
- La Noche de los Cristales Rotos |
A primera hora de la mañana, Herschel Grynszpan, de 17 años, contó el dinero y salió de su casa. Fue a comprar un revólver y unas cuantas balas, y retomó camino. Probablemente, durante el trayecto, recordó una y otra vez las palabras que su hermana Berta le había escrito en su última carta. Imaginó a su familia siendo deportada, empujada a las calles y trasladada en camiones. «Nadie nos dijo lo que estaba pasando, pero nos dimos cuenta de que este iba a ser el final», le había dicho. Esa mañana, Herschel llegó a la embajada alemana en París y pidió hablar con algún funcionario. Cuando Ernst von Rath estuvo frente a él, sacó su arma y, lleno de dolor, apretó el gatillo tres veces. Allí esperaría hasta ser detenido, de pie, sin resistirse ni escapar.
En poco tiempo, la noticia del joven que había disparado para vengar a los 17 mil judíos polacos que habían sido llevados a campos de concentración llegó a Alemania. Inmediatamente, el Gobierno dio comienzo a una campaña antijudía impulsada por Joseph Goebbels y la prensa hizo su parte. Tras prohibir la circulación de los judíos, el mismo Goebbels salió ante una multitud y dio un discurso repleto de odio que sería la antesala de una mascare. Mientras todo el aparato nazi estaba dedicado a instalar el tema en la población, ese mismo 9 de noviembre de 1938, llegó la noticia de que von Rath había muerto. Era la excusa perfecta para impulsar un pogrom.
Al caer el sol, se escucharon los primeros ruidos en la calle. Alguien gritaba, luego se escucharon golpes y varias personas corrieron hacia la esquina. La gente, al ver que la policía solo observaba sin intervenir, se fue animando a salir. La confusión se fue transformando en multitudes desatadas dispuestas a arrasar comercios judíos con piedras y palos. Cuadra a cuadra, los locales eran saqueados y destruidos. Si se reconocía a alguna persona judía, era furiosamente atacada y sus viviendas destrozadas. Algunos edificios ardieron en llamas y la gente desalojada era subida a camiones con destino a campos de concentración. Un pogrom masivo, una cacería que era la consecuencia de un clima que hacía tiempo estaba fermentado.
A la mañana siguiente, las calles amanecieron cubiertas de un manto de cristales rotos que solo se interrumpían por algún charco de sangre. Se estima que cerca de 30 mil personas fueron secuestradas y el alto número de muertes es incierto. Ese día, 100 mil personas se reunieron en Núremberg a festejar la masacre y Hitler decretaba una fuerte multa que debían pagar las víctimas. La furia no disminuyó con el paso de los días y los colegios comenzaron a expulsar a niños y niñas de familias judías. Vendrían por delante leyes y más prohibiciones, violencia e impunidad. Todo, dentro del marco de la ley. Todo, a la vista del mundo entero.