
- El Animanazo |
Los patrones dijeron que no podrían pagar. Que había que tener paciencia y que no era momento de bajar los brazos. La cosecha corría peligro y, pese a los meses sin cobrar, los trabajadores debían comprender lo complejo de la situación. Eran tiempos difíciles para todos, aseguraban. Sin embargo, las semanas pasaron, a las explicaciones se las llevó el viento, y el hambre y la miseria continuaron del mismo lado. Durante esos días, comenzaron a aparecer las ollas populares y se presentaron demandas ante la urgencia, pero ningún dueño de las fincas le dio importancia. Al fin y al cabo, ¿cuánto ruido podían hacen las pocas personas que vivían en la pequeña localidad salteña de Animaná? Tras un breve intervalo, una vez más, los obreros volvieron para salvar la cosecha. Pero las promesas duraron poco y, durante los primeros días de julio de 1972, algo empezó a encenderse.
El martes 18, el pueblo ardió. Tras seis meses sin recibir sus sueldos, se convocó a una asamblea general para resolver las medidas a tomar y redactar un acta. Allí, se decidió que, debido a «la actitud de los que resultan responsables, que han puesto a toda la población en situación de indigencia material», asumirían el gobierno del municipio y tomarían las instalaciones de Bodegas y Viñedos Animaná. A partir de ese momento, por decisión del pueblo reunido, serían los trabajadores quienes estarían frente del establecimiento, expropiándolo para que fuera declarado de utilidad pública. A las 22:00, los obreros entraron en la fábrica y la tomaron. Una hora más tarde, lo mismo ocurrió con el municipio. Era el comienzo del Animanazo.
Para el día siguiente, se eligió al delegado Inocencio Ramírez como intendente provisional y la población se movilizó en solidaridad con las familias más necesitadas cortando la ruta, entre otras actividades, para recolectar dinero. Mientras tanto, la prensa de la Capital del país, que raramente ponía sus ojos fuera de Buenos Aires o de las grandes capitales, ahora hablaba de rebelión. Al mismo tiempo, la policía se hacía presente para amedrentar al pueblo alentando a que depusiera la lucha. La respuesta sería clara: si no se los escuchaba, procederían a la destitución definitiva del intendente y convocarían a elecciones para elegir al nuevo titular.
El 24 de julio, tras conseguir un gran préstamo del Estado, la empresa llegaba a un principio de acuerdo con los representantes obreros. Así, con el pueblo calmo, llegaban las represalias. Para el 6 de agosto, varios dirigentes eran apresados por usurpación de propiedad y Animaná respondía con una huelga general. Para sorpresa de los uniformados, la mañana del 9, doscientas personas se presentaron en la comisaría. Iban a declarar que eran tan responsables del Animanazo como los dirigentes detenidos. Pero era imposible detenerlos a todos. De este modo, ante la enorme movilización, los dirigentes fueron puestos finalmente en libertad. El pueblo había escrito su lucha. Y Animaná, entretanto, continuaba ardiendo.