CON LA SANGRE DE UN INOCENTE

Por Luciano Colla y Facundo Sinatra Soukoyan | Sobre el Gauchito Gil y la cultura popular

Dicen que nació en Pay Ubre, un paraje cercano a Mercedes, Corrientes. Según algunas versiones, debió haber sido el 12 de agosto de 1840. Que con los años supo llegar a tener un gran manejo del facón y que sus rivales preferían evitarlo. Entre labores de peón y el noble oficio de tomar de quienes más tienen para ayudar a quienes necesitan, Antonio Mamerto Gil Núñez fue forjando una vida que hoy cuenta con más páginas en blanco que certezas. Como una constante en el relato de su vida, muchos datos variarán según la fuente y la mirada histórica. Porque dicen, además, que era una persona común y corriente. Un simple hombre, como tantos otros, que el tiempo transformó en mito.

Hay quienes lo describen como un gaucho rebelde, indómito y cuatrero que acompañaba las causas populares. Y hay quienes lo ponen, sencillamente, en un lugar de buen paisano desertor del ejército. Y quizás este último dato sea uno de los pocos hechos comprobados que se saben de él. La historia cuenta que el retobado no aceptó alistarse en las milicias contra los federales. No era lo suyo enfrentar a los propios. Ya sabía de guerras fratricidas cuando tuvo que pelear en la tristemente célebre guerra de la Triple Alianza. No derramaría nuevamente sangre entre hermanos. Así que, sin más, se convirtió en fugitivo. Suficiente para valerle una dura y encarnizada persecución policial.

Su historia relata que un 8 de enero, luego de las fiestas de San Baltazar, un grupo de policías lo divisó mientras descansaba en un paraje. Por una vez, con la guardia baja. Allí se atrevieron a tomarlo prisionero y, cerca de la ciudad de Mercedes, lo colgaron bocabajo. Solo así, en multitud, lograron cazarlo. Fue el coronel Velázquez quien, contra su voluntad, recibió la orden de degollarlo. Antes de hacerlo, Antonio le dijo que “con la sangre de un inocente se curará a otro inocente”. Tras oír estas palabras, Velázquez le daría el golpe final y Antonio pasaría a ser el Gauchito Gil.

En lo que refiere al verdugo, el destino querría que fuera su primer devoto. El mismo Velázquez dirá haber curado a su hijo muy enfermo con la sangre del Gauchito. El milagro estaba cumplido y el mito comenzará a propagarse desde el litoral en todas direcciones. Resulta muy complejo entender las razones de una veneración tan fuerte, profunda y netamente popular. La liturgia católica y sus jerarcas no acompañan la gesta del Gauchito dentro de sus instituciones, solo es el pueblo quien resguarda su figura, alimenta y riega su historia. Quizás sea por eso que los altares improvisados a lo largo de rutas, calles y barrios crecen mucho más rápido que las estructuras vetustas de la Iglesia medieval.