- La fuga de Rawson y la Masacre de Trelew |
Escoltado por un grupo que lo esperaba junto a la puerta, Gorriarán Merlo ingresó a la oficina del director del penal. Iba vestido de guardiacárcel y avanzaba directo hacia el uniformado que lo observaba desde detrás del escritorio. Acababan de escucharse algunos disparos y, para no despertar la reacción de los guardias, le dijo al director que avisara que no pasaba nada, que no era más que un incidente sin importancia. El superior lo observó y comprendió que no tenía la opción de elegir. Frente a él, Gorriarán Merlo lo apuntaba esperando que cumpliera. Para ese entonces, el penal de Rawson ya estaba completamente tomado. Había sido una operación sorpresiva, un plan ejecutado de adentro para afuera. Una vez en la puerta de salida, solo quedaba aguardar por los vehículos. Sin embargo, pasaban los minutos y ninguno llegaba.
Al poco tiempo apareció el primer auto, pero no había señales del resto. Una mala interpretación había cambiado todo. Sin tiempo que perder, el primer grupo subió. Allí irían Santucho, Menna, Gorriarán Merlo (del ERP), Vaca Narvaja (de Montoneros), Quieto y Osatinsky (de FAR). Otro grupo pidió taxis y, algunos minutos después, seguían el camino acordado. Mientras tanto, durante el trayecto, un coche reducirá su velocidad por un desperfecto, lo que lo haría perder minutos vitales. Iban hacia al aeropuerto de Trelew y, si todo salía bien, tomarían un avión para dirigirse directo al Chile de Salvador Allende.
Cuando el primer auto llegó a destino, los seis hombres ingresaron con los trajes militares que traían puestos y Quieto tomó los micrófonos para informar a la gente presente que era todo un simulacro porque, a kilómetros de allí, había un penal con peligrosos terroristas. Pasado un tiempo prudencial, luego de esperar sin saber lo que había ocurrido con el resto, no tuvieron más opción que despegar. El piloto intentó negarse afirmando que no tenía nafta ni aceite suficientes y que no conocía la ruta mientras, desde atrás, Santucho le aseguraba: «Si nos caemos, nos caemos todos». Así, con los otros autos acercándose al lugar, el avión comenzaba a moverse.
Ya sin posibilidades de salida, quienes llegaron detrás resolvieron tomar la torre de control. No podrían escapar, pero sí intentar salvar sus vidas de la dictadura de Lanusse. Eran 14 hombres y 5 mujeres y pidieron la presencia de un médico, de la prensa y de un juez. Ante el militar Luis Sosa y las cámaras, el médico mostró que estaban en perfectas condiciones de salud y corroboró que Ana María Villarreal, compañera de Santucho, estaba embarazada. A la prensa le explicaron quiénes eran y arreglaron las condiciones en las que se entregarían, ya que, como diría Pujadas, habían sido «torturados en otras oportunidades». Para cerrar el trato, Sosa aceptó. Sin embargo, contrariamente a lo arreglado, fueron llevados a la base naval Almirante Zar.
A las 3:30 de la mañana del día 22 de agosto, luego de una semana de incomunicación, se les ordenó salir de las celdas y formar una fila. Uno de los sobrevivientes, Alberto Camps, recordaría que fue allí cuando «inmediatamente empiezan las ráfagas». Se les obligó a mirar para otro lado y comenzaron a fusilar. Acto seguido, los militares daban su versión oficial: otro intento de fuga. Pero tres personas lograrían sobrevivir y contarían los hechos a Paco Urondo para su libro La patria fusilada. Una de ellas, Berger, recordará que, tras recibir un disparo en el estómago y otro en la boca, se arrastró a su celda y, moribunda, escribió con sangre en la pared LOMJE. Sabían que la lucha era a vencer o morir: serían “libres o muertos, jamás esclavos”.