- Tupamaros y el robo a la armería El Cazador |
Dos hombres caminaban por la calle Uruguay. Al llegar a la esquina, cruzaron de vereda y observaron el cartel: Armería El Cazador. Ese día, Montevideo se veía tranquila y la gente ya respiraba el clima electoral del día siguiente, el sueño de mostrar el hartazgo y cambiarlo todo desde las urnas. Sin embargo, Tupamaros tenía otro plan. Tal y como lo habían previsto, el local estaba cerrado y no había sereno. A las 19:00, la puerta del edificio de al lado se abrió y los hombres ingresaron junto a otros tres para dirigirse hacia el segundo piso. Allí, había un local que, según sus visitas previas, comunicaba directamente con la armería. Forzaron la entrada y, mientras uno quedaba de guardia, otro se posicionó en una ventana para mantener comunicación con el grupo en la calle. Todo estaba listo para empezar.
Turnándose, comenzaron a abrir un boquete. El trabajo debía ser cuidadoso; cualquier ruido excesivo podía delatarlos. Cuando el agujero fue suficiente como para iluminar con una linterna, se asomaron para observar, no sin sorpresa, que lo que pensaban que estaba cerca de terminar recién comenzaba. Como en una ironía del destino, descubrieron que del otro lado no solo no estaba la armería, sino que habían dado a una sastrería policial. Un error de cálculos que los llevaba a empezar de nuevo, y ya eran las 12 de la noche. Minutos después, entre maniquíes uniformados y placas de metal, encontraron cuál había sido el error: el lugar que buscaban se encontraba justo debajo de ellos.
Tras aprovechar para tomar varios uniformes, aflojaron una baldosa de vidrio y empezaron a descender. Allí, tomaron las armas y, una a una, las pasaron al piso de arriba. Al poco tiempo, todo parecía terminado. Cuando se disponían a salir, descubrieron que la puerta del edificio estaba cerrada con llave. En la calle, la camioneta que debía recogerlos se estacionaba y el conductor miraba desconcertado. Para ese momento, el sol aparecía en el horizonte y ya no había tiempo que perder. Por eso, aunque consideraban que todo marchaba bien y no habían llamado demasiado la atención, se vieron obligados a alterar drásticamente los planes.
Con una barreta partieron el vidrio de entrada y, bolsas al hombro, fueron saliendo. Saltaron dentro de la camioneta y el vehículo se puso en marcha. En pocas horas, la ciudad comenzaba a despertar y la gente salía para cumplir con su derecho cívico. El 28 de noviembre de 1966, un día después, el diario Época publicaba en primera plana sobre «el voto que el arma pronuncia», y La Mañana informaba que fue «al típico estilo de comandos». Es fácil imaginar el desconcierto de algún lector desprevenido, confundido por los titulares, deduciendo que hacían referencia a las elecciones. Pero no. Aquellas palabras no hablaban de las urnas, sino de una organización que, en un país en ebullición, parecía pronunciar otro tipo de voto.