POR DARLE VIDA A NUESTRO PUEBLO

  • El asesinato de los hermanos Vergara Toledo | Dia del Joven Combatiente |

Los medios se pusieron de acuerdo y, el 30 de marzo de 1985, la misma versión salió a las calles de Chile. Palabras más, palabras menos, todos repetían el discurso que bajaba desde la dictadura de Pinochet. Esa mañana, el diario La Nación publicaba: «Dos antisociales mueren al enfrentar a carabineros». Luego comunicaba que dos jóvenes habían sido interceptados por un grupo de uniformados mientras se disponían a robar un almacén. Al verse acorralados, los delincuentes sacaron sus armas y dispararon. En defensa, los carabineros respondieron. En ese enfrentamiento, concluirían, los atacantes terminaron muertos. Exceptuando algún detalle aislado, todos coincidían en los hechos.

Un año antes, para marzo de 1984, la casa de la familia Vergara Toledo fue rodeada. Una vez más, las fuerzas represivas se preparaban para allanarla. Esta vez, dos micros y un furgón aguardaban frente a la puerta y un grupo de carabineros escondidos apuntaba con sus metralletas. No querían fallar. Buscaban a Eduardo y Rafael, dos jóvenes de 17 y 18 años. Pese a que ingresaron violentamente y robaron libros y cuadernos, no pudieron dar con nadie. La casa estaba vacía. En aquel momento, la familia observaba los hechos a unas pocas casas de allí. Sabían que, si volvían, serían presa de los militares.

Días después, Rafael fue detenido a cuadras de su escuela y a su madre se le prohibió visitarlo por «mujerzuela», «terrorista» e «ignorante». Su militancia desde el cristianismo, contra la pobreza y la marginación social, era molesta para la dictadura. En ese contexto, sus hijos fueron dando forma a una adolescencia de lucha. Con el paso de los meses, ambos dejaron su casa. Como diría su madre, habían elegido jugarse la vida «por darle vida a nuestro pueblo». Desde ese entonces, se sumaron al MIR y buscaron un espacio que desde la lucha cristiana no encontraban. Para la noche de año nuevo de 1985, se reunieron con su madre y su padre, hablaron sobre el futuro y sus vidas para luego despedirse. Esa, aunque no lo sabían, sería la última vez que se verían.

La noche del 29 de marzo, Eduardo y Rafael viajaban junto a 4 compañeros del MIR. Fueron emboscados por un operativo de carabineros y, sin disparar un solo tiro, eran atacados. Mientras intentaban escapar, ambos se separaron y Eduardo fue alcanzado por las balas. Inmediatamente, Rafael regresó para socorrerlo y fue acribillado de 8 tiros. Según su madre, no murió de inmediato: «Estaba vivo todavía y estiró la mano para tomar a su hermano». Fue rematado en un furgón y colocado junto al cuerpo de Eduardo. Horas después, la policía allanó la casa de la familia y puso en marcha el montaje mediático. Un guion imprescindible en los tiempos del Plan Cóndor que, muchas veces, no perdería efectividad en democracia.