
- La Revolución rusa |
Una multitud se acercaba hacia las puertas del Palacio de Invierno. Iban a pedir al Zar Nicolás II un poco de lo mínimo que se necesita para sobrevivir. Casi 140 mil personas, en su mayoría campesinas, que ya no soportaban más la miseria y el clima de violencia que se vivía. Era el 22 de enero de 1905, y lo que recibirían en respuesta fue una cruenta represión que pasaría a la historia como el Domingo Sangriento. Para el pueblo, ya no habría nada que suplicar al poder, nada en qué confiar. Tal vez, aunque no lo supieran, de aquel domingo empezaba a germinar la semilla de una revolución heroica.
Los años posteriores traerían movimientos populares y huelgas generales donde el campesinado jugaría un rol clave. El pueblo disperso comenzaba a organizarse y de las acciones de lucha surgirían los soviets, masas trabajadoras y campesinas autoorganizadas en consejos obreros que buscaban terminar con el régimen zarista y salir de la pobreza extrema. Órganos independientes de la tutela estatal que, poco a poco, irían tomando cada vez más preponderancia en Rusia. Al frente de los bolcheviques, uno de los sectores que crecían como opción a la gestación de un nuevo sistema, se encontraba Vladimir Lenin. A su lado, León Trotsky, hombre que sería elegido como presidente de los soviets unos meses antes de la Revolución. En este contexto, para octubre de 1917, ya se sentía que algo importante estaba por pasar.
La noche del 6 al 7 de noviembre, la insurrección comenzó. La Guardia Roja bolchevique fue avanzando casi sin encontrar resistencia hasta llegar y tomar el Palacio de Invierno. Liderados por Lenin y Trotsky, el pueblo en armas tomó el mando de una revolución inmensa, el golpe más grande al capitalismo en la historia. Entre varias medidas, se abolió la propiedad privada, se redistribuyeron tierras y se nacionalizaron empresas y bancos. Era el nacimiento del sueño de una república socialista, la contracara del imperialismo occidental.
Con el paso del tiempo, el pueblo comenzó a sentir las grietas. El poder fue tomando poder y los soviets, que en un comienzo eran el leitmotiv de la revolución, pasaron a ser un simple apéndice. La rebelión de Kronstadt y la guerra al majnovismo fueron una de las tantas pruebas que evidenciarían las contradicciones emergentes y el duro porvenir. Años después, ya muerto Lenin y con Trotsky exiliado, poco quedaría de aquella gesta eterna de un pueblo que se levantó a luchar. «La libertad solo para los partidarios del Gobierno, solo para los miembros de un partido, por numerosos que sean, no es libertad en absoluto», diría Rosa Luxemburgo en 1919. La libertad es para quien piensa diferente, «porque todo lo que es instructivo, sano y purificador en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece cuando la ‘libertad’ se convierte en un privilegio especial».