«VENCERÉIS, PERO NO CONVENCERÉIS» O LA MUERTE DE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA

Por Carlos Álvarez |

José Ortega y Gasset afirmaba, dos años antes de la dictadura de Miguel Primo de Rivera y tres lustros antes del estallido de la Guerra Civil, que España estaba invertebrada, sin un espinazo histórico que le diera sustento a ese maltrecho y fantasmagórico reino que ya solo era la sombra del imperio que supo ser. Sin embargo, quince años después de aquel pesimista diagnóstico del filósofo madrileño, su colega vasco Miguel de Unamuno aseveraba, desde el paraninfo de la alma mater de Salamanca, que la brutalidad falangista al servicio del Generalísimo triunfaría, puesto que para ello solo bastaba con la fuerza bruta, la cual tenían en demasía, en cambio, para convencer, era preciso persuadir, aspecto que nada bien se les da a las armas. Pero aquí radica un interesante contrapunto, puesto que la Segunda República basaba su andamiaje en una columna vertebral calcificada de historicidad, anudando su experiencia con la inconclusa labor liberal de los revolucionarios de las Cortes de Cádiz de un siglo antes. Esa República, justamente, se miraba en un espejo histórico en el cual buscaba completar la tarea de antagonizar con la Monarquía y construir las condiciones de posibilidad para una modernización española donde los excluidos de siempre pudieran sumarse como ciudadanos dentro de las matrices del Estado liberal burgués.

Hoy día, con un salto casi nonagenario, sectores franquistas y nostálgicos del falangismo apuestan a un revisionismo histórico que altere los factores para lograr otro producto: convencer, y quizá vencer… En apenas una década, actores que habitaban el ostracismo reaccionario saltaron la tranquera para aglutinarse en lo que ya representa la tercera fuerza política y parlamentaria de España: VOX. En línea con las lecturas negacionistas y reivindicativas de pasados tortuosos, este partido catalizador de sentimientos revanchistas se suma al monocorde concierto de las nuevas derechas mundiales que revisan sus respectivos pasados nacionales con la finalidad de convencer primero para vencer después. Empero, la historia como campo de batalla siempre tiene una retaguardia que no cejará de dar pelea por sostener la memoria de aquellos procesos históricos que hoy vuelven a ser puestos en discusión desde discursos maniqueos que no comprendieron lo que aquel insultado Unamuno les enseñaba gratuitamente: que «para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho».


El capitán del ejército sublevado Emilio Vela, al igual que harán todos los militares rebeldes en las ciudades españolas, lee en Toledo el bando declarando el Estado de Guerra con el que da comienzo la rebelión contra el Gobierno republicano. Foto: Agencia EFE.

Habitualmente, cuando se habla de Guerra Civil, el sentido común ancla a uno dentro de los imaginarios de un pueblo dividido en dos bandos en pugna militar. Si bien España no defraudó dicho sentido común, fue especialmente complejo. En la Guerra Civil Española perdió toda España, como suele suceder en este tipo de lamentables conflictos armados, en los cuales es difícil mensurar qué gana quien gana la batalla final. En el caso español, perdieron lxs españolxs, pero ganaron los sectores reaccionarios, la Iglesia, la Falange de perfil fascista y la casta militar, pero también ganaron los aliados nazis y los fascistas italianos. Tan pronto como Francisco Franco los contactó ante su iniciativa de dar un golpe de Estado, ambos líderes de lo que pronto sería el Eje Berlín-Roma dieron su apoyo. Hitler buscando evitar un gobierno de izquierda que pudiera aunar fuerzas con la Francia socialdemócrata de León Blum; Mussolini buscando en Franco un aliado estratégico para controlar el Mediterráneo. El conflicto no salió del territorio español, pero sin dudas estuvo habitado por soldadxs de docenas de países, mientras toda Europa movía sus fichas en aquel conflicto que preludiaba uno aún mucho peor: la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de su carácter internacional, la Guerra Civil Española tuvo motivaciones totalmente locales. El 18 de julio de 1936 se sublevó el Ejército de África al mando de Francisco Franco contra la Segunda República de España. El fracaso del golpe de Estado, ante la resistencia obrera y sectores militares republicanos, es lo que desencadenó una guerra civil, dando inicio a un conflicto fratricida que duraría tres largos años con centenas de miles de muertos, desplazados y emigrados. Si bien el detonante de aquella guerra fueron los asesinatos políticos de figuras de ambos bandos en pugna, los motivos tenían razones tanto inmediatas como históricas, de fuerte calado político e ideológico.

Las fuerzas militares leales a la república celebran con desfiles la derrota de los sublevados. Julio 1936. Foto: Agencia EFE.

La Guerra Civil Española (1936-1939) fue uno de los eventos más importantes y lamentables del contexto bélico de la primera mitad del siglo XX, signado por la Gran Guerra (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). España, un país relativamente atrasado y alejado de las experiencias democráticas y revolucionarias del siglo XIX europeo, ingresaba al siglo XX como un imperio en decadencia, que había perdido sus últimas colonias a fines del siglo XIX, como Cuba, Puerto Rico y Filipinas, lo cual la dejaba circunscripta a su territorio continental y algunos puntos del cercano norte africano. Por otro lado, la breve experiencia republicana de 1874 había sido sofocada con una restauración monárquica férrea y fuertemente católica. De esta forma, España iniciaba el siglo XX con una monarquía católica, un Ejército numeroso, pero desmovilizado, que no había participado de la Gran Guerra, y una sociedad polarizada ideológicamente.

El peso social y político del Ejército y de la Iglesia eran incontestables, ambos pilares del Reino y de la monarquía. El nivel de interferencia militar en la política estaba caracterizado por los «pronunciamientos», una suerte de golpes de Estado simbólicos por los cuales el Ejército se hacía cargo de la vida política con la anuencia del rey, constituyéndose así una dictadura, pero con un rey. Así, en 1923, el militar Miguel Primo de Rivera hizo un pronunciamiento y tomó el mando político con el apoyo del rey Alfonso XIII, y que duraría en conjunto con el traspaso a los militares Berenguer y Aznar, hasta 1931, año que unas elecciones municipales en abril darían un inesperado giro a la vida política española. Un año antes, por medio de un acuerdo conocido como Pacto de San Sebastián, las izquierdas y los sectores republicanos acordaron aunar fuerzas con la intención de dar fin a la monarquía, logrando en dichas elecciones ganar la gran mayoría de las capitales provinciales, aunque el peso a favor de la monarquía haya sido mayoritario en el resto de las regiones rurales. Sin embargo, el rey Alfonso XIII comprendió que su capacidad de gobierno era muy débil, dejando España en manos de los republicanos, quienes debieron conformar un Gobierno provisional ante la ausencia del rey, y dotar de una Constitución al abandonado reino.

La experiencia de la Segunda República Española fue breve pero muy intensa, en la cual emergieron buena parte de las tensiones sociales, políticas e ideológicas previas. El primer período de esta, conocido como Bienio Reformista (1931-1933), se caracterizó por numerosas reformas progresistas que eran no solo una novedad en España, sino que iban a contrapelo del giro conservador y reaccionario que Europa estaba tomando en aquellos años, potenciado por la experiencia de la Gran Depresión de 1929. No obstante, no fue tampoco la panacea que algunos proletarios imaginaron, puesto que la República también blandió sus armas contra las luchas de las izquierdas por profundizar y acelerar cambios sociales.

Milicianos festejando tras la derrota de la sublevación militar. Madrid, 20/7/1936. Foto: Agencia EFE.

Aquellas reformas, fundamentalmente las laborales, agrarias y educativas, suponían renovar la totalidad de las bases de poder sobre las cuales se basaba la vida del reino, buscando redistribuir la tierra a expensas de la gran propiedad, la tierra ociosa, las tierras de la Iglesia o de terratenientes absentistas; por otra parte se buscaba regular el mundo del trabajo adjudicando derechos laborales y de arbitraje a los sindicatos y al Estado; se buscaba la separación de la Iglesia y el Estado así como un sistema educativo laico; garantizar las autonomías del País vasco y de Cataluña, pero también una disminución del Ejército, el cual consumía cerca del 25% del PBI y se encontraba virtualmente sobredimensionado en aquel ex imperio. Naturalmente, estas reformas fueron celebradas por amplios sectores sociales al tiempo que otros se alarmaron profundamente en un contexto en el cual el «Terror Rojo» por el avance soviético era mirado con pánico.

A dicho bienio le siguió otro conocido como Bienio Conservador, (1933-1935) en el cual el peso de las derechas liberales y sectores tradicionalistas, con apoyo de la Iglesia, lograron frenar y derogar aquellas leyes y reformas. Este cambio de signo político fracturó y polarizó aún más la realidad social y política española, haciendo que la República no lograra consolidarse de forma estable. Finalmente, ante aquella experiencia conservadora, las izquierdas conformaron el Frente Popular, una coalición que incluía a anarquistas, socialistas y comunistas, con la cual lograron vencer en las elecciones de inicios de 1936. Esta victoria «roja» sería el punto de agotamiento para las derechas y parte del Ejército, quienes inmediatamente comenzaron a conspirar de forma abierta contra la República. Tras un trimestre de radicalización y asesinatos de figuras de ambos lados, el 18 de julio sonaron los llamados de alzamiento en los cuarteles de toda España.

Como afirma el historiador español Julián Casanova, de haberse unificado el Ejército en aquel golpe militar, la República hubiese caído de inmediato y la dictadura de Franco se hubiese instalado en 1936. Sin embargo, no fue así. El Ejército estaba dividido entre insurrectos y leales a la República, pero también la sociedad ya no estaba dispuesta a soportar otro «pronunciamiento», puesto que la experiencia republicana había movilizado a grandes sectores de la sociedad civil. Aquel golpe fallido abrió una Guerra Civil cruenta y larga en la cual el bando golpista al mando de Franco contó con apoyos de Hitler y Mussolini, mientras la República fue abandonada a su suerte por Francia y Gran Bretaña, contando solo con el apoyo de la URSS unos meses después, el cual sería clave para soportar la lucha.

Un niño observa un cartel que aconseja a la población evacuar la ciudad para evitar los bombardeos nacionales. Madrid, 20/1/1937. Foto: Agencia EFE.

De forma casi inmediata, aquella Guerra Civil se internacionalizó, contando con Brigadas Internacionales conformadas por combatientes voluntarios de muchas partes del mundo en defensa de la República, entre quienes estuvo el destacado escritor George Orwell. Argentina no quedó al margen, no solo por la cantidad de españoles en el país, sino también por la filiación ideológica antifascista de amplios sectores del mundo obrero. Bajo la tutela soviética de la III Internacional, se formaron frentes populares antifascistas, lo cual buscaba aglutinar a todos los sectores democráticos en la lucha contra aquel monstruo que se estaba gestando desde la década de 1920. El golpe al mando de Franco fue leído inmediatamente como fascista, más aún con el abierto apoyo desde el eje Berlín-Roma. Esto dio lugar a numerosas organizaciones que buscaron brindar apoyo económico, alimenticio, recaudando dinero, pero también enviando combatientes en defensa de la República. Aquella guerra que se suponía española, rápidamente se internacionaliza siendo la antesala de lo que luego sería la más terrible guerra jamás vista: la Segunda Guerra Mundial.

Finalmente, tras tres largos y sangrientos años, las fuerzas insurgentes tomaron Barcelona, bastión de resistencia republicana, y poco después también Madrid. El primero de abril de 1939, Franco anunciaba el fin de la guerra y de la República, instalándose en el poder una dictadura bajo el mando del Generalísimo durante cuatro décadas. Para muchxs, un fascismo a destiempo cuando ya no existían los fascismos tradicionales, para otrxs una dictadura de tintes corporativistas «a la española». Lo cierto es que hoy, a 88 años del inicio de aquella terrible guerra, España es un país moderno y renovado muy distinto al que fue por aquellos aciagos años, pero que aún no ha logrado un serio proceso de Memoria, Verdad y Justicia contra quienes asesinaron a la República y construyeron una dictadura igual de atroz sobre sus cenizas. Empero, el pueblo español ha comenzado a desandar dicho tortuoso pero siempre necesario camino.

Milicianos apuntan con sus fusiles hacia las posiciones enemigas, en el sector de la Casa de Campo y carretera de Extremadura, lugares donde hubo los más duros combates al comienzo de la ofensiva nacional. Madrid, noviembre 1936. Foto: Agencia EFE.

El Generalísimo Francisco Franco murió impune, peor aún, murió conservando todos sus poderes y lealtades. Se reinstaló la monarquía, aquello contra lo cual la República había luchado a muerte; la Iglesia se consolidó tanto o más que en la etapa previa a la Guerra, llegando a ser el Opus Dei parte de la tecnocracia del gobierno de la dictadura. El supuesto milagro español de recupero económico de los años 60 y 70 se construyó sobre una moralina puritana y mojigata bajo control de la Iglesia, así como sobre las fosas comunes de las decenas de miles de vidas arrebatadas por la dictadura del Caudillo de España por la Gracia de Dios, las cuales aún siguen a la espera de ser abiertas para poder restituir las identidades de todas aquellas personas que sucumbieron buscando un mundo mejor bajo el cielo.

Hoy España sigue siendo un país dividido, silenciado y regido por leyes de impunidad que prohíben mirar hacia atrás. Es por ello que la Guerra Civil Española sigue siendo un pasado abierto, un pasado que no pasa, una historia que es un tormentoso presente perpetuo. Por todo eso es que hoy día es preciso remover ese pasado más que nunca, contra la impunidad de ayer y de hoy, contra el regurgitar de una derecha franquista que se pavonea por las calles españolas refregando en la cara de los vencidos el recuerdo de que España sigue siendo católica, militar y derechista. La Historia, con mayúsculas, es la cura contra la amnesia obligatoria, por ello hoy más que nunca hay que recuperar a la República como experiencia histórica. ¡No pasarán!