LA SEGURIDAD DEL RÉGIMEN | La historia detrás del gatillo fácil y la masacre de Budge

Por Luciano CollaFacundo Sinatra Soukoyan | Entrevista a Sergio «Cherco» Smietniansky |

Cuando la gente del barrio comenzó a acercarse a la esquina, la camioneta de la Policía ya se encontraba a varias cuadras de allí. Quedaban detrás los sonidos de las balas, algún grito desesperado y el motor que aceleraba para perderse entre las calles. En la vereda, dos cuerpos yacían abandonados en medio de un charco de sangre. Eran dos de los tres jóvenes que hacía unos instantes se encontraban charlando y compartiendo una cerveza. El otro, el tercero, viajaba en la caja trasera de la camioneta. Por esas cosas del destino, había sobrevivido a los disparos y no podían dejarlo.

No sabemos qué pudo habérsele cruzado por la cabeza. Fueron unos minutos, tal vez menos, pero suficientes para saber la suerte que estaba por correr. Un vecino dirá que en la distancia llegó a escuchar algún disparo. Lo cierto es que, en algún momento, uno de los uniformados apuntó y apretó el gatillo. Inmediatamente, por las dudas, volvió a disparar. No dos, ni tres, ni cinco veces. Habían sido, según la autopsia, 18 certeros disparos. Más que suficientes para acabar con su vida.

Los tres policías responsables recibirían condenas. Sin embargo, gracias a la complicidad del poder, se podrían fugar antes. Recién volveríamos a saber de ellos varios años después. El oficial al frente de la operación sería el último en ser encontrado, tan solo unos meses antes de los 20 años, a poco de que la causa prescribiera. Gracias a la imprescindible labor de León Zimerman, abogado defensor de las familias de las víctimas y uno de los fundadores de CORREPI, se lograba dar con la justicia que la Justicia nunca iba a dar. Como bien podemos suponer, a los tres oficiales nadie los estaba buscando.

Charlamos con Sergio «Cherco» Smietniansky, militante y abogado de CADeP (Coordinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo), para acercarnos a aquellos días en los que, sin ningún tipo de apoyo judicial ni estatal -más bien todo lo contrario-, un grupo de personas movieron cielo y tierra a contracorriente para esclarecer los hechos y que la masacre no quedase en el olvido. La historia de una lucha que dio nombre a la práctica policial del «gatillo fácil», el fin de la primavera democrática y un baño de realidad de la Argentina que los medios trataban de ocultar. La organización del pueblo, contra la seguridad del régimen.

Sergio «Cherco» Smietniansky.

– ¿Qué representa la masacre de Budge en los comienzos de la democracia?

-La masacre de Budge viene a marcar el fin del sueño ochentista del Nunca Más. La idea de que, en democracia, no se violaban los derechos humanos. Que, con otra direccionalidad, con otra intensidad acorde con los tiempos que corrían, se seguían violando los derechos humanos. Es un poco lo que plantea, en su momento, León «Toto» Zimerman cuando sostiene que tres pibes tomando cerveza en una esquina que son asesinados por la policía es una violación a los derechos humanos. Y eso que ahora es absolutamente entendible, en esos tiempos, no lo era tan así.

Se venía de un movimiento de derechos humanos que estaba vinculado a todo lo que había pasado en el período genocida. Donde no había ninguna duda de que buscar a los bebés que habían sido apropiados era un tema de derechos humanos, de que el reclamo de juicio y castigo y aparición con vida tenía que ver con los derechos humanos. En esos días había quien preguntaba si los tres asesinados eran militantes o estaban en alguna organización. Y no, eran tres pibes en una esquina charlando y tomando cerveza.

– Con la dictadura terminada y el neoliberalismo ya cimentado, ¿podría decirse que el nuevo enemigo para la sociedad nace de los sectores marginados?

-Hoy el concepto del excluido está instalado, sobre todo después del 2001 o del 2002. En ese momento, por un lado, primaba la idea de «por algo será» y «en algo andarán», que en definitiva eran negros y villeros y, seguramente, chorros. En los sectores más ideologizados, estaba la idea de que el proletariado, hacia arriba, se relacionaba con la pequeña burguesía y, hacia abajo, con el lumpen proletariado. Y estos pibes representaban esto último. Entonces, Toto Zimerman, que para ese entonces no tenía mucho margen de donde agarrarse, empezó a construir. 

La masacre de Budge no es el primer caso de gatillo fácil, sino el primero en el que todo un barrio se organiza para pelear contra estos hechos. Y, para que pase a ser un caso emblemático, se da la combinación de dos factores: uno, es un barrio que sale a pelear por los tres vecinos que mataron; otro, es la irrupción de una figura como Zimerman, que le da direccionalidad política y una visión de organización, la idea de organizar. Si no se hubiese dado esa situación, no hubiese pasado lo que pasó.

Foto del Archivo Hasenberg-Quaretti.

– Podría, entonces, decirse que significó un quiebre en la lucha popular contra la represión y la impunidad policial.

-Es un quiebre en cuanto a la idea de que no eran tres locos sueltos. De ahí la consigna «no son tres policías, es toda la institución». Para llegar a entender cuál es el rol de la Policía, Toto Zimerman va a desarrollar una teoría. Él plantea que la doctrina de seguridad nacional que se había aplicado durante la dictadura con el objetivo de ejercer el control social y que tenía como principal brazo ejecutor a las Fuerzas Armadas -aunque no el único, obviamente-, a partir del 10 de diciembre de 1983, va a ser trasladado a las diferentes fuerzas policiales. De nuevo, no el único, pero sí el principal órgano ejecutor. Él lo denomina la Doctrina de la Seguridad Social. Dice que el rol de la Policía no es garantizar la seguridad ciudadana, sino garantizar la seguridad del régimen. Por eso, el rol que tiene asignado es el de ejercer el control social y, dentro de esa lógica, el rol represivo le es inherente.

Se cambia de un enemigo real que venía de la dictadura, que eran las organizaciones revolucionarias, la militancia sindical y todo lo que el sistema denominaba subversivo, a un enemigo potencial. Este enemigo ahora es el excluido, aquel que es mano de obra descartable, que no sirve para la lógica neoliberal. Así como en la dictadura la represión era direccionada -es decir, era general, pero direccionada hacia los sectores en lucha-, en el período institucional la represión policial también es generalizada, pero direccionada hacia los pobres y, en particular, hacia los jóvenes.

– Y tiempo después se declara mediante una ley el 8 de mayo como el Día Nacional contra la Violencia Institucional…

-Sí. Primero, hay que aclarar que violencia y represión no son sinónimos. Ya de por sí es un absurdo que el Estado fije una fecha para conmemorar un crimen cometido por el propio Estado, y que a su vez lo sigue cometiendo en tiempo real. Pero la idea de equiparar violencia con represión, en realidad, es licuar. Represión contiene una carga ideológica que violencia no tiene. La represión es un patrimonio exclusivo del Estado, la violencia no. La violencia a veces puede ser legítima -lo que sería la violencia popular- y, desde nuestro punto de vista, la represión nunca puede obtener ese carácter de legitimidad. Entonces, hablar de violencia institucional y no de represión estatal o represión institucional, ya de por sí, es licuar el tema.

– ¿Entendés que algo cambia a partir de Budge en el enfoque de las luchas por los derechos humanos?

-Esta masacre es un germen en el movimiento de derechos humanos en relación con la necesidad de organización y lucha contra el gatillo fácil y la represión policial e institucional. El 8 de mayo de 1987 se da este hecho y en 1988 el de San Francisco Solano, donde es asesinado Agustín Ramírez. Agustín también es un pibe pobre de un barrio humilde, pero además es un militante político y social que está vinculado a la diócesis de Quilmes que estaba influenciada por la teología de la liberación, donde estaba monseñor Novak -entre otros- y donde organizaban tomas de tierras bajo la consigna: «¿Quién le compró la tierra a Dios?». Toto Zimerman plantea que ahí se cierra el círculo del gatillo fácil, con la otra pata que es cuando la represión está direccionada hacia alguien en particular por su condición de militante popular. Bunge y Solano son un hito y, cuando se fusionan con la lucha por Walter Bulacio, van a dar surgimiento al primer organismo que va a abordar la problemática de los derechos humanos en democracia: CORREPI. 

En el caso de Bulacio, también se da la característica de un pibe joven, de un barrio humilde. Pero hay dos cuestiones que son fundamentales en esa situación. Una es que, si bien él era de Aldo Bonzi, estudiaba en un colegio de la Capital Federal con una larga tradición de lucha. La otra es que sea en el marco de un recital de Los Redonditos de Ricota, entonces, el rock en general lo toma como bandera de lucha. Ahí es cuando, realmente, se puede decir que ese germen que había nacido en Budge termina trascendiendo el movimiento de derechos humanos hasta dar origen a una organización que iba a cambiar un poco la historia. Volvemos a la idea de acabar con el sueño ochentista del Nunca Más. No porque quisiera acabarlo, sino porque era lo que estaba pasando.

– Y de la mano de estos tiempos también llega el concepto de vender seguridad.

-Exactamente. Se plantea la disyuntiva entre seguridad ciudadana o seguridad del régimen. El concepto de seguridad reducido a términos policiales. Que no te roben es un reduccionismo cuando, en realidad, para la gente la seguridad es otra cosa. Es tener un sueldo digno que le permita llegar a fin de mes o tener garantizada para sus hijos la educación pública en todos los niveles. Es saber que si se enferma va a ir a un hospital público y va a ser atendido, que el día que esté en edad se pueda jubilar, poder tener acceso a una vivienda digna o tener acceso a agua potable. Podríamos seguir y seguir con todas las cuestiones que tienen que ver con la seguridad, de las que, obviamente, el tema de que no te roben también forma parte, pero no es único ni exclusivo, sino que es un concepto mucho más amplio.

Foto del Archivo Hasenberg-Quaretti.

– ¿Considerás que hubo algún cambio político sustancial luego de la masacre o que algún Gobierno hizo algo al respecto?

-No hubo cambios profundos y sustanciales hasta estos días. De hecho, los casos de gatillo fácil nunca se lograron detener y es una problemática que atraviesa todos los Gobiernos. Si bien es cierto que, cuando hay Gobiernos que de manera abierta alientan ese tipo de políticas y mano dura -como fue el de Macri- los índices se disparan. Las fuerzas policiales son organizaciones absolutamente verticales y muy receptivas de la carta blanca. Después, ninguno pudo atacar el problema de raíz porque, básicamente, para hacerlo tenés que desmantelar el aparato represivo y modificar el rol de las fuerzas policiales. Más teniendo en cuenta que, hoy por hoy, tenés a la Policía que es la organización delictiva más importante que hay en el país. Es decir, todo el delito está manejado o está vinculado a las diferentes fuerzas policiales. Entonces, además del tema represivo, está el tema de que es el mayor foco de inseguridades. Para dar una idea, los índices de delitos dentro de las fuerzas policiales son infinitamente mayores que en la sociedad civil. La gente que delinque y forma parte de las fuerzas policiales es mucho mayor en sus índices que la gente que delinque y forma parte de la sociedad civil. Con lo cual, te plantea ese problema: más policía no es más seguridad, sino todo lo contrario.

– ¿Cuál es la tarea de un abogado en un caso de esta índole donde no solo se lucha por esclarecer la verdad, sino también contra toda una maquinaria estatal?

En la lucha contra el gatillo fácil, o contra cualquier violación a los derechos humanos, el abogado es alguien que pone en un papel lo que la gente quiere expresar. No es un rol mucho más trascendente que otras funciones. Nosotros, desde CADeP, siempre entendemos que la lucha se da en los tribunales y en las calles, y que gran parte de esa lucha depende no solo de la seriedad jurídica con que se encarguen los temas -que desde ya se encargan así-, sino también con la dinámica de la lucha popular.

En la mayoría los casos, se llega hasta donde se llega en función de esa correlación de fuerzas, pero, obviamente, la pelea hay que darla en todos lados. Nosotros consideramos que hay que darla en los tribunales y con un nivel jurídicamente serio, pero entendemos que es una pata y no la determinante. Que, si no se genera organización y lucha popular, las posibilidades de condena no son muchas. 

– ¿Cómo terminaron encontrando a los policías prófugos responsables de Budge?

-Estaba la certeza de que ni la Policía ni la Justicia ni el Gobierno los estaba buscando y tuvimos que armar un dispositivo de búsqueda. Toto Zimerman era consciente de que nadie lo iba a hacer y que dependía de nosotros. Entonces, tuvimos que comenzar una investigación paralela usando caracterizaciones y disfraces. También se hizo una campaña con afiches con sus imágenes, teléfonos y mails de contacto. En ese tiempo, recibíamos mensajes que a veces no se sabía si eran citas envenenadas. Te citaba una persona que decía que tenía un dato en algún lugar y teníamos que ir a contactarla.

Primero, vino la captura de Romero. Ubicamos dónde estaba y después nos presentamos con Toto en la Justicia diciendo que Romero estaba en tal lugar escondido. Cuando fueron a detenerlo, dijeron no había nadie, que no estaba ahí. A la semana apareció en otro lugar. Lo había capturado otra persona que se presentaba para cobrar la recompensa. Ahí nos dimos cuenta de que estaba en juego eso: si perdían a uno, por lo menos, no iban a dejar pasar esa porción de la torta.

Después, un día, logramos llegar a un cumpleaños de 15 de una nieta de uno de los policías en Necochea. Nos cruzamos con todo tipo de personas, gente que desconfiábamos, hasta que damos con la casa de Balmaceda en Florencio Varela. Ahí empezamos a ir todas las semanas a venderle pan. Ya estaba. Para ese entonces faltaban pocos meses para que se cumplieran los 20 años y quedaran prescriptas las causas. El final es conocido: los tres son capturados.

Como decía antes, la perseverancia dio sus frutos para encontrarlos, pero las luchas se dan en las calles y en los juzgados. Porque vos podés tener juicio y no tener justicia; que haya una condena, pero tener a los tres policías prófugos. De ahí la importancia de la campaña y la organización. Sin eso, no hubiesen caído. Recuerdo el día en que llamé a Toto para contarle que los habían detenido y cómo lloraba de alegría. En el 2006, con sus años encima, me dijo: «Mis sueños son dos: que cerremos el Pozo de Banfield y que caigan los prófugos de Budge. Si logramos eso, estoy hecho». Y lo hicimos.