MÁS ALLÁ DE MARX

  • La muerte de José Carlos Martiátegui |

Más de 20 días postrado en la cama y una fiebre que no daba tregua. Los 40 grados habían pasado a ser la temperatura habitual y, en el último tiempo, los tratamientos médicos eran parte de una rutina agotadora. Con una pierna amputada y la otra atrofiada desde su niñez, Mariátegui insistía en que las vidas son «como las flechas que deben alcanzar necesariamente un blanco». Y la de él «no había llegado todavía al suyo». Por eso, continuó su trabajo hasta el último día, fiel a sus convicciones de que la teoría tan solo es una expresión de la práctica. Era abril de 1930 y, conviviendo con un malestar que se agudizaba hasta lo insoportable, una de las mentes más brillantes del continente americano comenzaba a transitar sus últimos días.

No muchos meses atrás, la policía había vuelto a allanar su domicilio. Tenían la orden de detenerlo. Otra vez. Además, su revista Labor fue clausurada en el afán de lograr silenciarlo. «Se trata de crear el vacío a mi alrededor aterrorizando a la gente a que se me acerque, de sofocarme en silencio», escribiría en una carta. Y tenía razón. Para el presidente Augusto Legía era imprescindible tener controlado a un hombre que, desde su diario, instigaba al pueblo a movilizarse por sus derechos. Por eso lo enviaría a Europa, en una suerte de deportación disfrazada de beca. Pero Mariátegui sabría aprovechar la oportunidad.

En un período en el que los movimientos revolucionarios hacían mella en el viejo continente, participó de huelgas, tomas de fábricas y presenció la gestación del Partido Comunista Italiano. Además, aprovechó para formarse en las teorías marxistas que trasladaría a sus tierras. Sin embargo, lejos de hacer un dogma de las ideas de Marx, Mariátegui sostuvo que, aunque el socialismo nació en Europa, está en la tradición americana: «La más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia, es incaica».

De vuelta en su Perú natal, fundó la revista Amauta donde acercó las corrientes europeas con las culturas populares de Latinoamérica. Ahora, el marxismo tenía su propia lectura desde las mismas raíces de su país. Un «socialismo indoamericano» que mostraba que no era preciso forzar un modelo pensado a miles de kilómetros de distancia, sino entenderlo desde la realidad concreta de cada región. Las comunidades campesinas e indígenas debían ser su propio eje en la gestación del socialismo. El 16 de abril de 1930 su cuerpo dijo basta. Fallecía perseguido por el Gobierno y por los aficionados a un stalinismo en auge que no perdonaba escapar de sus moldes. “El más grande cerebro de América Latina ha dejado para siempre de pensar», publicaban desde Amauta. Pese a tantos aciertos, esta vez, estaban equivocados. Recién empezaba a abrirse camino.