EVVIVA L’ANARCHIA!

  • Severino Di Giovanni |

El día que Severino Di Giovanni iba a ser detenido, Buenos Aires amaneció bajo un sol que presagiaba una jornada muy calurosa. Por la tarde, las calles del centro de la ciudad ya eran una caldera y no había quien no buscara un poco de resguardo bajo la sombra de los locales. En algún momento, Severino abre la puerta, sale de la imprenta y toma rumbo hacia la calle Corrientes. Pese a ser una de las personas más buscadas del país, había resuelto ir él mismo al lugar para imprimir unos textos del anarquista y geógrafo Élisée Reclus. Generalmente, para evitar su exposición, ese trabajo solía hacerlo su compañera América Scarfó. Pero, ese día, había decidido cambiar los planes.

Años atrás, un joven Severino se exiliaba de sus tierras cuando el fascismo comenzaba a tomar el poder. Pero el destino le depararía una trágica ironía. Pese a sus intentos de escapar de Benito Mussolini, en 1930, José Félix Uriburu, ferviente y declarado admirador del Duce, tomaba el poder por la fuerza. Para aquel entonces, las ideas que reinaban en Italia se ponían de moda entre distintas personalidades de la elite conservadora argentina y hasta el mismo diario La Nación desbordaba de orgullo jactándose de que el «honorable Mussolini», una de las «figuras más extraordinarias», colaboraría con columnas mensuales. En ese contexto, con una dictadura que había legalizado la pena de muerte haciendo un espectáculo de sus fusilamientos, Severino pasó sus últimos años luchando contra propios y extraños.

La tarde en la que sería detenido, escuchó que gritaban su nombre y empezó a correr. Alguien tiró primero y comenzó una cacería en pleno centro porteño. Más de 100 cartuchos volaron y solo 5 eran del anarquista. Tras largos minutos que seguramente le parecieron segundos, Severino se sintió encerrado y se disparó en el pecho. Pero la bala no cumplió con su cometido. Luego vendría el show y distintas personalidades buscarían su tajada, llenándolo de etiquetas y quitándole todo rasgo de luchador social. El escritor Ernesto Sabato lo vestiría de seda y otras personalidades dirían que solía reunirse con la aristocracia. Interminables descripciones escritas por intelectuales de salón que se arrastraban tras los intereses del poder.

Del otro lado de la tinta, la contradicción de una sociedad que vanagloriaba a los militares contra sus propios intereses, esa clase media que aplaudía el éxito de los fusiladores haciendo eco de lo que le susurraba la prensa. Osvaldo Bayer dirá que «el anarquista cayó al salir de una imprenta y no de un garito o de una mesa de dinero o de un balneario de moda». Pero para cubrir ese detalle molesto, “los intelectuales del Parnaso literario lo cubrieron con camisas de seda o le adjudicaron departamentos”. Aquel día, Severino tenía consigo los «escritos de un filósofo preocupado por un mundo de paz y dignidad humanas». Algo que jamás, en la historia, tuvieron los amantes de las barbaries militares y las sociedades triunfantes.