
- El secuestro de Fischer y Bufano
Octubre de 1974. Un comando parapolicial irrumpía violentamente en una casa. Según la información recibida, era el domicilio en el que vivía Jorge Fischer, y su misión era secuestrarlo. El resto ocurriría en pocos minutos. Los hombres de la Triple A destruyeron todo a su paso y, fieles a un estilo que no cambiaría, robaron algunas pertenencias. Dando por descontado que se trataba del indicado, golpearon, torturaron y secuestraron al hombre que encontraron dentro. Sin embargo, pronto descubrieron que habían cometido un pequeño error. La persona que tenían con ellos no era Jorge, sino su padre. Así, consumado el fracaso, decidieron soltarlo en un descampado. Para Jorge Fischer, sería tan solo una muestra de los tiempos por venir.
Los días siguientes, tanto Jorge como su compañero de lucha Miguel Ángel Bufano decidieron no presentarse a sus trabajos en la fábrica Miluz. Ambos eran militantes de Política Obrera y habían sido protagonistas de la toma de la empresa llevada a cabo tras una serie de reclamos por derechos y mejoras salariales. Pero para esos tiempos, el país estaba cambiando. En aquel entonces, el Gobierno de Perón ya había dado sobradas muestras de lo que vendría y, poco a poco, la represión comenzó a crecer. Eran los días de la Triple A, un preámbulo del genocidio.
El 13 de diciembre de 1974, Jorge recibió un llamado en su casa. Era el médico de la empresa Miluz que le pedía que, por favor, fuera a la fábrica cuanto antes. Si bien Jorge estaba de licencia por problemas de salud, decidió ir. Al llegar, se reunió con Bufano en una oficina. Afuera, sus compañeros comenzaron a notar que algo raro ocurría en la calle. Eran varios autos, entre ellos algunos Ford Falcon, que daban vueltas por la zona. Sin demoras, alguien advirtió a la policía y, en pocos minutos, algunos patrulleros se acercaron para pedir identificación a quienes deambulaban. Pero eso sería todo: tras una breve conversación, se retiraron dejando a los autos seguir circulando.
Al salir de la fábrica, Fischer y Bufano subieron a un colectivo de la línea 67 junto a sus compañeros. No mucho después, notaron que un auto los seguía. Para cuando pudieron reaccionar, el coche cruzaba al colectivo y algunos supuestos pasajeros sacaban armas y los obligaban a bajar. Acto seguido, Fischer y Bufano eran separados del resto. Dos días después, llegaba la noticia de que ambos habían aparecido acribillados en un basural de Avellaneda. Faltarían años todavía para que pudiera comenzar la lucha por justicia, entre amenazas de muerte a familiares y el asesinato de un obrero testigo a manos de un policía. Una lucha a contracorriente ante la impunidad, la democracia y una burocracia sindical que, muertos sus viejos referentes, sigue más viva que nunca.