Z, UNA PELÍCULA MÍTICA

Por Jorge Montero |

“Toda película es política”.
Konstantinos Gavras

Una simple letra «z» -derivada de zei, ‘vive’ en griego clásico- es el sentido inequívoco de esperanza y revuelta que el cineasta Costa-Gavras utilizó para difundir una obra mítica, que no pierde pulso más de cincuenta años después.

Poco tiempo duró en cartel, antes de que fuera prohibida por la censura del régimen de Onganía. Corría el año 1969, y si en Francia congregaba multitudes sobre las cenizas aún tibias del Mayo francés, en Argentina acabábamos de atravesar el Cordobazo, y las salas de proyección se llenaban de jóvenes revoltosos y entusiastas. Todavía adolescentes, estudiantes del Nacional de Adrogué y aficionados al cine, fuimos con Andrea a su proyección en la hermosa sala del Argentino; muchos años antes de que cerrara sus puertas para transformarse en otro antro evangélico.

Toda una experiencia. Un thriller político que no da respiro. El argumento escrito por Gavras y el controvertido Jorge Semprún -poco antes expulsado del partido comunista español- relata los prolegómenos del golpe de Estado de los Coroneles en Grecia, disfrazado tras un ambiguo país mediterráneo, en el que un grupo parapolicial asesina a un diputado socialista. Aunque la versión oficial indica que ha sido atropellado por un conductor ebrio, el ambiente de tensión que se vive en el país obliga a investigar el caso.

La situación descrita con maestría por Costa-Gavras es el resultado directo de esta circunstancia histórica. «Cualquier semejanza con hechos reales, muertos o vivos, no es casualidad. Es voluntario» es la cita que da comienzo a la película. Un personaje central, el juez de instrucción, encarnado por Jean-Louis Trintignant, en apariencia pusilánime; con la colaboración de un ambiciosos periodista (Jacques Perrin), revelará el entramado político que llega hasta los más altos cargos gubernamentales y la activa participación del Ejército y la Policía en la concreción del asesinato del Doctor (Yves Montand).

«Uno nunca olvida el lugar donde nació, especialmente, si es un país como Grecia», aseguró el cineasta en un reportaje reciente, vital a los 89 años. «Hui de allí porque todo lo que ofrecía a los jóvenes de mi clase social era una vida de sumisión a una democracia teocrática. Como inmigrante, Francia me permitió superar mis sueños más locos. Mi sentimiento ‘griego’ volvió a apoderarse de mí cuando los Coroneles tomaron el poder. La expresión de mi residencia personal fue Z», añadió.

Aunque se instalaría definitivamente en Francia, el golpe de los Coroneles del 21 de abril de 1967 lo impulsa a llevar a la pantalla la novela homónima de Vassili Vassilikós, que recrea los hechos que rodearon el asesinato del diputado Grigoris Lambrakis. El parlamentario de la Unión Democrática de Izquierda fue atacado por una organización fascista cuando volvía de una concentración en Salónica por el desarme y contra la instalación de bases estadounidenses en Grecia. Consecuencia del atentado sufrió graves lesiones en la cabeza que le causaron la muerte unos días más tarde.

«Z y sus compañeros se volvieron, en dirección opuesta al hotel Kosmopolit. En ese momento, una furgoneta de tres ruedas salió de una calle lateral. Un hombre acurrucado en la parte trasera del auto golpeó una barra de hierro sobre la cabeza. Z se tambaleó, se derrumbó, las ruedas de la máquina rodaron sobre él y lo arrastraron medio metro. La sangre fluyó sobre el asfalto».

El libro de Vassilikós desmenuza la investigación que lleva adelante el joven magistrado, Christos Sartzetakis, hasta el desenmascaramiento del régimen represivo y el descubrimiento de la trama política del asesinato, en el que están implicados funcionarios gubernamentales, altos cargos del Ejército y la Policía, promotores de la organización paraestatal que ejecutó el ataque contra Lambrakis. Las revelaciones de la conspiración hicieron caer al Gobierno derechista de Constantinos Karamanlís; mientras que la condena de los responsables del atentado precipitó el golpe de Estado de los Coroneles, que acabaría con la frágil democracia griega y se extendería por siete pavorosos años.

«El asesinato de Lambrakis tenía todos los elementos clásicos de la conspiración política más claramente planteados. Tenía complicidad policial, la desaparición de testigos clave, corrupción en el Gobierno, todo ese tipo de cosas», recuerda Costa-Gavras.

Konstantinos Gavras.

El montaje vertiginoso del filme a cargo de Françoise Bonnot y la banda sonora compuesta por Mikis Theodorakis -que consiguió sacar clandestinamente de Grecia las cintas mientras estaba recluido en el campo de concentración de Oropo- sostienen una minuciosa denuncia de los sórdidos mecanismos del terrorismo de Estado; premonitoria de una incipiente década negra para el tercer mundo, plagada de golpes de Estado que ejecutaron todo tipo de violaciones a los derechos humanos.

Las imágenes se suceden sin respiro. Con cámara en mano o tomas en movimiento, la fotografía a cargo de Raoul Coutard le da a la película una estética visual apremiante. Expone las estructuras de poder más profundas detrás de los eventos violentos, retrata los conflictos morales de las personas que intentan resistir y muestra el fascismo descarnado como amenaza omnipresente de emerger a la luz del día.

«No sé si puedes cambiar políticamente a la gente con una película, pero puedes empezar una discusión política. Mis películas, y en general todo el cine, no son ni pueden ser un discurso político o académico, ni una lección, sino un espectáculo. Ahora bien, todas ellas hablan de la sociedad y de sus problemas, y al final eso las hace un poco políticas», sostiene el director grecofrancés.

Altos mandos del Ejército se reúnen para analizar la forma más efectiva de doblegar a los opositores de izquierda. Se los compara con el oídio –hongos que atacan principalmente hojas y tallos jóvenes- que afecta los viñedos, que representarían la población. En términos metafóricos se habla de prevenir esa «enfermedad ideológica». Uno de los militares, el General (Pierre Dux), expone que esa misma noche se realizará un acto de la oposición de izquierda, donde hablará el Doctor, que no será prohibido, pero que tampoco permanecerán de brazos cruzados, alentando disturbios a manos de provocadores de los grupos fascistas afectos para dar paso al atentado. «Esta noche nuestro objetivo es Lambrakis».

Para los círculos monárquicos y anticomunistas Lambrakis se había convertido en un fantasma. Temían que sacara a Grecia de la OTAN, posiblemente se tropezarían con una nueva Cuba en el Mediterráneo. Y la histeria de los obstinados anticomunistas estaba dirigida contra los resistentes que habían luchado contra la invasión nazi primero y la ocupación británica después. Tales voces de odio, en el apogeo de la Guerra Fría, permiten a Vasilikos decir: «¡Vive! ¡Vive! Y la idea de paz, por la cual su cuerpo se había sacrificado, de repente tomó una forma tangible y llenó el país. La misma inmortalidad que había inundado las calles también se apoderó de los corazones de los hombres… No hay muerte cuando un pueblo se pone de pie para mostrar su grandeza…».

Solo años después, mientras rebuscaba en una librería de usados por avenida de Mayo, encontré «Z» editado por Sudamericana. Vassilikos narra de manera magistral el asesinato del diputado socialista Grigoris Lambrakis, el 22 de mayo de 1963, y la investigación de su crimen que produjo una conmoción política en Grecia. El escritor habla en su novela: «Los que nos insultan, mis amigos, deben ser lamentados, porque nunca sabrán que estamos luchando por ellos. (…). Ni siquiera saben quién soy, quién eres, simplemente hacen su trabajo sucio para obtener el favor de sus amos. Todas estas personas tienen hijos que nunca pueden asistir a la escuela secundaria, mujeres enfermas, dientes defectuosos, úlceras gástricas, miedos, pulmones contaminados. Son, repito, para quejarse. Así que no detengas sus gritos. La historia continúa y algún día vendrán».

Costa-Gavras nos muestra, con sutiles pero llamativos flashbacks, la vida íntima del Doctor, la controvertida relación con su esposa (Irene Papas), de la que estaba separado, y su labor de médico, entre los bastidores del poder. Contradictorio, humano al fin, alejado de los estereotipos de los héroes sin mácula de Hollywood. Este es en esencia el propósito del director, que busca, ni más ni menos, mostrar la realidad sin dobleces.

Cuando Lambrakis fue ultimado, la crisis de los misiles en Cuba había terminado. La Guerra Fría y la histeria de los demagogos occidentales había alcanzado su apogeo. Y en ese cuadro el diputado promovía el desarme y demandaba la autodeterminación de Grecia.

Cuatrocientas mil personas acompañaron el cortejo fúnebre de Lambrakis. De la furia surgió el Movimiento Juvenil Lambrakis en 1964, fuerza crucial en el resurgimiento de la izquierda griega; Mikis Theodorakis es elegido como su primer presidente. En las paredes de Atenas y otras ciudades, cada día, aparecen pintadas en memoria del asesinado: «Z».

¡Chac! ¡Chac! ¡Chac! Los disparos de las cámaras fotográficas se repiten al infinito. En la platea del Argentino, nos asombramos. Los altos mandos militares pasan entre el enjambre de reporteros gráficos. Con uniforme de gala y condecoraciones, deben declarar en el juzgado: «Nombre, profesión… Firme su testimonio… ¡Se le acusa oficialmente de homicidio premeditado!… La ley prevé 24 horas antes que un oficial de alto rango ingrese a la cárcel… Si quiere evitar a los periodistas, puede salir por allí». Uno por uno, humillados por el juez de instrucción, los militares se retiran abatidos por la puerta trasera, escapando de los reporteros gráficos. Ya sentados en el borde de la butaca estallamos en aplausos y vivas.

No hay triunfalismos en la película. Con la conspiración descubierta, el juez de instrucción es misteriosamente apartado del caso. Testigos claves mueren en extrañas circunstancias. Los fascistas responsables del asesinato son sentenciados a penas irrisorias. Oficiales del Ejército y la Policía involucrados en la conspiración solo reciben castigos administrativos. Los colaboradores del diputado son asesinados o deportados. El periodista gráfico, comprometido en la investigación, es enviado a prisión acusado de revelar documentos oficiales. El desenlace nos deja sin aliento.

«Como género el cine político ha existido siempre, y no fui yo quien lo inventó. Lo que causó impacto fue que “Z” tratara sobre el poder, los militares, la justicia, el Gobierno, la guerra y la paz, a través de un personaje como Lambrakis, que fue víctima de un crimen político», es la afirmación de Costa-Gavras.

En los créditos de cierre, en lugar de mostrar el reparto y el equipo de rodaje, se lee una larga lista de prohibiciones impuestas por la junta militar griega. El pelo largo en los varones, las minifaldas, Sófocles, Tolstoi, Eurípides, romper las copas después del brindis, las huelgas laborales, Aristófanes, Ionesco, Sartre, Harold Pinter; la sociología, Beckett, Dostoievski, los Beatles y la música popular, las nuevas matemáticas… y la letra «z», que aparece garabateada en la última imagen de la película como recordatorio simbólico de que «el espíritu de la resistencia vive».

Andrea se impacientaba ya por abandonar la butaca y dejarnos llevar por la marea que animadamente se retiraba del Argentino… el desenlace me había dejado sin aliento. Ya en el aire fresco de la noche, mientras caminábamos por Esteban Adrogué, me anime torpemente a tararear «La corrida de Manuel». Tomados de la mano, adolescentes, lentamente comenzábamos a comprometernos con nuestro tiempo… tal como las películas que viene creando desde hace más de seis décadas Konstantinos Gavras.