Por Paula Kearney | (A)crónica Nº2. Livertá! en el encuentro zapatista |

- 1º Sesión. 28 y 29 de diciembre. Cideci-Unitierra, San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México.
La acreditación de prensa, una vez más, me da el privilegio de estar entre las primeras personas que ingresan al recinto. Me siento en primera fila. Me acomodo. El termo y el mate en el piso, delante de mí para verlos y no patearlos. En la falda, la mochila que oficia de apoyo para el cuaderno de notas. Hay carteles sobre la mesa del escenario que indican dónde se sienta cada quién. Marcos y el Sub Moi comentan algo y se ríen. En la silla asignada a John Holloway hay una mujer (la única en la mesa). Detrás, un par de decenas de zapatistas completan el escenario. También hay flores de papel, muchas y de muchos colores. A mi derecha, de pie contra la pared lateral, una fila de milicianes pasea por el espacio los ojos que asoman del pasamontañas. La cabeza al frente, el cuerpo erguido y los ojos atentos. Hay quien calza borcegos y quien calza botas de goma. La imagen es imponente.
Comienzan las exposiciones y en algún momento me distrae una niña zapatista que juega a un lado del escenario. Juega con los firuletes de una reja, después en el piso con algo como frascos que no puedo ver bien, después va y se sienta upa de su mamá (una de las Comandantas que está en el escenario, entre el grupo sentado detrás de quienes están disertando). Después vuelve al piso, y así hasta el receso para comer. Cuando empieza la segunda mesa estoy afuera, terminando una entrevista, y entro al recinto, repleto de gente, cuando las conferencias ya comenzaron. Me acomodo en un huequito en el piso. Ahora ya no veo el escenario. Veo la espalda de quien está sentado delante mío y a su lado un niño que, sentado en el piso, usa la silla como escritorio para la computadora en la que juega videojuegos. El ruido del videojuego me desconcentra un poco pero logro abstraerme.

Mientras intento poner mi atención en lo que se está diciendo, pienso en la niña del escenario y en el comienzo de la exposición de Carlos Aguirre Rojas: «Algunas de las muchas lecciones que he ido aprendiendo de este movimiento (…) sobre todo observando con cuidado las prácticas que ellos llevan a cabo, (…) el modo en que construyen la vida, la manera en que tratan de crear una nueva educación (…), la manera en que ellos todos los días, a todas las horas, en todos los lugares y en absolutamente todos los frentes del tejido social, despliegan su existencia y su rebeldía».
Desconozco si la niña zapatista sabe que hay videojuegos. Supongo que no. Sin embargo, eso no significa que desconozca todos los desarrollos de la tecnología. Si alguna vez necesitó que le realicen un análisis de laboratorio, o un ultrasonido, seguramente lo conoció en Hidalgo, donde funciona el hospital-escuela zapatista. También puedo inferir que conoce los cigarrillos industriales, ya que el Sub Moi está fumando uno y durante el almuerzo he visto a varios jóvenes zapatistas fumando. Me interpela la contradicción con el cuidado de la vida, y entonces resuena en mi cabeza el «¿y tú qué?», que habían preguntado les zapatistas. Y el «¿y nosotros qué?», según reformularon.
«Cuando decimos nosotros, decimos también muchas minorías», aclara el Capitán Insurgente Marcos y remarca que «lo urgente, lo inmediato, lo necesario, es parar la guerra», porque «así nos tienen -dice- discutiendo el tamaño de los crímenes». Y entonces pregunta: «¿Es que hay crímenes buenos y crímenes malos?». Recuerdo que «falta lo que falta».
Admiro la perseverancia del movimiento zapatista en la construcción de otro mundo posible. Pienso en El Común, que están practicando y nos presentarán, y en la recomendación que dejó Marcos de que escuchemos a las comunidades zapatistas y de «hacerse responsables de lo escuchado».
Asocio el escuchar al leer freireano. Sí, ya sé, nos invitan a «no recurrir a citas bibliográficas», y una vez más reconozco la dificultad de generar pensamiento propio y «dar pistas para una investigación». Entonces vuelve la pregunta: ¿Cómo llevamos El Común a nuestros territorios, a nuestras vidas cotidianas?

Cuenta una compañera zapatista, que cuando dijeron «para todos todo, para nosotros nada», inmediatamente se preguntaron: «¿Cómo se va a hacer en práctica esa palabra que dijimos?». Y entonces comenta algunas de las acciones cotidianas que vienen realizando, entre las que destaca el apoyo a las comunidades desplazadas, los trabajos de milpa y panadería con las hermanas partidistas, y el respeto a los tiempos que llevan los procesos colectivos. «Las discusiones se alargan. Llevan horas, días. Por eso es difícil, pero vemos que sí se puede», relata la compañera.
Para les zapatistas, la democracia es «el acuerdo que se saca entre hombres y mujeres», explica un Comandante, y aclara que «se hace cuando se necesita, no cada cuatro o seis años como hace el Mal Gobierno (…). Ahí no hay nada de democracia». Si algo resalta en las diferentes exposiciones, mientras nos van compartiendo sus formas de ser-hacer-estar, es que su andar es difícil y es lento.
«Tenemos que entender que el cambio somos nosotros. Mujeres y hombres tenemos que hacerlo», interviene el Sub Moi mientras va mostrando detalladamente, con dibujo y todo, la nueva forma de organización de gobierno, que adoptaron cuando decidieron mandar «a la chingada El Pirámide», según ilustró una Comandanta. «A mí me daría confianza un movimiento que es capaz de cuestionarse a sí mismo», apuntó el capitán.
La Comandanta, por su parte, describió que se dieron cuenta de que en la estructura de El Pirámide, estaban copiando «lo que tiene del mal sistema capitalista», de «los malos gobiernos»: que «no funciona realmente como debe de ser, que el pueblo que esté bien preparado, preparada». El Pirámide, sigue, «crea personas importantes» y eso hace que «el grupo de autoridades como que son los más importantes» y «cada vez más se van alejando del pueblo», y «no llegan completas las informaciones con los pueblos».
Hasta ahí, y entre otras cosas que han quedado en el tintero, lo malo. Pero la Comandanta rescata algo de lo bueno de El Pirámide: «Fue una escuela, fue una universidad. No tuvimos manuales. No tuvimos libros ni maestros. La misma necesidad del pueblo nos obligó para pensar, para analizar, cómo vamos a gobernar para nuestros pueblos». Por eso «no podemos hacer manifestación, plantón, meeting, bloqueo, -dice el Sub Moi y explica con una pregunta- porque ¿quién lo decidió? ¿Ah?». El auditorio ríe y Moisés continúa: «La de ustedes, no sé. Ya no sé ya cómo es. Ya no es mi mundo». En el mundo zapatista, recuerda el Comandante, «el pueblo mismo tiene el deber y la obligación de cuidar y vigilar su gobierno».
Entonces el Sub Moi vuelve al pizarrón donde había dibujado El Pirámide. Lo borra y dice: «Este es el nuevo ‘dibujo’, le digo yo a los compañeros, no sé como le dicen ustedes. ‘Organigrama’, o algo así, ¿no?, u ‘organismo'», y dibuja tres siglas, cada una dentro de un círculo, ubicadas una al lado de la otra: GAL, CGAZ y ACGAZ.

El vocero zapatista repasa el gesto del círculo en el aire para señalar la primera sigla y dice: «Entonces, este, son los pueblos. Centenares de pueblos con su Gobierno Autónomo Local, que otros le decimos ‘son representantes’, pero le pusimos el nombre de GAL, nada más para distinguir pues. Es la más importante, porque son los pueblos que hay nomás».
«Y luego, -dice repitiendo el gesto del círculo sobre la sigla CGAZ- esto, son como agrupaciones entre varios pueblos, de treinta, cuarenta, cincuenta pueblos, o más, que le llamamos Colectivo de Gobiernos Autónomos Zapatistas, donde llegan todos estos GALes», y vuelve a señalar el círculo de la izquierda.
«Cuarenta, cincuenta, sesenta pueblos -enumera dibujando en el aire pequeños circulitos dentro del área del CGAZ -llegan en esta asamblea, que nosotros le decimos ‘región’.».
«Y luego, está aquí esto», dice revoleando el fibrón sobre el último círculo y punteando sobre cada letra de la sigla ACGAZ: «La Asamblea de Colectivos de Gobiernos Autónomos Zapatistas, que son estos que están aquí». Y con el «aquí» vuelve al primer círculo y marca los GAL: «Centenares de pueblos que se van a una asamblea -y traza en el aire una flecha directa de los GAL al ACGAZ-, donde van a planear, donde van a discutir ventajas y desventajas, donde van a acordar los acuerdos de propuesta que le van a llevarle a los pueblos. No ellos lo van a decidir. Sacan acuerdo de propuestas y se llevan en cada pueblo», describe esbozando una flecha en el aire que vuelve hacia los GAL.
«Entonces, ahora sí, las autoridades de los pueblos se conocen aquí», subraya señalando la ACGAZ, y explaya: «Miles de autoridades. Discuten de miles de compañeros pues, así como estamos en esto -comenta señalando al auditorio-. Esa es la gran asamblea. Esa es la autoridad. Ese es el gobierno pues. Ellos saben cual es la que sí se pueden decidir y cual es la que no se pueden decidir. O sea, por ejemplo, hacer reglamentos, como estaban diciendo los compas, o leyes, ellos no lo pueden decidir que así va a quedar esa ley o ese reglamento. Se tiene que llevar en los pueblos hasta que salga pues en sí la mayoría».

Así, de corrido, continúa en pura castilla: «Y uno de los debates pues así en eso, es que a veces sale minoría que no está de acuerdo lo que dijo la mayoría. Entonces esa mayoría dice ‘a ver, explíquennos cuál es la ventaja de la desventaja que ven’. Entonces esa minoría tiene derecho de plantear por qué no están de acuerdo lo que ya se acordó. Ya cuando se dan cuenta, pues la mayoría -dice- ‘Es cierto. Aquí fallamos. Retomemos eso lo que están diciendo esa minoría. ¿Estamos de acuerdo?'», y levantando el brazo derecho en un gesto como de quien levanta un peso pesado, exclama «¡¡uiiii!!». El auditorio ríe. El Sub Moi remata: «Eso es lo que se llama democracia. Véanlo en su gobierno de ustedes, de su regidor, su síndico, a ver si lo hace así».
Ya nadie ríe. El Subcomandante continúa: «Nosotros lo estamos planteando esto. No estamos diciendo que es la mejor. Falta que lo veamos aquí, ¿cómo?, ¿qué más hace falta que se mejora?», y describe cómo ya han comenzado y se han reunido con todas las autoridades de salud, porque en esa gran asamblea que es la ACGAZ están les coordinadores, formadores y promotores de salud. «Es una gran asamblea donde ya están empapados desde el principio los que dan el servicio de salud pues. Es una gran discusión, no como antes, que era nada más pues el grupo de Juntas (de Buen Gobierno, JBG) o de MAREZ (Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas)», detalla.
Y cuando creíamos que ya habíamos entendido, el Sub Moi nos sorprende subrayando los tres círculos con una gran línea en el aire, y sentencia: «Esto es una zona». Y mientras dibuja otro círculo, más grande que los anteriores, va explicando: «Entonces se hace una gran asamblea donde van llegando las doce zonas, que nosotros le decimos ‘Inter AC GAZes’, porque comen mucho Mumo, por eso lo hacen mucho gas», y pregunta al auditorio: «Sí saben qué cosa es Mumo, ¿o no?». Hace una pausa, y explica: «La planta Hierba Santa, y eso produce mucho gas, ¿no?».
Quizás es la cantidad de información, pero me cuesta asimilar el chiste. Moisés retoma la descripción minuciosa de la nueva organización de gobierno: «Inter ACGAZ: ya sea para salud, para educación, escuela, ya sea para Común, según ya sea el tema, el punto que se va a discutir. Se hace en gran asamblea de las doce zonas, de los doce ACGAZ, y ya cada zona va a llevar en todos los pueblos, a ver qué».
Como cierre, ante un gran número de cabezas ladeadas con seños fruncidos que miran al pizarrón, y manos que ya no saben ni qué escriben en lo que intentaba ser un apunte claro, concluye el Sub Moi: «¿Que no lo entendieron?, pues nunca lo van a entender».

Y así es que los caracoles van lento, pero avanzan. Ahora están mirando el día después, en ciento veinte años. Ya en noviembre de 2023 nos hablaban de Demi, la niña que vive con la libertad de elegir porque atravesamos la tormenta y tiene las herramientas para hacerse cargo de su libertad. «Aunque difícil lo que vamos haciendo, pero mientras sigamos aquí lo vamos a hacer», dijo una joven zapatista que insiste: «Nuestra libertad es el derecho que tenemos a cuidarnos también», y aclara que no es lo mismo libertad que libertinaje, pues «hay que hacerse cargo de la libertad».
En ese sentido menciona que, como jóvenas, ya hacen sus reuniones, sus «diferentes formas de arte, y esa también es una forma de lucha», que «dentro de la autonomía ya es bien diferente que dentro de la clandestinidad», resalta haciendo una comparación con las condiciones en que vivieron sus mamás y sus abuelas.
Ayer, cuando el relevo de mando del finado Sub Marcos al Sub Moi, el Viejo Antonio había dicho «solo nos tenemos a nosotros mismos». Todavía falta lo que falta.
Desde las orillas del río Paraná.
Una (a)cronista en Livertá.