EL DELITO DE PENSAR

  • Los presos de Bragado |

Paula no había visto a nadie entrar en la finca, sin embargo, en el medio del jardín, había aparecido una caja. Probablemente -pensó-, una encomienda para su cuñado y dueño del lugar, José María Blanch, hombre de política que se había acomodado en tiempos de la dictadura de Uriburu. Aún sorprendida, Paula le consultó a Juana, esposa de José, pero esta tampoco sabía nada y decidieron ir a ver qué era. A su lado pasó corriendo la hija de Juana y fue directo en busca de la encomienda. Una vez allí, se encontraron con que era un cajón de manzanas y se dispusieron a cortar los precintos. Al levantar la tapa, una fuerte explosión impactó sobre ellas causando la muerte de la niña y de Paula y dejando a Juana herida. Era el 5 de agosto de 1931, en el pueblo de Bragado, y la noticia correría rápidamente.

A los pocos días, desde la comisaría dicen recibir una llamada anónima y deciden cambiar el foco de la investigación que, hasta el momento, los llevaba a un grupo de radicales. Según los policías, las pistas que tienen apuntan directamente sobre unos obreros anarquistas. Por eso, el 16 de agosto, el comisario Williman ordena detener, sin prueba alguna, a Vuotto, Ramos, De Diago, Rossini y Mainini. Tras una breve y ficticia investigación, se los acusa formalmente y se da comienzo al juicio. Pero cuando todo marchaba como lo habían planeado, un declarante tomará por sorpresa al juez: era el mismo médico de la policía quien revelaba que los anarquistas habían sido torturados para que confesaran su culpabilidad.

Sin perder tiempo, las denuncias serán desestimadas, se lo acusará de «falso testimonio» y será echado de su trabajo. Luego, bajo amenazas, De Diago y Mainini firmarán aceptando los cargos. A partir de esto, todo el peso de la ley caería sobre el resto y se pedirían condenas a cadena perpetua. Para ese entonces, parte de la población se hacía eco de la indignación de los anarquistas que comparaban el caso con el de Sacco y Vanzetti. Finalmente, los dos firmantes serían condenados junto a Vuotto, y el resto quedaba implicado por complicidad. Allí pasarían 11 años hasta que, en 1942, luego de más de una década de lucha popular, se les otorgaba la libertad condicional. Eso sí, sin admitir fallas o errores en el proceso. Así, el caso pasaba a las sombras.

Muchos años más tarde, en 1985, la verdad saldría a la luz: el autor del atentado había sido un hombre que, antes de asesinar a su pareja y a sus hijas, había dejado una nota al juez confesando su autoría para luego quitarse la vida. La carta, sin embargo, había sido encajonada por la policía durante décadas. El único de los 5 presos que estaba vivo en aquel entonces y pudo conocer la verdad fue Vuotto, en sus propias palabras, «un chivo emisario al que castigaron por el delito de pensar».