ACLAREMOS MÁS LO QUE DESEAMOS SIGNIFICAR

  • El asesinato de Silvio Frondizi |

En medio del tránsito, las bocinas se multiplicaban. Algo ocurría y la gente comenzaba a impacientarse. Quienes caminaban por la cuadra detenían su paso intentando descubrir el motivo de tanto bullicio. Al frente de la caravana, un coche se había cruzado en plena calle bloqueando el paso. Dentro, el conductor esperaba tranquilo, como si no escuchara los reclamos. Ni los insultos ni las bocinas parecían importarle. En la otra esquina, dos coches más se estacionaban repitiendo el mismo procedimiento. A mitad de cuadra, un grupo de hombres descendía de dos autos y se dirigía a un departamento. Una vez ubicado el piso donde vivía Silvio Frondizi, subieron. Era el mediodía del 27 de septiembre de 1974. Afuera, mientras tanto, la fila se hacía cada vez más larga.

Un mes atrás, Silvio emprendía viaje rumbo a Catamarca. Iba a realizar una investigación sobre la Masacre de Capilla del Rosario, donde 16 integrantes del PRT-ERP habían sido asesinados. A su regreso, denunció en conferencia de prensa la tortura y el fusilamiento de los detenidos, responsabilizando a Benjamín Menéndez y a Alberto Villar. Pese a que desde hacía meses la Triple A había publicado su nombre en la lista negra que difundía con absoluta impunidad, y bajo la advertencia de que esas personas serían «inmediatamente ejecutadas en donde se las encuentre», Frondizi decidió continuar su lucha: «Yo tengo que cumplir con mi deber».

Mientras los ruidos de la calle se intensificaban, alguien golpeaba la puerta de la casa. Silvio se acercó a abrir, pero un fuerte empujón lo tiró al suelo antes de que pudiera reaccionar. Acto seguido, un hombre se apuró a reducirlo. Cuando los parapoliciales dirigidos por Juan Ramón Morales y Rodolfo Eduardo Almirón ingresaron, se encontraron con la compañera de Silvio, Pura, su hijo Julio, su hija Isabel y su yerno Luis Alberto Mendiburu. Sin dar explicaciones, se llevaron al detenido y lo subieron a un Falcon. Cuando estaban por arrancar, Mendiburu salió corriendo del edificio y, en plena calle, fue fusilado. Julio disparó desde el balcón y dio en un neumático mientras el coche se perdía en la esquina rumbo a los bosques de Ezeiza.

En un instante, todo volvió a la normalidad y la policía reapareció en las calles. Por la tarde, un comunicado de la Tripla A era emitido públicamente: «Sepa el pueblo argentino que a las 14:20 fue ajusticiado el disfrazado número uno, Silvio Frondizi, traidor de los traidores». Las dictaduras no habían podido impedir su lucha y, paradójicamente, serían las balas de un Gobierno vestido de democracia las que aparecerían en su camino. Años atrás, había pedido que «aclaremos más lo que deseamos significar», que estamos frente a un mundo que desaparece, y el “futuro será lo que nosotros queremos que sea; seamos los constructores de ese mundo».