Por Paula Kearney | (A)crónica Nº3. Livertá! en el encuentro zapatista |

- 1º Sesión. 28 y 29 de diciembre. Cideci-Unitierra, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México.
El público se distribuye, mayormente, en tres grandes grupos de sillas: los dos más cercanos al escenario están ocupados por quienes vamos como participantes; en el del fondo, están las Bases de Apoyo Zapatistas (son aproximadamente unas novecientas personas, según informó el Capitán Insurgente Marcos). Hay quien pudo sentarse, y quien no. Si bien el espacio es grande, las sillas que caben no son suficientes para las cerca de dos mil personas que somos. Hay gente parada a los costados, apoyada en las paredes; gente sentada en el piso o en algún escalón; y también hay gente afuera, siguiendo las exposiciones a través de los parlantes distribuidos en el predio.
En la exposición anterior me tocó sentarme el piso. En la próxima, me gustaría sentarme en una silla. Para eso, decido resignar un rato de aire libre y entrar al recinto un poco antes. Cuando ingreso, veo que ya hay varias personas sentadas y, para mi sorpresa, muchas sillas «ocupadas». No hay nadie que las esté usando, pero veo que la que no tiene una campera encima, tiene una botellita de agua, o un bolso, un anotador, o una chalina. Al fin, veo una silla libre. Me siento. Me acomodo para poder tomar notas. Hay tiempo, aún faltan unos minutos para que empiece la siguiente Mesa.
A unos cinco metros de donde estoy, hay dos mujeres conversando, paradas a un lado del salón. De repente, una me ve y se acerca. Aún a unos dos metros de distancia, me dice -en voz baja, pero con gran esmero en la modulación, señalando la silla-: «Está ocupada». No salgo de mi asombro. Llevamos horas escuchando a las Comunidades Zapatistas hablar sobre El Común, esa forma que están estudiando desde hace algunos años y que venimos a conocer cómo lo hacen, a aprender de esa experiencia, a compartir herramientas para prepararnos para pasar la tormenta y construir el día después. Porque, vinimos a eso ¿no?
Me paro. Me acerco. Le pregunto: «¿Cómo que está ocupada?». Me responde que sí, que ella estaba sentada ahí. Le cuento que yo en la primera Mesa estaba sentada en primera fila. Que luego, en otra, estuve sentada en el suelo, y que ahora entré antes al recinto, justamente para poder usar una silla. Le comento, también, que me sorprendí al ver muchas sillas apropiadas con objetos personales. Me/le pregunto qué hacemos acá escuchando sobre El Común y privatizando las sillas porque no son suficientes. ¿No se nos ocurre rotar, y que todes estemos un rato más cómodes y otro más incómodes? Por respuesta, obtengo una mirada extrañada y silencio. Vuelvo a la silla. Agarro mis cosas. Busco otra silla. Falta lo que falta.

«Sí, se entiende el sentido del Común. Pero una cosa es entender, y otra cosa es la práctica», había dicho el Comandante Insurgente Sebastián. «Se necesita, pues, practicar. Hay que romper -agregó el Subcomandante Insurgente Moisés-. Hay que romper, pues así, el pensamiento que está muy enraizado en el ‘mío'». Y, en ese sentido, hizo referencia a la práctica que vienen ensayando, de trabajar la tierra En Común: «Por eso hay mínimas reglas, que estamos empezando, mínimas leyes, reglamentos, como se diga, porque es que tenemos que educarnos».
¿Ustedes tienen que educarse? Lo escucho y no sé si reírme o llorar. Pienso que deberíamos volver al jardín de infantes -sí, incluso al de los malos gobiernos-, que es donde se supone que aprendimos a compartir, pero ya vemos… Entonces, me hace -aún más- sentido la aclaración del Sub Moi, cuando dice que como zapatistas, no están «de acuerdo ya de decir ‘educación’, la primaria, ¿no? Porque entonces, -refiere-, hasta a nosotros mismos nos falta acá ‘educación’, a los viejos».
En cambio, nos explica con paciencia que según la forma zapatista de entender la educación, «no nada más los niños hay que educarlos, nada más los jóvenes hay que educarlos; hasta los papás y las mamás», y retruca: «No sé, ustedes lo ven cadi quién donde vive ¿no? Pero nosotros, donde vivimos, vemos eso».
Volviendo a la cuestión del Común, relata que «ya tiene unos años este estudio». Entonces, una vez más, aclara: «Cuando les digo ‘estudio’ no es así de que agarramos libros, manuales, ¿no? Sino de cómo está el problema», porque «se dice ‘eso es mío’, y luego viene la otra parte, que dice -cuando ya son pueblos-, ‘eso es de nosotros’. Y luego hay otro ‘nosotros’, y luego existe otro. Y luego viene la bronca, la pelea, de un pueblo a otro pueblo, ¿no?».

«Nosotros decimos no. No vamos a pedacear la tierra», sentencia el Subcomandante, porque «nosotros, como movimiento, como zapatistas -interviene un Comandante- lo estamos viendo, no dentro de diez o quince años; nosotros estamos pensando más adelante: de aquí a cincuenta, ochenta, cien años. ¿Qué sería la vida de las futuras generaciones? ¿Dónde van a vivir? ¿Dónde van a trabajar? (…) Si las tierras están destruidas. Si las tierras están ocupadas. Si las riquezas naturales están saqueadas. (…) ¿Qué es lo que va a pasar allí? Lo único que va a aumentar, día a día, es la emigración».
El Comandante mantiene la voz firme, pero exhala un halo de angustia en cada palabra: «Van a salir de sus pueblos. Van a abandonar sus pueblos. Van en otro lado. Van de mozos en otros lados, como nuestros abuelos, de por sí, eran mozos en las fincas. Si es que van a ser mozos en otras tierras, si no van a ser mozos en sus propias tierras, porque ahí hay trabajos en las minas. Ahí hay trabajos en otros lugares de las empresas transnacionales».
La angustia se hizo aire, y la voz recupera su color. Sigue el Comandante: «Por eso, para nosotros, la única forma para sobrevivir, para que las nuevas generaciones también puedan vivir, pues no habrá otro camino, no habrá otra alternativa, más que lo Común. Las tierras que sean Común, para que sea el beneficio de todos, para que sea el beneficio del pueblo. Para que no nos matemos por un pedazo de tierra».
En ese sentido, explica el Sub Moi: «No lo rentamos la tierra. Todo es de ellos, la producción que lo sacan. La producción se vuelve su propiedad. La que no es su propiedad es la tierra. Ese es El Común».
Recuerdo las palabras de John Holloway en la voz de Inés Durán, la única mujer en la primera Mesa: «Abolir una manera de relacionarnos, necesariamente implica desarrollar otra manera de relacionarnos. (…) Tiene que ser un proceso progresivo, sacando el dinero, capital, Estado, de ciertos territorios o de ciertas actividades: el cultivo, por supuesto, pero también de la educación, de la salud, del agua, de la vivienda, del software, de la música, de la comida, creando comunes en todas esas áreas, en todas las áreas de la vida».

Cuentan les zapatistas que cuando sus abuelos y abuelas escaparon de las fincas, «llegaron en las montañas y pensaron cómo hay que hacer para vivir (…), y se dieron cuenta de que si hacían la milpa en Común, sí se podía», y esa práctica «se volvió como ejemplo, como contagio (…), y de esa forma formaron su pueblo, su comunidad, su paraje, su ranchería, como se diga. Pero no pensaron en despedazar la tierra, un pedacito para cada uno. Pensaron que lo tienen que hacer en Común, porque la tierra es santa, es fuente de vida».
Así, nos contaron que el estudio del Común parte de investigar la historia de sus abuelos y abuelas. Pero, además, relataron que en la gira Por la Vida -que hicieron a Europa en 2021-, estando en la isla de Chipre (habitada por gregochipriotas, turcochipriotas y chipriotas), les invitaron a un espacio al que llaman Tierra de Nadie, en el que siembran trigo y papa, y reparten la producción para cada país. «Por eso, dicen Tierra de Nadie -remarca Moisés-. Pero más bien, no es cierto que no es de nadie sino que es de ellos, pero en Común». La emoción le inunda la voz, y suelta: «¡Ahí nos dimos cuenta de que sí! Y ahí entonces nosotros empezamos a darle más agregado de cómo lo vemos. De todas las movilizaciones a lo largo de nuestra historia. (…) Y por eso llegamos aquí a ciento veinte años, ¿qué va a pasar?».
El Sub Moi hace una pausa, como invitándonos a profundizar la escucha, y continúa: «Entonces, si vamos a pensar una cosa de lucha, y queremos ver ya de aquí en unos años», y nos ofrece otra pausa, supongo que para que vayamos haciendo lugar a lo que vamos a escuchar: «Entonces está muy corto, su mirada, pues, ¿no? Y además de que, entonces, ¿cuál es el cambio?».
Saben que el cambio es lento, por eso la mirada es larga. Pasaron cuarenta y un años del levantamiento. Hoy, las jóvenas que han nacido y se han criado en la forma zapatista de relacionarse, tienen muy claro qué y para qué es la educación: «Nosotras, como jóvenas zapatistas que estamos, pues, nos decimos que tenemos que echarle las ganas de nuestra preparación que tenemos, de nuestros estudios que tenemos. Aunque, sí, nosotras no tenemos diplomas, pero, sencillamente, nuestros estudios, o nuestra preparación, va a ser beneficio para nuestros pueblos. Porque una vez estando preparadas, pues, ya le vamos a servirle a nuestros pueblos, ya sea en las clínicas, o casas de salud, o en las escuelas, o en las diferentes áreas que tenemos; pero le va a beneficiar a nuestro pueblo y va a ser para nuestro futuro».
De cualquier manera, confiere una comandanta: «De todos los trabajos que hemos hecho, no ha sido todo perfecto, porque no es fácil. Siempre hay fallas, errores, dificultades. Pero de esos errores hemos aprendido. Nos hemos criticado y autocriticado para corregir los errores, porque no hay un libro. No hay un manual, donde nos diga, pues, de cómo tenemos que hacer los trabajos, sino que ya es en los hechos, haciendo los trabajos; ahí es en donde nos damos cuenta cuáles sí y cuáles no».

En esa línea, amplía otra compañera: «Aunque nuestras jóvenes tienen solo primaria o secundaria, que decimos, pero vemos que hay trabajos que no se necesita tanto estudio. Miramos, pues, que son promotores, que trabajan en laboratorio, en ultrasonido; cuando hablamos de Tercias, Tercios -que hacen comunicación-. ¿Se necesita tanto esto? Pero pensamos, también, igual, otros trabajos, si ser cirujanos, cirujanas; pues lo podemos hacer». Y completa otro compañero: «Vamos aprendiendo gracias a doctores solidarios que han venido a enseñarnos».
«Sí es muy costoso», aclara el compañero y explica: «Porque nosotros no tenemos un gran estudio, y apenas nosotros estamos logrando de aprender y hablar un poco en castilla; más somos lenguas tsotsiles, tseltales, tojolabales. Entonces eso es lo que nos dificulta, pero ahí estamos haciendo el trabajo, junto con los compañeros y compañeras».
De las abuelas y abuelos, que «no tuvieron necesidad u oportunidad de ir a un hospital», comparten que aprenden a cuidarse y curarse. Las hueseras, por ejemplo, saben atender zafaduras y fracturas con técnicas que son diferentes a las que usan las y los traumatólogos, que «tienen otras técnicas (…), a veces amputan». Por eso, enfatizan, es importante «rescatar el saber de abuelos y abuelas, y compartir el saber». En el mismo sentido, agregan que las parteras tienen conocimientos que «han sido de cientos de años y para los pueblos originarios son sagrados».
Así es que las abuelas zapatistas cumplen un doble rol: son ‘voluntarias’ y ‘maestras’. Voluntarias, porque «ellas con la edad que tienen, pues lo ven, cómo está su salud, cómo está su tiempo, su paso, su caminar», describe una compañera, y detalla que, entonces, «ellas deciden cómo van a participar; ya sea en las reuniones, ya sea en el trabajo colectivo, en el trabajo común; ya sea en las cooperaciones, ya sea en las orientaciones que dan, en una asamblea local, en una asamblea regional, en una asamblea de zona, o en una asamblea de interzona. Entonces, ellas lo ven, hasta dónde ellas pueden con esa edad. Y, por eso, nosotros y nosotras les llamamos que son voluntarias».
«También les llamamos que son nuestras maestras -continúa-. ¿Y por qué les decimos que son nuestras maestras? Porque de su sabiduría aprendemos, por ejemplo, cómo sobrevivir y curarnos con las plantas. Aprendemos cómo sanarnos de una fractura de huesos, o de una lesión de músculos. Aprendemos de cómo cuidar, ayudar, apoyarnos entre compañeras para atender a una compañera embarazada, una compañera en el parto, o cómo cuidar al recién nacido. Entonces todo eso aprendemos de ellas, por eso les llamamos que son nuestras maestras».
«Sabemos que hay enfermedades que tienen que ver con la energía del cuerpo, (…) que ni los mejores médicos podrían curarlas», añade una Promotora de Salud, y comenta que también quieren «aprender más sobre las plantas medicinales, sobre cómo deshacer una piedra en la vesícula y en riñones, para poder evitar la dolorosa y costosa cirugía». En esa línea, remarca: «Queremos rescatar toda la sabiduría de nuestros abuelos y abuelas con el único fin de poder y saber curar las enfermedades comunes y crónicas. No queremos apropiarnos de esta sabiduría ancestral, como hace el capitalismo, que solo quiere adueñarse, acaparar y, sobre todo, patentar los conocimientos al beneficio de unos cuantos».

Hacer En Común es prevenir en salud, dicen: «En todas las zonas se está promoviendo cómo debemos mejorar nuestra alimentación (…). En todos nuestros pueblos tenemos nuestros promotores y promotoras de salud (…). Hacemos reuniones con los promotores y promotoras de las doce zonas, donde discutimos y planeamos cómo hay que mejorar nuestro trabajo en la salud».
También en esa dirección están acordadas las reglas para trabajar la tierra En Común: «No se usa fertilizante, no se usa insecticida, no se permiten borrachos y no se permiten drogas», puntualiza una compañera.
Así, la construcción del Común da sus primeros pasos: «Hace ya casi un año, nuestra primera práctica En Común fue una asamblea de inter-zona, de las doce zonas», explica el Comandante Sebastián, y amplía: «Ahí propusimos todos los puntos donde damos a conocer las iniciativas, o planes de trabajo. (…) Una vez que ya lo debatimos, sacamos ya nuestro acuerdo, a través de esa Asamblea -que, añadió, puede durar unos ocho o diez días-. Ahí es el primer pasito que nosotros lo hacemos ya En Común: nuestras propuestas».
«Desde la práctica de nuestra autonomía -apunta otro de los comandantes -, descubrimos otra forma de gobernar, otro camino, otra forma de vida, donde decimos ‘hay más vida’. Es decir, decidir En Común, trabajar En Común, gobernar En Común. Es decir, trabajar la Salud En Común, trabajar la Educación En Común, trabajar la Tierra En Común».
Desde la llanura pampeana del sureste de Abya Yala.
Una (a)cronista en Livertá.