Por Facundo Sinatra Soukoyan |
Un hombre huye entre los cerros de Salta. Aborda la Puerta de Tastil, se mete en la Quebrada del Toro y su rastro se pierde por largo tiempo. Dicen que se refugió en un pequeño caserío y que pudo pasar a Bolivia asegurando un poco de tranquilidad. Su nombre, Juan Riera; su objetivo, escapar de la persecución del Gobierno de facto del salteño Uriburu, quien conocía muy bien aquellos agitadores anarquistas que se propagaban la idea a diestra y siniestra sin poder controlarlos.
Riera había nacido el 16 de enero de 1896 en Ibiza, España, y a sus catorce años ya se encontraba en Argentina, más precisamente, en tierras tucumanas, donde se ganaba la vida vendiendo de manera ambulante masitas y algunos derivados de la pastelería, oficio que traía de su tierra natal.
El trabajo escaseaba, y un anuncio en el diario lo alertó: «Huaytiquina paga», decía el aviso, y hacía referencia a la necesidad de trabajadores para la construcción del ferrocarril transandino Salta-Antofagasta, conocido también como Huaytiquina, y antecesor del Tren a las Nubes.
Hacia tierras salteñas viajó Riera, topándose con una descomunal obra de ingeniería y con una gran cantidad de obreros llegados desde diferentes latitudes. Y entre aquellos obreros de primeras décadas de 1900, venían también las ideas anarquistas y de cambio social. Allí Riera abrazó el pensamiento libertario y se fue formando junto a otros de mayor experiencia. Huelgas, paros, asambleas, debates, todo eso sucedía en plena construcción de la gran obra.
Entre 1920 y 1930, cuando se da a la fuga hacia Bolivia, Riera pasa por diferentes trabajos, siendo el del Ingenio Tabacal uno de los que lo encuentra más activo denunciando la explotación de los trabajadores del azúcar, lo cual le costará despido y persecución.
Como buen anarquista, intentará generar organización obrera en cada lugar donde se encuentre, al tiempo que irá fundando periódicos y tendiendo lazos de apoyo mutuo con otros compañeros y compañeras de ideas. Diarios, semanarios, hojitas o panfletos, tales como Despertar, La Antorcha, Ideas o El Coya, serán algunos de los que reciban y publiquen su pensamiento, acción y reflexión.
Avanzada la década del 30 y ya en pareja con Augusta Caballerone, compañera de vida con la que tendrá diez hijos, se instala en la capital de la provincia de Salta, y pone un negocio de panadería, oficio que estrecha lazos profundos con la idea anarquista.
Su vida seguirá transcurriendo en la confraternidad de las ideas y las reuniones de agitadas discusiones políticas, siendo la panadería de don Juan Riera un lugar de encuentro de la bohemia intelectual salteña, donde tampoco faltaba la música y la poesía.
La historia dirá que el poeta Manuel J. Castilla, ante distintas actitudes de total altruismo del panadero español, salteño por adopción, decide componerle una letra que Gustavo Cuchi Leguizamón musicalizará, transformándose en un ícono del folclore nacional e inmortalizando la figura del panadero ácrata:
Cómo le iban a robar
ni queriendo a Don Juan Riera
si a los pobres les dejaba
de noche la puerta abierta.
Y claro, si don Juan Riera amasaba para compartir y dejaba la puerta abierta para que nadie se quedara sin techo para dormir.