LA ÉTICA PERIODÍSTICA

  • Sobre el asesinato del periodista Luciano Jaime |

Alguien avisó a Luciano Jaime e, inmediatamente, tomó sus cosas y partió hacia el departamento de La Caldera, provincia de Salta. La noticia decía que un militante del Frente Revolucionario Peronista había sido encontrado acribillado. Su nombre era Eduardo Fronda y su asesinato formaba parte de una desatada persecución policial tras la intervención del Gobierno provincial de Miguel Ragone por orden de María Estela Martínez de Perón. Ese 8 de enero de 1975, cuando Jaime llegó al lugar de los hechos, se encontró con un grupo de uniformados que cercaban la zona. En medio, el cuerpo. El oficial Joaquín Guil lo miró con desprecio. Lo cierto es que hubiese preferido que ningún periodista se acercara y, muchos menos, él. Mientras observaba la escena, Jaime notó que los policías simulaban buscar pistas para identificar el cuerpo. Desbordado, se acercó y les dijo: «¿Cómo no van a saber quién es, si ustedes lo tenían detenido anoche en la Central de Policía?».

Lo que vendría luego sería una minuciosa investigación que saldría publicada en el periódico El Intransigente con la firma de Luciano Jaime. Sabiendo que la versión oficial distaría de la verdad, visitó a la familia del joven para contarles la verdad sobre su muerte. Los días siguientes no serían tan distintos y volvería a confrontar una y otra vez con las autoridades. Finalmente, sacaría a la luz un artículo en el que rebelaba el informe médico que detallaba las torturas a las que había sido sometido Fronda. La paciencia de las autoridades se empezaba a agotar.

Mientras los medios ocultaban todo, El Intransigente tenía la osadía de publicar. Por eso, el jefe de redacción, Rodolfo Plaza, fue citado para tener una charla privada con el comisario Livy. Jaime, por su parte, estaba más que avisado. Unos días después, por si le quedaban dudas, fue detenido e interrogado. Serían tres largas noches en una celda común para luego ser liberado. Sus compañeros le insistieron para que dejara de trabajar, que en cualquier momento lo iban a matar. Pero Jaime no se iba a callar. Al fin y al cabo, de eso se trataba ser periodista.

El 12 de febrero de 1975 recibió una llamada telefónica. Antes de partir, avisó a una compañera: «Si mañana no vengo, mové cielo y tierra, porque Joaquín Guil me acaba de amenazar de muerte». Ese mismo día, una camioneta sospechosa pasó frente a la redacción. Horas más tarde, pasadas las ocho de la noche, Jaime se despidió y caminó hasta la parada del colectivo. De ahí en más, su rastro se perdió. Dos días después, partes de su cuerpo aparecieron destrozadas por gelamon en un paraje, a 20 km del centro. Hoy sabemos que fue asesinado tanto por la Policía de Salta como por la Federal. Jaime pagó las consecuencias de ejercer un trabajo que cada vez se realiza menos: investigar, comprometerse, escribir y comunicar. En otras palabras, el oficio de ser un periodista de verdad.