
- El asesinato de Janusz Korczak
El oficial nazi abrió la puerta con autoridad y golpeó su bota contra el piso. Trataba de imponer todo el respeto y el terror que su posición le otorgaba, pero Janusz Korczak se había preparado para ese momento. Llevaba tiempo pensando, sobreviviendo de alguna forma entre recuerdos, humor obligadamente negro o presagios que por momentos lo horrorizaban. Distintas formas de resistencia con la única finalidad de buscar la manera de seguir. “¿Cuántas cosas has defendido? ¿Por cuántas has luchado?”, escribía en las páginas de su diario. Para mayo de 1942, ya no eran secreto las voces que hablaban de deportaciones masivas. Korczak sabía bien que los nazis estaban comenzando otra fase de su purga y que, tarde o temprano, le tocaría el turno a sus niños y niñas. Meses antes de que fueran a buscarlos, retomó su diario. Una forma de memoria, de preguntarse y entender, de continuar pese a todo.
Para 1939, los nazis invadieron Polonia. Korczak se había negado a llevar la estrella de David pese a la imposición y las amenazas y, además, como si fuese poco, vestía el uniforme polaco. Los alemanes lo trasladaron al gueto de Varsovia y, con él, a su orfanato de 200 huérfanos y huérfanas. El escritor, pediatra, pedagogo y activista social recibió varias ofertas para salvaguardar su vida, pero decidió rechazarlas. En Varsovia, los días se sucederían unos a otros. Tristes, desmoralizantes, entre frío y hambre. Su tarea, como la había sido siempre, era seguir enseñando en resistencia.
Una noche despertó de una pesadilla, otra más y ya perdía la cuenta. «Otro sueño: en el tren, me trasladan metro a metro hasta un compartimento donde ya hay algunos judíos. Y esta noche: cadáveres, cadáveres de niños». El invierno era crudo y la mayoría de las estufas no funcionaban. Los niños y las niñas compartían sus colchas, lo poco que tenían y hasta las migas del pan. Pese a lo que significaba el infierno entre nazis, continuó educando por un mundo más justo, a la par, hasta el final de sus días. Su vida había sido dedicada a quienes menos tenían, a quienes el sistema humillaba, a construir un mañana mejor.
La mañana del 6 de agosto de 1942, oficiales nazis se presentaron y ordenaron que salieran. Era el comienzo de la fase de exterminio de quienes habitaban el gueto. Korczak se puso al frente y, en fila, niños y niñas fueron saliendo por las calles de Varsovia. Dicen que, antes de subir al tren, tuvo otra oportunidad de escapar y la rechazó. Como fuera, había llegado hasta ahí sabiendo la función que buscaba cumplir. En medio de un silencio asfixiante, un niño lo tomó del abrigo y el resto llevaba su juguete o libro preferido. Seguramente, Korczak pensó en ese momento que había logrado hacer mejores sus últimos días; ser, hasta el final, lo que querían ver en el mundo. Minutos después, escoltados por nazis, partieron rumbo al campo de exterminio de Treblinka.