
- El secuestro de Carlos Gustavo Cortiñas |
El micro se puso en marcha. Era el domingo 10 de abril, durante las Pascuas de 1977. En la vereda, mientras el chofer se acomodaba para partir, Nora y Carlos saludaban a su hijo Gustavo que debía regresar a Buenos Aires junto a su compañera Ana luego de unas breves vacaciones en Mar del Tuyú. Nora tenía en mente quedarse unos días más y viajar hacia Mar del Plata para el cumpleaños de un familiar, pero algo cambió los planes. Para ese entonces, Carlos le dijo que se sentía intranquilo y que prefería adelantar su regreso. Por eso, empacaron sus cosas y emprendieron camino. El sábado 16, finalmente, llegaron a Buenos Aires. Allí se encontraron con Ana y con su otro hijo, Marcelo. Nadie sabía nada de Gustavo.
Ana contaría que, la noche anterior, un grupo de militares vestidos de civil habían ingresado en la casa de Nora y Carlos. Durante el allanamiento, ella había sido esposada a una silla y colocada contra la pared para ser sometida a un interrogatorio. A cada respuesta que daba, contaría, los militares se decían entre ellos «coincide». La información que buscaban estaba siendo corroborada con otra obtenida. Luego de recorrer la casa y de robar pertenencias de la familia como era costumbre, los represores se fueron como habían entrado. De Gustavo, seguía sin haber noticias. La verdad la sabrían varios años después.
La fría mañana del 15 de abril de 1977, a las 8:45, Gustavo salió hacia la estación de Castelar. Como cada día, caminó hacia el andén y aguardó el tren para viajar rumbo a su trabajo. En ese momento, un grupo de tareas de la dictadura lo secuestraría a plena luz del día. Tenía 24 años, formaba parte de la Juventud Peronista y, entre otros trabajos, había participado junto al padre Mugica haciendo labores solidarias en las villas de Retiro. A partir de ese momento, para Nora y su familia comenzaban tiempos de amenazas, de miedos y valentías obligadas. De buscarlo hasta debajo de las piedras, en medio del terrorismo de Estado, con el temor de que eso no implicara un castigo mayor para Gustavo.
Años atrás, Nora recordaba haberle pedido angustiada que se cuidara en las movilizaciones, que evitara exponerse mucho yendo delante de todo donde las fuerzas represivas pudieran verlo. “Yo no te voy a prometer eso, mamá”, le contestó, porque “si no voy yo, va otro y es lo mismo”. Si no soy yo, al fin y al cabo, sería “el hijo de otra madre”. Durante las rondas en la plaza, Azucena Villaflor les daría a sus compañeras el mismo mensaje: ahora, es «todas por todas y todos son nuestros hijos». Gustavo era un soñador, recordaría Nora Cortiñas, que, “como miles de jóvenes, mujeres y hombres, había asumido un gran compromiso con su pueblo. Esos sueños, esas utopías serán realidad si seguimos levantando sus banderas de lucha día a día».