Por Paula Kearney | (A)crónica Nº1. Livertá! en el encuentro zapatista |

- 1º Sesión. 28 y 29 de diciembre. Cideci-Unitierra, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México.
En esta cápsula que se desplaza en el aire desdibujando el reloj, el calendario Gregoriano marca el 31 de diciembre de 2024. Mientras escribo, pienso en que cuando llegue a la selva de cemento, a orillas del ahora llamado Río de la Plata, es probable que Don Durito de la Lacandona -el escarabajo que autoproclamado caballero andante nombró al finado Sub Marcos como su escudero- esté bailando cumbia en el Caracol de Oventik, donde se festejan los 31 años del levantamiento zapatista. Mañana, en ciento veinte años dicen les zapatistas, habremos aprendido (?) la libertad que parió la montaña desde otro calendario.
Para dar inicio a esta serie de (a)crónicas de la Primera Sesión de los Encuentros de Resistencia y Rebeldía realizados en Cideci-Unitierra, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, los días 28 y 29 de diciembre de 2024 (siempre en el calendario Gregoriano), el cuento «El árbol, la piedra y el mañana», en palabras del Capitán Insurgente Marcos:

«En esas reuniones grandes que nos platicaba el Subcomandante Insurgente Moisés, hay veces que aparecen historias terribles y maravillosas: cuentos con los que el Zapatismo se presenta a sí mismo, se explica, se mira al espejo para entenderse.
Los pueblos zapatistas, hombres, mujeres y otroas, suelen representarse en un personaje al que llaman El Chómpiras, quién tomó ese nombre porque cuando era niño y practicaba con la tiradora (también conocida como resortera en las ciudades), cada vez que daba en el blanco, que solía ser alguna botella de plástico, una lata de cerveza o de conocido refresco de cola, decía ‘¡chómpiras!’. Otra piedrita, otro blanco, otro ¡chómpiras! y así se le quedó ese nombre.
El Chómpiras era niño cuando inició el alzamiento de 1994. Asombrado, miraba cómo su padre, sus hermanos mayores, las mujeres y hombres, y hasta las personas ya de edad, o de juicio, se preparaban y entrenaban porque, escuchaba: ‘Ya viene la guerra’.
El Chómpiras, aunque pequeño de edad, entendió que algún día le iba a tocar luchar. Por eso tomaba su tiradora y practicaba. Ya cuando creció, el Chómpiras dejó la tiradora aunque no dejaba de practicar porque pensaba ‘algún día se iba a necesitar’.
Aprendió de promotor de salud, de educación, de autoridad autónoma, se hizo miliciano, insurgente. En uno de esos trabajos conoció a quien sería su compañera: la Lucecita. Contra lo que se pueda pensar, no fue el Chómpiras quien le declaró su amor a la Lucecita, sino que fue ella la que, como quien dice, lo enamoró.

-Es que luego el Chómpiras es lento para entender, y por más que le coqueteaba nomás no agarraba la onda. Entonces pues de plano me le tuve que declarar yo. ¡Viera que no! Todavía estaría soltera, y el Chómpiras nomás pensando. -así explicaba la Lucecita al finado Sub Marcos, que le cantaba el chisme, cuando le preguntó el por qué ella había tomado la iniciativa y había roto sin proponérselo con los usos y costumbres en las relaciones de pareja en comunidades.
El Sub Marcos, nomás por mula y por molestar, le preguntó -¿Y qué tal que te dice que él no quiere? ¿Qué vas a hacer?
-Ah, pero es que yo lo miro que me mira, y que mira que yo lo miro. Y el Chómpiras es tarugo para hablar pero su mirada habla mucho, y claro, le entiende lo que dice -respondió la Lucecita.
El Sub Marcos, por joder, insistió -Pero qué tal que te equivocas y no quiere, o ya tiene otra. ¿Qué haces?
La Lucecita valora despacio el contra-argumento y responde -Bueno, pues claro te digo que no hay pena. Lloro un poco, no mucho, pero siempre sí un poco bastante. Luego lo regaño, le doy un zape y ‘anda vete’, voy y lo busco otro.
Según las malas lenguas del pueblo, esa pareja no iba a durar. Eran y son muy diferentes. El Chómpiras es más dado a las cosas prácticas, a resolver los asuntos con el método del ensayo y el error. Es decir, primero hacía mal las cosas y ya luego las componía, o eso intentaba. Y la Lucecita en cambio es buena para el estudio, el análisis, la ciencia. Es más de hacer planes, de pensar bien antes de hacer. Contra lo que se pueda pensar, la pareja siguió adelante cuando otras se rompían. Encontraron la forma de hallarse, de complementarse, de ser pareja pues. En fin, la historia de ese amor es de otro cuento así que sigo:
Todos los días el Chómpiras se iba a su milpa por el mismo camino. A veces lo acompañaba la Lucecita y a veces no. Sea porque había reunión de Como Mujeres que Somos, porque tenía curso o porque había que atender a un paciente (porque la Lucecita tenía cargo de promotora de salud). Y claro, a veces peleaban y se regañaban. El Chómpiras decía que la Lucecita a veces cocinaba ‘muy otro’, y que por eso le dolía la panza. La Lucecita se defendía diciendo que no importaba, porque ella sabía cuál monte o yerba servía para curar eso y le hacía su té al Chómpiras. Y así se discutían, y luego se contentaban, y hacían cositas, y el otro día estaban los dos como brillando. Yo no sé qué es eso de ‘cositas’, pero sí, al día siguiente a los dos les brillaba la mirada como si hubieran visto el todo y las partes.

Uno de esos días, de camino a su trabajadero, el Chómpiras miró un árbol ya viejo, ya de edad pues, que estaba como desmayado, cómo inclinado, cómo si dijera ‘hasta aquí nomás’. El Chómpiras fue a revisar el árbol, lo analizó y concluyó que pronto se iba a caer, que una tormenta más habría de vencer sus raíces y se iba a derrumbar precisamente sobre el camino que recorría diariamente. Pero el Chómpiras estudió bien el terreno alrededor del árbol que estaba en una ladera, subió un poco por la loma y miró una piedra muy grande, gigantesca, que estaba colocada justo encima, a unos metros del árbol. El Chómpiras tomó el lugar de la piedra y miró hacia abajo. A dónde iría la trayectoria del árbol si se caía. A lo lejos, pero no mucho, estaban la escuela, la ermita del pueblo y varios trabajaderos de gente de la comunidad: cafetales, milpas, frijolares, hortalizas, potreros y corrales. El Chómpiras miró y dijo ‘Hmm’, y se regresó a buscar a la Lucecita. Ella acababa de regresar de una reunión de Como Mujeres que Somos, donde, claro, y como se debe de ser, habían estado malhablando de los pinches hombres.
El Chómpiras le hizo un resumen a la Lucecita de lo que había visto. La Lucecita lo escuchó, fue por su libreta de apuntes y una regla, transportador y compás, y dijo ‘vamos’. Llegando, la Lucecita miró el árbol, llegó hasta la piedra gigante, sacó su cuaderno y empezó a hacer cálculos. Y ponía la regla y decía ‘Hmm’. Luego el transportador y el compás, y otra vez ‘Hmm’. Miró al Chómpiras y le dijo ‘Sí’.
Rápido se regresaron los dos y convocaron al colectivo zapatista de su poblado. Hablaron, explicaron. Las compañeras y compañeros escucharon en silencio. Cuando terminó la explicación, se miraron entre sí y dijeron ‘Hmm’. La autoridad del Gobierno Autónomo Local dijo ‘vamos a mirar’, y se fueron todos en bola, en montón pues. Lo miraron el árbol. Lo miraron la piedra, dieron vueltas en montón, en bola pues, y se regresaron. Hicieron asamblea e invitaron a todos los del poblado. A todos. No importa si son partidistas, o zapatistas, o ex zapatistas, católicos, presbiterianos, evangélicos, protestantes, musulmanes o sin religión. La comisión del GAL, del Gobierno Autónomo Local, que fue nombrada para explicar a la asamblea, habló y detalló lo que vio. Expuso su conclusión: el árbol se va a caer pronto, no tiene remedio. Aunque le pongamos horcón no va a aguantar. Va a caer y va a tapar el camino que va a los trabajaderos de varios de la comunidad.
-Pero la problema no es ese, o no sólo ese, sino que hay uno más peor -dijo la compañera del GAL, y tenía razón, porque al caer, el árbol iba a pasar a llevar a otros árboles, y sus raíces arrancadas iban a aflojar la tierra y eso iba a ablandar el soporte de la gran piedra, que pesaba mucho y se mantenía en lo alto del cerro gracias a que los árboles afianzaban el terreno de dónde se sostenía.

La piedra iba a vencer su base e iba a rodar loma abajo. Iba a aplastar todos los árboles que encontrara a su paso.
-Pero la problema no es ese, o no sólo ese. Hay una más peor todavía -completaba el compañero autoridad del Gobierno Autónomo Local: la ruta que iba a seguir la piedra en su cuesta abajo apuntaba a la ermita, la escuela, las tienditas, los trabajaderos y champas de la mayoría de los pobladores, zapatistas y partidistas.
-O sea, que cómo quien dice, el pueblo iba a ser destruido -agregó la compañera autónoma.
Todos se miraron y dijeron ‘Hmm’, y empezó la bulla en la asamblea: que si sí, que si no, que es su mentira de los zapatistas, que no es mentira, que de por si sí, que de porque si no. Tardaron discutiendo. Y entonces llegó que ya se tenía la información y que cada quien hiciera según viera. O sea que, dijeron, va en su cuenta de cada quien.
El grupo, que sea el colectivo de zapatistas de ese pueblo, se reunió aparte, como de por sí, y se pusieron de acuerdo de qué van a hacer, porque se mira claro lo que va a pasar y ni modos nomás de esperar, o ponerse a rezar de que no haya tormenta, y que no llueva y que no haya vientos, y que no se caiga el árbol y que no pase a llevar a otros árboles, y que no afloje la tierra bajo la piedra, y que la piedra no se desmaye y que no pase a llevar a otros árboles, y que no destruya la ermita, y la escuela, y los trabajaderos, y las tienditas, y las casas, y todo el poblado.
Entonces ahí están pensando y pensando, y de pronto alguien dice algo y todos lo quedan mirando como diciendo ‘no digas tarugadas compadre’. Luego otra dice otra cosa y lo miran con cara de ‘de plano comadre, no se puede creer’. Y así fueron hablando unos y otras, dando ideas, diciendo tarugadas pero también palabras de buen pensamiento. Tardaron. No un rato, sino que días, semanas, meses, años, buscando en su cabeza qué van a hacer. Y llegó el momento en que llegaron a un acuerdo. Hicieron un su plan, se organizaron, se repartieron los trabajos: quién qué cosa y a qué hora, de modo que todos tuvieran tiempo y modo de apoyarse. Y empezaron a darle. Empezaron a hacer milpa, frijolar, cafetal, potrero, hortaliza, champas, tienditas, pero en otro lado del pueblo. Lo levantaron otra ermita y otra escuela, y hasta hicieron una cancha de basquetbol, pero era su maña, porque en realidad estaban pensando de que fuera para bailar cumbia sin batirse de lodo. Y bueno, que también sirva para jugar a basquetbol y volibol, y para que aprendan a andar en bicicleta los que le tienen miedo a la grava».

Marcos detiene el relato y abre un paréntesis: «Ahí les hablan», dice en referencia a «los le tienen miedo a la grava». Como quien no quiere la cosa, en el mismo tono y sin más pausa que la necesaria para marcar el cierre del paréntesis, continúa el relato y a quien le quepa el sayo que siga escuchando con la estocada a flor de piel: «Y tras que hacen una clínica, que les quedó un poco chueca, pero la pintaron de muchos colores para que no se mira que está chueca, que hasta El Capitán se burla que a esa clínica hay que entrar como dice Pedro Infante: que se agacha y se va de lado. Y El Capitán canta muy fiero, y mejor lo pintaron la clínica para que El Capitán ya no cante, y mejor quede mirando los dibujos y los letreros y no lo mire que… Sí, la puerta está chueca. Y luego pues hicieron otra construcción, que al principio nadie entiende para qué es, y el GAL (el Gobierno Autónomo Local) explica que va a ser un laboratorio y un quirófano, que las compañeras y compañeros de otras geografías y calendarios van a apoyar porque esos también van a ser sus quirófanos y sus laboratorios, y que van a llegar otros compañeros doctores y doctoras a dar curso y a meter cuchillo cuando la medicina no tiene fuerza para vencer la enfermedad. Y ‘ni modos, ahí te van a abrir la panza con machete, porque que tal que no hay cuchillo… ¡Ah, verdad!’.
Las casas chuecas no son de los compañeros de otros lados. Esas van en su cuenta de los compas albañiles que por estar cantando corridos, rancheras y de banda, no lo miraron que está chueca la pared y el techo y la puerta.
-Y ahí viene El Capitán a criticar.
-¡Rápido! Hagan montón y tapen la puerta, y súbele la música, así como que estamos bailando.
-¡No, esa no! Pon la del moño colorado así se va a ir rápido El Capitán.
Cuando están duro y dale al en chinga, trabajando, se acerca un grupo de partidistas a mirar y preguntan por qué están trabajando doble si ya tienen trabajaderos.
-¿Para qué otra ermita si ya hay una? ¡Y hasta la bendijo el párroco!
-¿Para qué otra escuela si la que está es la Nueva Escuela Mexicana? Y el gobierno prometió que va a arreglar el techo -que ya está viejo con las láminas oxidadas, y las paredes están todas hoyadas y de repente sale gusano, alacrán y ratón, y hasta araña violinista, y el maestro no llega porque el gobierno no le paga y no tiene ni para su pasaje, pero ‘ya hay cambio verdadero y ahora sí le van a pagar lo justo’.

Y preguntan por qué están alegres y contando chistes y hasta cantando los zapatistas si están trabajando de más. Sin dejar de trabajar, los zapatistas responden:
-¡Ay hermanito, ay hermanita! ¿Qué no lo miras que viene una gran desgracia? -y le explican del árbol y la piedra, y la tormenta y lo que va a pasar.
-Si no lo crees ve a mirar, y ahí va en tu cuenta -le dicen.
Un grupo de partidistas se va y mira el árbol, y mira la piedra y mira el horizonte, y lo mira que está nublado y que las nubes ya se están poniendo negras de una vez, y se cuentan entre ellos que en otros pueblos hablan de grandes lluvias, de vientos muy fieros y de gran destrucción y desgracia y que se tuvieron que desplazar porque perdieron todo.
Ese grupo de partidistas se reúne aparte y se ponen a discutir. Llegan a un acuerdo y se van otra vez adonde están trabajando los zapatistas y piden hablar. Los zapatistas, sin dejar de hacer lo que están haciendo, les dicen que hablen sin pena, que sus manos están ocupadas pero su oreja está limpia porque lo lavaron y escuchan bien. Los partidistas empiezan a hablar. En resumen, dicen que qué tal y sale como de por sí dicen los zapatistas. Que qué tal que los malos gobiernos -así dicen, ‘los malos gobiernos’- no cumplen como de por sí. Qué tal que se pierde todo y qué tal que no quieren desplazarse porque esa es su tierra. Ahí nacieron. Ahí está su ombligo enterrado. Ahí está su historia, la tierra de sus padres, de sus abuelos, de sus bisabuelos, de sus anteriores.
Se miran entre si los partidistas y hacen una pausa como esperando a animarse a seguir hablando. Los zapatistas siguen trabajando y siguen escuchando. Entonces los partidistas por fin se animan y dicen que qué tal si sí pueden apoyar también en esos trabajos, porque qué tal se va a ocupar, y que tienen crías que ya están creciendo, y que de repente van a hacer sus cositas, porque así dijo el Dios, que no es malo hacer cositas, pero no obligado sino que de acuerdo mutuamente ambos dos, y qué tal salen otras crías, porque si nuestro padre Adán y nuestra madre Eva no hacen sus cositas, pues de balde, y ni modos, ya no hay humanidad, y no existimos ni estamos hablando aquí. Entonces, pues sí hacer cositas, pero cuidarse y tener las crías si es que ya hay acuerdo con la compañera mutuamente ambos dos juntamente. Y entonces pues como quiera salen crías, y más crías de esas crías, y así, aunque no haya desgracia, no va a haber para dónde hacerse. Nos vamos a perder de una vez.

-Entonces -dicen los partidistas después de otra pausa -preguntamos si podemos entrar de trabajar también para apoyarnos.
Los zapatistas siguen trabajando. Ponen a descansar la oreja y responden:
-Claro que sí hermanito, hermanita. Si esto que hacemos es para todos, no nomás de zapatista. Esto que hacemos se llama En Común. Háblenle a sus padres, a sus abuelos, a los de juicio que todavía están vivos, y ellos les van a contar que de por sí era nuestro modo como indígenas que somos. Trae tu machete, tu pala, tu pico, tu martillo, motosierra, lo que sea, pero no olvides traer ganas de trabajar, porque si sólo vienes de haragán pues no sirve así. ¡Ah! y si pueden traigan más pozol, porque el Chómpiras aquí presente es muy tragón y casi lo acaba todo él solo -y ríen todos.
Y juntos, partidistas y zapatistas lo malmiran al Chómpiras porque justo tiene los bigotes manchados de pozol porque por andar de apuro que no lo vean, ni se limpió la boca, y de una vez no se puede creer. Ahora sí que la Lucecita no le va a dar un su besito, y como dice el Sub Moi: ‘Si no llega la información cabal abajo y arriba, pues no’. Pero también otro grupo de partidistas llegaron y se pusieron a mirar el trabajo y empezaron a burlarse.
-¡Ah, qué pendejos son los zapatistas! -dijeron.
-De balde están trabajando doble y sin paga. No como nosotros que tenemos ayuda de los gobiernos y ya ni trabajamos la milpa porque tenemos la paga, y podemos pagarle a otro que sea nuestro mozo, o comprar el maíz.
-Yo hasta soy pequeño propietario, y de repente un día voy a llegar de finquero. Y hasta los mandé a mis hijos a trabajar a otro lado para que me manden más paga. Y vendí sus derechos agrarios para pagarle al pollero que los llevó, y no sé si llegaron o no. Y ahora que me acuerdo, todavía no acabo de pagar la deuda por los pinches intereses, y no se si todavía están vivos o ya murieron ya. Y no me importa, y ahí que lo vean ellos, que va en su cuenta. Y de repente me endeudo para más paga porque tengo que darle una parte al del gobierno y al del cártel, que son los mismos, para que no me quite de la lista de apoyo. Y hasta me voy a ir a vivir a la ciudad y voy a poner una mi tienda y me voy a hacer muy rico, y le voy a tener que pagar derecho de piso al cártel, o sea al gobierno, y ustedes aquí van a seguir trabajando de pobres.
Se les acaba la cerveza a esos partidistas y ya se van, medio bolos, a buscar más. Pero ahí nomás se quedan tirados, privados, sin sentido de una vez, batidos de lodo, vómitos y orines. Y uno con sangre, porque al caer llegó su cabeza en una piedra. Y ahí están, hasta que llegan su mujer y sus crías, y como pueden lo llevan arrastrando a la champa, a que duerma porque al otro día tiene que ir a recoger el apoyo del gobierno. Y así están en ese pueblo: unos trabajando, otros haraganeando.
Poco a poco las sombras de nubes y árboles cubren el poblado. Llega la noche pero no las estrellas. Ni la luna se asoma un poquito si quiera. Y entonces, primero un viento ligero, chiquito, como pidiendo permiso. Y entonces, después unas cuantas gotas de lluvia. Y entonces, la tormenta».
Desde algún punto del cielo del Abya Yala.
Una (a)cronista en Livertá.