LAS FLORES ROTAS

  • La Primavera de Praga |

Había que reformar el socialismo o, mejor dicho, aquello en lo que lo habían convertido. Esa suerte de dominó histórico que había comenzado con la Revolución húngara tiempo atrás y atravesado su proceso en el Octubre polaco, ahora llegaba a Praga. Los pueblos del mundo enfrentaban años de grandes cambios y sueños de revolución. Desde movimientos populares, estudiantiles y huelgas obreras, pasando por la Revolución de los Claveles o el Mayo francés, hasta Vietnam, Cuba y el ascenso de Allende. Para el pueblo checo, que llevaba años bajo la órbita de los herederos del stalinismo, era hora de levantarse por un «socialismo con rostro humano».

La presión social ya era imparable. Para el 5 de enero de 1968, el presidente Antonín Novotný ya no contaba con apoyo popular y, tras ser destituido, Alexander Dubček asumió en su reemplazo. Decía llegar al poder con la idea de forjar su propio camino hacia un socialismo más justo. Tal como había ocurrido en Hungría años atrás, en Checoslovaquia no se demandaba el fin del comunismo, sino hacer foco en una verdadera democratización, en las libertades individuales y los derechos sociales. Contrarios a los mecanismos que la URSS había adoptado del stalinismo, la Primavera de Praga llegaba con una larga lista de reclamos para repensar sus formas.

Con el pueblo en las calles, el 4 de marzo se declaró la abolición de la censura y, para el mes siguiente, se lanzó un programa a favor de la libertad de prensa, expresión y movimiento. A esto, además, se le sumaba la apertura a un Gobierno multipartidista. Todo bajo la consigna de que «el socialismo no puede significar solo la liberación de los trabajadores de la dominación de explotar las relaciones de clase», sino que debe orientarse en pos del pleno desarrollo del pueblo. Sin embargo, con el paso de los meses, la reacción soviética comenzaba a hacerse notar.

Si bien se hacía hincapié en continuar con un rumbo marxista, los altos mandos soviéticos argumentaron que, por temor al crecimiento de un sistema burgués, era necesaria una intervención. Así, recién comenzando el 21 de agosto, las tropas del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia. Ante la entrada de tanques a Praga, y pese a que Dubček pidió no resistir, el pueblo salió a las calles. De forma espontánea y mediante acciones no organizadas, la gente ofreció su lucha. Aparecieron las primeras barricadas y se aplicaron diversas tácticas de despiste como modificar nombres de calles o pueblos para desorientar. Sin embargo, poco pudieron hacer ante el avance de una caravana de tanques y, tiempo después, la primavera del pueblo vislumbraba su fin. A fuerza de armas y en nombre del socialismo, el sueño socialista concluía en Praga.