
- El 1º de Mayo y los Mártires de Chicago |
La ciudad de Chicago amanecía en medio de un clima enardecido y el pronóstico no prometía calma. Los medios solo hablaban de la falta de disciplina del pueblo trabajador y los patrones exigían al Estado una solución inmediata. Así, decían, no se podía más. Era el 1º de mayo de 1886, la huelga ya estaba en marcha y la ciudad se ponía de pie. Con el paso de las horas, lo que había nacido en unas fábricas comenzaba a expandirse por el país. Entre varios puntos, se demandaba el fin de las jornadas laborales que llegaban a las 14 horas y de los aberrantes salarios que cobraban las mujeres. Pero no se reclamaban solo algunas modificaciones en el sistema, se soñaba cambiarlo todo. Se respiraban aires de que, luchando, era posible.
Para el 3 de mayo las movilizaciones iban en aumento y la prensa ya hablaba del «peligro de los anarquistas y socialistas». Luego de una masacre policial a las puertas de una fábrica, una proclama comenzaría a circular para anunciar a una manifestación en repudio a las constantes represiones. Escrita por el anarquista Fischer, allí se llamaba a comprender que, mientras el pueblo era explotado, en los palacios “se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden». Por eso, al día siguiente, la gente se convocaba a reunirse en la plaza de Haymarket.
Al final de la jornada, mientras la multitud empezaba a dispersarse, 175 policías se acercaron al lugar. Venían a suspender un acto que estaba terminado. Cuando su ataque ya era inminente, un explosivo voló por los aires y estalló entre los uniformados. Si bien en su momento no se supo quién lo arrojó, una violenta represión en la que la policía terminó disparándose a sí misma sería el pie para una cacería colmada de conspiraciones. Durante esas horas, se detuvo a ocho anarquistas, algunos de los cuales ni siquiera habían estado en Haymarket. Se instalaba en la sociedad un claro problema: el peligro de la unión del pueblo trabajador.
Con los ocho anarquistas señalados, y luego de un burdo juicio repleto de irregularidades, se condenó a la horca a cinco de los mártires de Chicago y la prensa informaba que el anarquismo había muerto. En las puertas del tribunal, un integrante del jurado confesaba que los condenados eran «demasiado inteligentes y demasiado peligrosos” para sus privilegios. Dentro, el fiscal decía al juez: «Ahórquenlos y salvarán a nuestras instituciones». Tiempo después, fueron ejecutados y la población asustada por las alarmas de los medios volvía a dormir en paz. Era el orden que soñaban. Antes de ser condenado, el anarquista Parsons diría al jurado: «El sistema capitalista está amparado por la ley y, de hecho, la ley y el capital son una misma cosa”. El pueblo, por su parte, daba un paso enorme en una lucha que comprendía que ningún derecho se ganó jamás esperando la solidaridad de los sectores dominantes.