LA INCENDIARIA

  • Louise Mitchel |

París ardía en llamas. Las tropas del Ejército de Versalles atacaban la Comuna y para Louise Michel, que se encontraba en el frente, aquellos días serían como haber “vivido mil años”. Era la semana del 20 de mayo de 1871 y la burguesía francesa, con el imprescindible apoyo alemán, avanzaba dispuesta a terminar con la revolución e imponer de nuevo su orden. Sería todo un ejército armado contra el pueblo organizado. Sabían que era un combate sumamente desigual, pero, si la Comuna no iba a sobrevivir, no sería sin resistencia.

Maestra, escritora, anarquista y revolucionaria, Louise Michel fue una de las figuras más relevantes durante aquella insurrección. A la par de sus compañeras, luchó para conquistar la igualdad de derechos, el divorcio y el trabajo equitativo. Enarbolando por primera vez en la historia una bandera negra que pasaría a ser ícono del anarquismo, formó parte de aquella gesta de la que nacería una nueva forma de organización social. A partir de ese entonces, todas las personas eran iguales ante la ley, la Iglesia era separada del Estado, las fábricas abandonadas eran expropiadas y se instauraba una educación libre y gratuita. El pueblo organizado moldeando una sociedad más justa.

La noche del 24 de mayo el fuego cubría la ciudad. Se estima que más de 30.000 personas fueron masacradas por el ejército en aquellos días. Durante la persecución, la madre de Louise Michel sería detenida, lo que obligó a la revolucionaria a entregarse para salvar su vida. Luego de varios días de encierro, mientras las calles de París se cubrían de sangre de comuneros y comuneras, sería llevada a juicio. Allí, diría ante el tribunal: «No quiero defenderme, no quiero ser defendida. Pertenezco por entero a la revolución social y declaro aceptar la responsabilidad de todos mis actos; la acepto sin restricción”. Para el poder, era una mujer demasiado peligrosa para dejar en libertad.

Deportada a la isla de Nueva Caledonia, colonia francesa, colaboró con la causa de su independencia y se acercó a su pueblo junto al que luchó durante siete años. Una noche, recordará, un grupo de personas se acercó a despedirla antes de partir para combatir a quienes llamaban “los blancos malvados”: “Entonces, dividí la banda roja de la Comuna, que había conservado a través de mil dificultades, y se la di como recuerdo”. Tras su regreso a París, retomó el camino que había quedado atrás. Ese fuego eterno que había nacido junto a sus compañeras, las “incendiarias” -como las denominaban sus enemigos-, y que nunca dejó de arder. Sabía bien que, «cuando la multitud hoy muda ruja como el océano y a morir esté dispuesta, la Comuna resurgirá».