CORRE, LIMPIA, DESAPARECE

  • El Caso Omar Carrasco |

Sebastiana y Francisco llegaron al cuartel de Zapala y se presentaron ante el soldado de la recepción. Venían desde Cutral Có y dijeron ser la madre y el padre de Omar. Era el primer franco que le tocaba desde que había ingresado hacía 15 días al servicio militar y querían ver cómo llevaba su nueva vida. Su padre, además, estaba algo preocupado ya que lo había visto triste porque “no le gustaba para nada tener que hacer la colimba”. Para su sorpresa, el soldado simplemente se limitó a decirles: “no está, su hijo es un desertor”. Eso era todo. En aquel momento comprendieron que algo extraño estaba pasando. Era imposible que hubiese tenido una reacción así.

El 3 de marzo de 1994, Omar Carrasco dejó su casa. Por sorteo, le había tocado hacer el Servicio Militar Obligatorio (SMO) y, si bien los estudios médicos indicaban que podía ser exceptuado, un simple sello bastó para declararlo apto. Sin discutir, como era su costumbre, Omar cumplió con el deber impuesto. Sin embargo, luego de tres días de abusos y golpizas, un día nadie volvió a verlo. Según las plantillas militares, a partir de ese entonces, el soldado Carrasco era un desertor. Un desaparecido. Sus familiares no recibirían más explicaciones que las brindadas por el uniformado. Quedaba en sus manos comenzar una lucha que, en poco tiempo, sería la de todo Cutral Có.

Para el Estado, lo más idóneo fue dejar la investigación en manos de la Justicia militar. Los días siguientes serían claves para modificar los escenarios y adaptar los hechos a sus conveniencias. Así, el 6 de abril, el cuerpo de Omar apareció a 700 m del edificio del cuartel. Se encontraba golpeado, con el torso desnudo, un ojo perforado y vistiendo un pantalón varios talles más grandes. Era el segundo rastrillaje que se hacía en esa zona luego de que el primero no hubiera dado resultados. Una extraña anomalía que se repetiría a lo largo de las décadas.

El testigo más importante afirmó que Omar había sido torturado por los militares. Pero su declaración fue suspendida, ya que, según el expediente, le dolía un dedo. Más tarde, gracias a una segunda autopsia, se pudo demostrar que el cuerpo había estado escondido cerca de un mes en el cuartel. En cuanto la verdad comenzó a salir a la luz, el presidente Carlos Menem firmó un decreto que terminaba con el SMO. Más de 100 años de colimba que habían comenzado durante la presidencia de Julio Roca. En lo que refiere al asesinato, la Justicia giró en torno a torturas, un mal tratamiento médico, recetas falsas, papeles desaparecidos y rastrillajes armados. En 2005 la causa por encubrimiento prescribió y siete militares fueron sobreseídos. Con solo tres condenados del menor rango existente y un sargento, se cerraba el Caso Carrasco. El fin del SMO no cambiaría el problema institucional y seguirían siendo los mismos jóvenes quienes sufrirían la impunidad militar. Otros Carrascos vendrían luego, el mismo punitivismo los recibiría. El sistema no cambiaba, se adaptaba.