LA EMBOCATORIA

Por Facundo Sinatra SoukoyanLuciano Colla |

¿Qué harías si un día te cruzás con uno de esos criminales por la calle?, le preguntó alguna vez una de sus hijas. Con la idea dándole vueltas en la cabeza, Alfredo Chaves imaginó una y otra vez cómo reaccionaría si la vida le ponía por delante a un represor de la última dictadura militar. Una pregunta que, hasta el momento, no tenía respuestas.

El 1º de septiembre de 1995 prometía ser un día más para Alfredo. Una jornada común y corriente, como tantas otras. Sin embargo, el destino le deparaba un momento que el pueblo guardaría en su memoria por siempre. Algo así como una especie de recompensa a falta de la justicia que la Justicia nunca da.

Ese día, quedaría cara a cara con uno de los más sádicos represores que tuvo la dictadura argentina. Un genocida que contaba con el privilegio de gozar de la total impunidad que le otorgaba el poder. Por un instante, Alfredo, que había sufrido 8 meses de encierro en el centro clandestino de detención El Vesubio, pudo escribir su historia. O, mejor dicho, parte de la historia del pueblo.

Veintiseis años después, nos lo cuenta con sus propias palabras.

– ¿Cómo te enteraste de la presencia de Astiz por la ciudad?

– Se había comentado -así como bien dice en la nota que publicaron ustedes- de la presencia de este criminal acá en Bariloche. No había mucha certeza, pero como había surgido una propuesta del Concejo Municipal de declararlo persona no grata, parecía que estaba confirmado. Sin tenerlo del todo definido, nos juntamos un grupo de militantes en el Hotel Malvinas, donde se decía que estaba alojado este asesino. Nos dirigimos ahí para tratar de hacer un escrache, era un día que caía agua nieve. Ese invierno fue terriblemente frío y nevador. Éramos un grupito muy chico y le dejamos una bandera enfrente del hotel que decía «Fuera de Bariloche Astiz asesino».

Hasta ese momento, lo que estaba era la noticia o el conocimiento de la presencia de él acá. A raíz de eso, conversábamos con mis hijas Flora y una de sus hermanas qué haría yo si me cruzaba con algunos de estos criminales por la calle. Como yo había estado chupado en la época de la dictadura, esta era una pregunta medio recurrente. Allá por el año 81 había tenido una fantasía cuando lo vi a Videla acá, todavía ejerciendo como dictador. Pero, evidentemente, eso quedó en la fantasía y nunca se concretó. Entonces les comenté a ellas que si me cruzara con uno le pegaría una piña y saldría corriendo.

– O sea que fue como premonitorio en algún punto, esa idea la tenías en la cabeza.

– Sí, la verdad es que si me acusan de premeditación y alevosía tienen razón. Lo tenía premeditado de alguna manera.

– ¿Y cómo fue cuando te lo cruzaste?

– Venía de dejar a alguna de las chicas en la escuela. Temprano a la mañana había pasado a tomar unos mates con mi viejo, que vivía en ese tiempo, acá en el centro de Bariloche. Yo vivía y trabajaba en la zona de Llao Llao, que está alejada 25 km del pueblo. Me dirigía después de estar con mi viejo de nuevo para allá por la ruta que bordea el lago Nahuel Huapi, una ruta muy transitada. Así que, justo enfrente del hotel lo veo parado. En realidad, más que verlo, lo vibré, percibí su presencia. Una pose muy soberbia, vestido con ropa de esquí, como esperando que lo pasara a levantar un vehículo.

Pasé justo por delante suyo y me empecé a preguntar si en realidad era él. Eran muchas coincidencias. Lo conocía solamente por fotos y de mucho más joven. Yo estuve chupado 8 meses en el Vesubio y él estaba en los grupos de tareas de la ESMA. Pero, más que nada, lo vibré, me pareció que era él junto a una mujer vestida también con ropa de esquí. Pasé con una camioneta gasolera que no arrancaba muy bien, preguntándome “¿Es o no es?” y recordando la conversación que había tenido con mis hijas. Entonces, pensé “Bueno, y si es, ¿qué hago entonces?”.

Ya había hecho como 2 km del lugar y retomé en la ruta. Todavía estaba parado ahí. Me escondí con la camioneta detrás del monumento de San Martín, espiando para confirmar si era o no. Cuando tuve casi la certeza, me agarraron unos nervios tremendos. Miraba que no hubiera guardaespaldas cerca, porque se decía que lo custodiaba Gendarmería. Como no vi a nadie, me fijé también en su ropa de esquí, buscando si se le notaba algún bulto en la sobaquera o en la cintura que indicara que podía estar armado. No percibí nada de eso. Lo miraba de unos 50 m de distancia, más o menos, pero tenía muchos nervios, mucho temor. En ese momento, se me vino la imagen de una madre de Plaza de Mayo pasando en un micro de turismo, y que justo este criminal se subía y se le sentaba al lado. Tuve esa imagen, la vi a la Madre en mi imaginación por la ventanilla del colectivo y no lo pude tolerar. Entonces me dije que a mí qué me iban a decir si me torturaron, destruyeron mi familia. Tenía un montón de autoargumentos que me justificaban la acción.

– ¿Cómo recordás la escena del encuentro?

– Volví a pasar por delante con la camioneta, mirándolo, muy despacito. Estacioné en la banquina y la dejé en marcha por si no arrancaba y tenía que salir corriendo. Ahí ya se me fueron todos los nervios. Lo enfrenté y le pregunté “¿Vos sos Astiz?”; me contestó “Sí, ¿vos quién sos?”, mirándome con cara de asco. Le dije “Vos sos un hijo de puta que todavía tiene cara de andar caminando por la calle” y, sin mediar otra palabra, me eché para atrás y le pegué un piñón en el medio de la cara que lo tiró al piso. Se tambaleó para atrás y cuando lo vi así destartalado, me le fui encima y le di patadas y trompadas durante 10 minutos. En un momento, me agarró de la cintura para tratar de contenerme y me empujó. Yo no tengo contextura física muy grande, mido 1,70. Él mediría por lo menos 10 cm más que yo y estaría 15 kg arriba, pero aun así no me pudo doblegar. Estábamos en la calle, en la mitad de una ruta muy transitada que tiene mucho tráfico y había cola de un lado y del otro mirándonos. Lo tuve agarrado hasta que un amigo que estaba ahí me reconoció y me fue a separar. Ahí lo insulté de arriba abajo, le dije que era un cobarde, que con los ingleses se había cagado en las patas, que no disparó ni un solo tiro en la guerra de Malvinas y lo único que sabía era tirar monjas por los aviones y asesinar adolescentes por la espalda. Que era un traidor a la patria.

Así que mi amigo, que era grandote, me levantó en el aire mientras yo iba con las patitas pataleando y me subió a su auto, arrancó y nos fuimos.

A los 2 km le digo “Che, mirá, dejé mi camioneta en marcha allá en el monolito”. Me dice “Pero ¿podés manejar?”. Yo estaba muy alterado, lloraba, me reía, estaba con toda esa adrenalina. Así que volvimos, agarré mi camioneta y cuando empecé a manejar me di cuenta que temblaba como una hoja. Hice unos kilómetros hasta la casa de un amigo y le conté lo que pasó.

En ese momento, llamamos a las Madres en Buenos Aires para avisar y hablamos a una radio de acá de Bariloche. Todavía sin dar mi nombre, me mantuve en el anonimato como una semana hasta que, en una conversación telefónica, Hebe de Bonafini me dijo “Tenés que darte a conocer porque es más seguro para vos, porque si no van a ir a buscarte y nadie va a saber si te hacen algo. Cuanto más se difunda, más protegido vas a estar”. Bueno, le hice caso a Hebe y ahí me blanqueé.

– ¿Y cómo fueron esos primeros momentos donde tuviste que volver a tu casa, hablar con tu familia, la cotidianidad? Después de ese hecho creo que hay un antes y un después en tu vida.

– Sí, por supuesto. Toda esa semana paraba en casa de amigos, no andaba más en mi auto, me prestaban otros coches y me moví así. Mi familia estaba muy orgullosa, mis hijas, mi exmujer, mis hermanas, mi papá. Si bien Bariloche era aún más chico en esa época, al poquito tiempo ya la gente, sin decir nada, me saludaba por la calle y me levantaba el puño. 

– Como señal de aprobación en silencio. 

– Exacto, manteniendo el secreto. Así que todo estuvo muy bien.

La Renga en vivo por el aniversario de la piña

– Después vinieron los actos y muchas más repercusiones. ¿Cómo viviste esos momentos posteriores?

– Sí, el reconocimiento, tanto de las organizaciones de derechos humanos como del pueblo en general, fue prácticamente unánime. Adriana Calvo vino para acá, hizo una juntada de firmas en todo el país pidiendo que me desprocesaran. Porque me hicieron un juicio por lesiones a instancia de la Armada y la causa la tomó un juez de Bariloche que declaró mi sobreseimiento. Recuerdo que me pedía que yo justificara como que había sido una emoción violenta, que no había podido controlar mis actos. Yo decía que no, que para nada. Lo hice con plena conciencia. Me decía que no me podía sobreseer si declaraba eso, entonces le dije “Haga lo que quiera, si quiere me mete preso, pero no voy a reconocer que lo hice por un impulso inconsciente. Tengo plena conciencia”.

Me hizo hacer una pericia psiquiátrica que determinó que, efectivamente, yo había sufrido un episodio de emoción y no podía medir mis actos. Finalmente, basado en eso, el juez me sobreseyó. Las repercusiones fueron nacionales, internacionales, recibí llamados y pedidos para notas periodísticas de todos lados, vinieron de la BBC de Londres para hacer un programa de televisión conmigo. Hasta me llamó Ragnar Hagelin, el padre de Dagmar, para saludarme y agradecerme.

Después, todos los años para el 1º de septiembre, día del episodio, hacíamos una convocatoria. La llamaron la “embocatoria”, porque yo había declarado en un medio que lo emboqué justo en la trompa y le pusieron ese título. Todos los años hacíamos el festival en el medio de la calle con eventos artísticos, político-culturales, obras de teatro, poesía, se leían documentos. Poníamos un escenario justo donde había sido el episodio e invitábamos gente. María del Carmen Verdú vino durante unos años y La Renga tocó gratis 3 veces. Hacíamos charlas en las escuelas, era pleno menemato, así que la movida política fue muy importante.

Después hubo un episodio luctuoso justo para esa misma fecha, una tragedia en un cerro donde murieron nueve chicos de la Universidad del Comahue que hacían el profesorado de Gimnasia. Yendo por la montaña, se les desprendió un bloque de hielo, se produjo una avalancha en el Cerro Ventana y fallecieron. Ya no daba para festejar y suspendimos las actividades. Excepto cuando se cumplieron 10 años, que volvió a venir La Renga e hicimos un evento.

Alfredo Chaves hablando durante los festejo del 10º aniversario. 2005

A 26 años de aquel suceso, hoy, ¿cómo lo recordás? ¿Cómo te cambió la vida?

– Te imaginás que para mí fueron todas satisfacciones posteriores, no tengo más que regocijarme del reconocimiento popular. Es el día de hoy que la gente no lo olvida. En Bariloche quedó grabado como un hito, como un ícono de la lucha por los derechos humanos. Siempre explico que este no fue un acto de venganza ni mucho menos, que fue una reacción completamente frontal y honesta. No necesité ni de arma, ni de una patota, ni de nada. Fui a mano pelada a enfrentarme con el criminal, así que no tengo reparos al respecto por más que haya habido algunas expresiones de que no se podía tomar la justicia por cuenta propia. Yo digo que de ninguna manera esto es hacer justicia. Es una magra recompensa, digamos, un poco de reivindicación y de poner en el relieve el recuerdo de nuestros 30.000 compañeros detenidos desaparecidos. De dar una respuesta desde el pueblo, lisa y llana, sin ningún poder detrás, sin nada. Así que lo sigo recordando de ese modo, sigo estando muy orgulloso de mi propia actitud y me siento más que satisfecho.

Foto de portada: José Luis Zamora

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