Por Laura Martínez Gimeno |
- Parte II: la esfera femenina de Elizabeth Siddall
La vida y obra de la pintora y poetisa Elizabeth Siddall (1829-1862) fue inmortalizada como uno de los más enigmáticos símbolos de todo un movimiento artístico. Su taciturno a la vez que impenetrable rostro de sosegadas e impetuosas facciones sedujo a una revolucionaria hermandad de pintores exaltados y furiosos con la rigidez moral e intransigencia socioeconómica de su tiempo. Tales intelectuales discernieron en su espíritu, luz y carácter la belleza y fuerza propias de lo que es divino y mundano a un mismo tiempo. La vocación, talento y sofisticación de la artista la consagraron como la inspiración de las obras maestras de célebres artistas como John Everett Millais (1829-1896), William Holman Hunt (18271910) y Dante Gabriel Rossetti (1828-1882), pues hallaron en ella el cambio y génesis de una nueva forma de entender y reinventar el arte de la época. Los mencionados pensadores conformaron el inconformista e intelectualmente incomprendido movimiento artístico conocido como Hermandad Prerrafaelita (1848).
En la siguiente sección del ensayo, pretendo analizar los motivos por los cuales la artista Elizabeth Siddall se identifica con el prototípico personaje femenino del aclamado poema, La Dama de Shalott (1833), por el autor Alfred Tennyson (1809-1892).
En primer lugar, ambas mujeres victorianas vivieron emocional y físicamente atrapadas en claustrofóbicos espacios. La artista Elizabeth Siddall permanecía de forma habitual recluida durante prolongados periodos de tiempo en el hogar que compartía con su compañero y amante Dante Gabriel Rossetti, debido a su delicado estado de salud. En comparación, la protagonista de los versos del poeta laureado habita desolada y entristecida en el interior de una aislada torre, dedicada a la absoluta y arquetípica función femenina del hilado. Ambas protagonistas intervienen en la acción poética y en la realidad de su época por medio de una naturaleza creadora que las define e individualiza. Tanto Elizabeth Siddall como la Dama de Shalott son artistas; la gran poeta del siglo XIX compuso algunos de los más brillantes versos de su época, al igual que obras pictóricas y grabados, mientras que el personaje ficticio evita la condena de una maldición plasmando el distorsionado mundo exterior en su telar.
Por otro lado, el concepto que en el siglo XIX se originó en torno a la figura de Elizabeth Siddall como modelo y musa de la Hermandad de pintores masculinos provocó que un velo de macabro misticismo e ideal de feminidad inmaculada catapultaran a la artista como objeto estético. Convertida en mártir por las mismas manos que la imaginaron símbolo de hermosura y divinidad definitivas, así fue venerado su doble artúrico por los súbditos caballeros de Camelot, los cuales contemplan a una pálida y moribunda dama de Shalott reducida en su manifiesto pudor y actitud indefensa.
Como se ha expresado con anterioridad, el mito que sendas protagonistas representan fue construido por la compleja unión de sus identidades sesgadas; la experiencia del confinamiento solitario, la caída ética y de clase en un periodo despótico y brutal, la eterna cuestión de la incomprendida a la vez que temida sexualidad femenina, el prototipo de la femme fatale… demuestra que comparten ansiedades similares. Tanto la poetisa Siddall como la Dama de Shalott existen excluidas de un orden que no abraza sus impulsos y la esencia de su arte, ya que nunca fue en vida reconocida por sus contemporáneos, sino que permaneció oculta, silenciada e inevitablemente olvidada. Y es que ha sido recientemente que la esfera literaria especializada en teoría de la literatura feminista ha empezado a interesarse por la invención artística de Elizabeth Siddall. Por lo que, gracias a dichos profesionales de las letras y las humanidades, se está recuperando la voz perdida de la poetisa. Ha llegado el momento en el que su obra deba formar parte de las estanterías privadas y públicas de librerías y universidades de todo el mundo, aunque sea bajo modificaciones y de forma fragmentada.
Un crítico de arte de la época comentó lo siguiente sobre la pintura de Siddall;
La Dama de Shalott. Ella -Siddall- parece no haber tenido un poder creativo original. Era como la luna para el sol de Rossetti, simplemente reflejando su luz.
En la pintura de la autoría de Elizabeth Siddall observamos que la heroína se encuentra en un ambiente sobrio y sencillo, donde se dedica al bordado en la privacidad de una habitación tradicional, marcada por la austeridad material que la rodea. No encontramos una decoración majestuosa y excesiva que recuerda a aquella torre de ensueño medieval, como tampoco a los cuadros de los sublimes pintores con anterioridad nombrados. La noción de belleza irreal y expresión de inalcanzable éxtasis no podrían existir en esta pintura. Las leyes que rigen el mundo femenino, al igual que la visión interior y reprimida de la artista, persiguen el cometido de retratar la verdadera esfera privada de la mujer victoriana. Y de lo que es más importante y significativo, la verosímil representación de una poeta y artista del siglo XIX.
La crítica de arte Elizabeth Nelson señala que el personaje principal de esta actual y veraz Dama de Shalott se asemeja más a una trabajadora de la industria que a un ser maravilloso y sublime. Sentada con un diminuto crucifijo al que da la espalda, con un tapiz colgado en una de las paredes y un mueble bajo la ventana como único mobiliario, Elizabeth Siddall anhela mostrar al espectador curioso y concienciado cómo ella y muchas otras mujeres de la época engendraban arte. La pintora no secunda dar vida a una heroína condenada y desamparada con la que no se siente identificada. No desea alimentar el terrible espectáculo de la mirada masculina, mas focaliza la fuerza de su invención en la imagen honesta y cotidiana de una artista comprometida con su producción pictórica.
El aspecto más cautivador son los hilos quebrados del telar que contrastan con la sobriedad, sosiego y pasividad de la habitación. En el instante en que el tapiz o labor perpetuado por la Dama de Shalott se deshace, su espíritu se entrega a la tentación y a la debilidad de un mundo al que no pertenece y en el que no le está permitido desenvolverse. La categoría masculina personificada por Lanzarote y por el amor que la joven le profesa destruye el protegido universo femenino. Un solitario e inalcanzable matriarcado en el que el dolor, el abandono, el sufrimiento y la muerte no son capaces de penetrar en una sociedad asfixiante, marginada e ignorante. El desconocimiento es precisamente la motivación de la huida de la protagonista. La defensa, el cuidado y el amparo son factores deseables para la existencia de toda humanidad que se precie, pero la inconsciencia, la pasividad, el olvido y la incultura son precios que estas mujeres no estuvieron dispuestas a pagar.
La lectura feminista en la que me gustaría detenerme consiste en la transformación de sujeto pasivo -ángel del hogar- a sujeto activo -mujer caída- de la Dama de Shalott, puesto que al rechazar la encorsetada labor del hilado y abandonar la torre en la que habita encarcelada, ejecuta por decisión y resolución propias un desafiante acto de empoderamiento femenino. Esto es inclinarse por la muerte al preferir las insólitas consecuencias de una inminente maldición a la reclusión y asilamiento perpetuos. La Dama de Shalott es consciente de que obtendrá la libertad que anhela al traspasar los límites de su habitual existencia. Del mismo modo que procede la fémina artúrica, la artista Siddall elige timonear y ser la dueña absoluta de su fortuna. Ambas heroínas optan por narrar las historias que protagonizan, aun cuando esto signifique la muerte o el repudio y lucha constantes de un círculo artístico que las desmerece y desprestigia. Por ende, agrietan el hermetismo de una época histórica que no las aprecia y consiguen con éxito hacer tambalear los cimientos del lugar instaurado para las mujeres por las controladoras y regresivas mentes del patriarcado. La Dama de Shalott y Elizabeth Siddall abrazan el sacrificio de sus almas que supone la adquisición de la independencia, autonomía e individualización femeninas, puesto que la verdadera abominación es la tiránica autoridad masculina que las subyugaba, así como las leyes que las mantuvieron encadenadas e inmóviles a una moralidad que no las respetaba. Por medio de la desobediencia, el arrojo y la osadía, dichas protagonistas se convierten en mujeres caídas de pleno derecho. Sin embargo, al haber violado las severas e inflexibles normas de su contexto socioeconómico, deben morir. La aspiración que comparten por la emancipación y la autodeterminación las somete a una libertad espiritual que es consumada en las lejanas tierras del más allá.
Considero que otra de las reflexiones que trata de transmitirnos dicha pintura es la batalla a la que se enfrentaron las mujeres victorianas que aspiraron ser aclamadas por su arte. El conflicto radica en que mientras que el personaje femenino de Tennyson vive en un pasado ficticio e imposible en el cual el canto a la independencia es irreal pero verosímil, la mujer artista se enfrenta contra las inclemencias profesionales resignándose a la autonomía, ovación y respeto de sus contemporáneos masculinos. Los versos del poeta y dramaturgo inglés enmarcan la cuestión femenina del período victoriano.
En otras palabras, la mujer encarcelada en un microcosmos angustioso, abrasador y limitado. Elizabeth Siddall se plasmó a sí misma creando arte. Se revistió de fantasía para expresar de forma categórica e indiscutible el espacio de la mujer artista en la Hermandad Prerrafaelita. Expuso en su pintura cómo trabajaron las artistas reales del siglo XIX. La manipulada objetividad quebrada de un espejo feérico, el despiadado y ensombrecido mundo exterior, las injusticias de su género, la violenta audacia maestra y la póstuma pero indisputable victoria son solo meros elementos líricos y estéticos que comprenden la totalidad de una obra mucho más compleja. Negligentes a la verdadera intención de la autoría para con su Dama de Shalott, sus poéticas líneas, representaciones pictóricas y encomiables heroínas arruinan y denuncian la delimitada y abusiva construcción ideológica de la cotidianidad victoriana.
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One thought on “LA DAMA DE SHALOTT NO ES LA PRIMERA HEROÍNA ATRAPADA (parte II)”
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