
- La visita de la CIDH durante la dictadura |
La voz se quebraba de emoción. Argentina, señoras y señores, era una fiesta. El relator de fútbol José María Muñoz convocaba a que fuéramos “todos a la avenida de Mayo». Nadie podía faltar. Si bien la invitación era en el marco de los recientes festejos por el título mundial obtenido por la selección juvenil, con un joven Diego Armando Maradona a la cabeza, el reconocido relator se animó a un poco más. Desbordado, instó a sus oyentes a demostrarles «a los señores de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos -CIDH- que la Argentina no tiene nada que ocultar”. Por aquellos días, toda la maquinaria de la dictadura se había puesto en marcha para recibir a la comitiva. Para eso, antes, había mucho que arreglar, maquillar y ocultar.
Las denuncias se fueron acumulando y, para mediados de 1978, ya no era sencillo seguir mirando para otro lado. Si bien los medios más importantes del país llevaban años encubriendo y hablando sobre el peligro de la subversión, gracias a las presiones de los organismos de derechos humanos, finalmente, el 6 de septiembre de 1979, seis juristas de la CIDH llegaban al país. Su tarea sería la de realizar entrevistas, audiencias e investigaciones. Durante esos días, una catarata de propagandas inundaría la prensa y personalidades como Mirtha Legrand o Lucho Avilés aportarían su granito de arena. Así, a los pocos días, Buenos Aires se llenaba de autoadhesivos que decían que «los argentinos somos derechos y humanos» y los medios regalaban postales «para ser enviadas con una lista de todos aquellos organismos y personas que organizan la campaña anti-Argentina en el exterior».
La comisión recorrió varias provincias y se entrevistó dos veces con Videla y sus funcionarios. A su vez, se reunió con organismos de DD.HH. y con expresidentes como Isabelita, Frondizi, Cámpora o Lanusse sin distinguir entre constitucionales y de facto. Recorrió cárceles, escuchó testimonios y visitó campos clandestinos de detención, entre ellos, una ESMA que ya había sido vaciada y preparada para la ocasión. Días después, el 20 de septiembre, la CIDH dejaba el país tras recolectar miles de denuncias. Basándose en lo investigado, elaboraría un informe en el que aseguraba que en la Argentina se cometieron, entre 1975 y 1979, “numerosas y graves violaciones de fundamentales derechos humanos».
Era el comienzo del fin de un plan sistemático que, aún lejos de terminar, se comenzaba a visibilizar en el mundo. Si bien la dictadura prohibió su difusión en el país, ahora se abría una ventana de ese infierno que muchas personas preferían omitir o callar: en la Argentina, la dictadura torturaba, desaparecía y asesinaba de las formas más brutales y sádicas. Un proyecto continental gestado desde Estados Unidos para acabar con una generación y sumergir a Latinoamérica en el pozo de una política que, décadas más tarde, aún sufre sus duras secuelas.