e hidalguía episodios de despotismo y tiranía.

Hace cincuenta años, la directora Lina Wertmüller sacaba a la luz Amor y anarquía, una película en la que logra una nítida pintura de la Italia de los años 30, en medio del apogeo del fascismo, mientras la sociedad respiraba violencia encubierta en un aparente y superficial clima de paz y estabilidad. Las piezas van a ir encajando de a poco y cobrando vida para dejar expuesta la más cruda realidad de un país que hervía entre el totalitarismo de unos y las necesidades de otros.

Como el título bien lo adelanta, estamos frente a una historia de amor, anarquía… y justicia por mano propia. Una respuesta que muchas veces se hizo ineludible cuando la tiranía se convirtió en ley.

HE VUELTO PARA MATAR A MUSSOLINI

Desde el comienzo, la directora nos sitúa entre los personajes más relegados de la Italia gobernada por Benito Mussolini y su milicia de camisas negras. Aquellas personas que, envueltas en el torbellino del fascismo, buscan la forma de sobrevivir al día a día.

Será en este contexto que arriba a la ciudad de Roma un joven de aspecto desaliñado y de pocas palabras, oriundo de un pueblo rural del interior de Italia. Se presenta vestido de saco y sombrero, con su valija en mano, diciendo que ha llegado dispuesto a sacrificarse «para matar a Mussolini». Todo, para vengar la muerte de un viejo amigo asesinado por el régimen. Su nombre es Antonio Soffiantini -más conocido como Tonino-, un hombre que ha llevado una vida humilde, lejos de las luces del progreso y de las grandes ciudades, y con un pasado de pobreza y miseria: «Como mi madre, siempre haciendo punto. Aquí y allí todo es hacer punto, y no tenemos calcetines».

Envuelto en las vicisitudes de la fortuna cambiante, termina en las puertas de un burdel, en plena ciudad de Roma, dando comienzo así a una historia que, aunque Lina Wertmüller no necesite aclararlo, tiene más de real que de ficción.

Un chico le pregunta a la madre:
-Ma, ¿qué es un anarquista?
-Alguien que mata a reyes y tira bombas.

Al recién llegado campesino lo recibe Salomé, una prostituta de ideas anarquistas quien lo hace pasar por su primo para darle resguardo hasta que llegue la fecha acordada. Tonino, casi sin decir palabra, se nos muestra genuino, como un joven tímido y anonadado por las circunstancias, anarquista más por razones sentimentales que ideológicas, pero con la firme decisión de cumplir con lo prometido.

Con aspecto desarreglado, callado y sucio, Tonino acude a la casa en medio de una puesta en escena que nos revela, desde el comienzo, que estamos en presencia de una historia que será agitada. Con tintes claros y reminiscencias del «mundo Fellini» y acompañado por el peculiar vestuario y maquillaje de las chicas del burdel, se completa una película que buscará ambientarnos, con algo de grotesco también, en el entorno social y político de la época.

ESA GENTE QUE ES TAN INTELIGENTE… PARA CREAR UN MUNDO TAN MIERDA COMO ESTE

Solo dos días dividen la llegada de Tonino a Roma del que se encuentra marcado con una cruz en el calendario. En el medio, Lina Wertmüller nos empapa de ese clima de efervescencia que vivió el país en la década del 30, para pintarnos un retrato de lo que era la vida de los idealistas y los humillados de la sociedad a la sombra del sistema.

Al igual que ha ocurrido cada vez que reinaron los gobiernos dictatoriales, tras la victoria del fascismo, la calma y la estabilidad aparentes encastradas a la fuerza se vieron acompañadas por la rebeldía y los ideales de quienes soñaban un mundo más justo. En el caso de Amor y anarquía, la cineasta ya consagrada por Mimi, metalúrgico herido en su honor nos regala un cuadro muy bien logrado de la vida de estos personajes, sin golpes bajos ni apelando a moralejas que esconden por detrás una línea sutilmente intencionada.

Salomé le dice a Tonino:
-No puedo soportar esa gente que es tan inteligente… para crear un mundo tan mierda como este. ¿Y tú? No es lo mismo para ti… tú eres joven aún. De todas maneras, ¿por qué harías eso?
-Y… ¡yo odio a los tiranos!

La película va a ir cobrando intensidad poco a poco, dejando a la intemperie la verdad detrás de una ficticia armonía social. Paralelamente, se nos va exponiendo la conjunción de piezas que conforman las personalidades de los protagonistas, su sentir muchas veces oculto para sobrevivir, sus pasiones, necesidades u odios.

Fiel a un estilo marcado y con un gran dominio de la puesta en escena, Wertmüller ejecuta a su placer el guion de un drama envuelto en comedia con características típicas de la idiosincrasia italiana, resaltando las apariencias que esconden un fuerte desasosiego por la realidad que les toca vivir. A su vez, la fusión del género con la temática da un interesante resultado, apelando a lo caricaturesco o enfatizando, con cierta exageración, los estereotipos de los personajes que desfilan a lo largo la película.

Lina Wertmüller.

¿POR POLÍTICA? ¿A QUIÉN LE IMPORTA?

Tras los entretelones de una comedia absurda, mujeres aparentemente alegres y momentos divertidos, Amor y anarquía nos acerca a quienes intentan, a su manera, mantenerse a flote en un entorno que no les ha dejado salidas. Los personajes que Wertmüller despliega son seres condenados por un sistema demoledor, víctimas de la sociedad que, sin mostrarse conformes en sus momentos íntimos, sino más bien melancólicos, buscan la forma de cuidar lo poco que tienen. Ya sea por miedo o por la imperiosa necesidad de resguardo y seguridad, las chicas del burdel acatan las órdenes y buscan protegerse de un destino amenazante que las tiene a su merced.

Reflejo de un tiempo que, en muchos casos, tampoco ha cambiado hoy, el burdel funciona como una fotografía de lo que acontecía puertas afuera. Como una representación en menor escala de una sociedad abrumada y sometida, la vida cotidiana de las mujeres nos manifiesta la sumisión y la resignación a las brutalidades a las que se ven expuestas. Sin salida, pareciese no quedar otra que pasearse por delante de los ricos que las esperan desfilar con vestidos y maquillajes para «conquistar» sus deseos y luego volver a la realidad de sus cuartos, de la soledad.

Rendidas a la vida que impone el fascismo, la película nos muestra cómo la alienación a veces forma parte de un proceso de supervivencia, perdiendo el sentido de clase y de lucha, anestesiado por un riguroso sistema que busca aplacar cualquier atisbo de rebeldía.

Una de las chicas, Tripolina, le pregunta a Antonio:
– ¿Por política? ¿A quién le importa? ¿Por qué?
– ¿Por qué? Bueno, porque a veces alguien tiene que decir “basta”.

Sin embargo, también nos presenta la otra cara de la sumisión: quienes enfrentan a los tiranos, aun cuando todo parece imposible y las cartas auguran lo peor. El impulso de arriesgar sus vidas para combatir el terror con el sueño de dejar, aunque sea, algo para el futuro.

Y, al igual que ocurre en la vida real, abundan las discrepancias entre unos y otros, las críticas ante tan brutal y arriesgado acto. La concepción opuesta de quienes no pueden comprender cómo va a dejarse matar a palos «por política» cuando puede seguir viviendo… mal, pero seguir viviendo, porque cuando «alguien nace desafortunado, permanece así». Por eso, aunque Tripolina piense que «ninguna causa merece que un pobre joven tenga que morir», Salomé aclara -o grita a los cuatro vientos-, que esa muerte es «por todos vosotros, compañeros», por el sueño de un mañana «iguales y libres como la naturaleza nos creó».

HAY TANTA GENTE DESESPERADA. LA GENTE DESESPERADA ESTÁ LOCA

A menudo, la historia nos ha presentado «héroes involuntarios». Figuras que, al menos no por firmes convicciones ideológicas, terminan convirtiéndose en memoria popular. Y ese es el héroe que busca mostrarnos Wertmüller, un antihéroe que la misma historia termina enmascarando para dotarlo de una bravura y una osadía que (en parte) no se corresponden con la realidad.

La película nos recuerda que los que cometen estos actos también pueden ser personas comunes y corrientes, con sus miedos, sus dudas o su falta de convicciones. Contrariamente a lo que se espera de quien lleva a cabo un acto de tal magnitud, en muchos casos, prima la necesidad de terminar con tanta desdicha y barbarie, arrastrado por un imperioso impulso que la situación torna insostenible.

Tonino le señala a un fascista que un día el pueblo se puede cansar:
-Una noche un perdedor loco como yo se va a cabrear. Vienes aquí con tu mano fuerte… y ¡zas! Te apuñalan en el estómago. Es un ejemplo.
-No ha nacido el hombre que pueda apuñalar a Spatoletti.
-Nunca puedes saber en este mundo. De verdad, en serio. Con todos esos pobres, nunca sabes lo que alguno podría hacer. El apuñalamiento. Quizás algún día alguien pensará en ello y ya sabes. Hay tanta gente desesperada. La gente desesperada está loca.

Este joven, que se muestra avasallado por las personalidades de las mujeres del burdel, poco a poco intentará adecuarse al ambiente, a las charlas, a la música, e irá conociendo más de cerca un mundo al que no pertenece. Acompañado por Salomé, transitará las horas previas al momento esperado, entre cuestionamientos, planteos sobre su inevitable muerte y el concepto del sacrificio individual en pos del colectivo. En medio del amor y de la anarquía, se desenvolverá el resto.

En este juego de ficción-realidad, también la historia nos presentó a esa «gente desesperada» que un día quiso decir basta. El 7 de abril de 1926, Violeta Gibson disparó contra Mussolini, le atravesó la nariz y le causó heridas leves. El 11 de septiembre de 1926, Gino Lucetti lanzó una bomba hacia el coche donde viajaba el dictador, pero impactó en el piso. El 31 de octubre de ese mismo año, un chico de quince años le disparó en medio del desfile del aniversario de la Marcha sobre Roma. El tiro falló y el joven fue linchado por fascistas para terminar siendo asesinado por estrangulamiento, catorce puñaladas y un disparo. Como afirmaba Salomé, quien realiza estos actos no lo hace como algo individual, sino por los demás: «Por ustedes, que son esclavos y ni siquiera lo saben».

Así, se nos irán presentando los días de Antonio junto al resto de las chicas. Historias que supieron abundar tiempo atrás en la búsqueda de un futuro mejor, de hombres y mujeres que, como dice Salomé, prefirieron «morir como un perro» antes que «vivir como un perro».

Por aquellas épocas, un tiempo antes de los años en los que transcurre la película, el anarquista italiano Errico Malatesta afirmaba que, muchas veces, estos ataques dañaban a la causa que intentaban servir. Sostenía, a su vez, que, luego de que estos actos fatales fuesen olvidados, sus autores «santos y héroes», serían celebrados. Como fuese, el pueblo que sufre el tormento de las dictaduras, el sistema y la violencia estatal los recordará por siempre «por la idea que les inspiró y el martirio que les convirtió en santos».