EL FALSIFICADOR ANARQUISTA

  • Lucio Urtubia |

¿Qué delito es el robo de un banco comparado con el hecho de fundar uno?, se preguntaba, casi retóricamente, un hombre que vivió convencido de que la utopía no solo es útil, sino necesaria. Lucio Urtubia había nacido en Cascante, España, un 18 de febrero de 1931, y pasó su infancia en medio de la guerra civil mientras su familia intentaba que la pobreza lo afectara lo menos posible. Con su oficio de albañil, que lo acompañaría gran parte de su vida, Lucio se adentró en la Federación Anarquista francesa. Allí, no solo aprendió el idioma que le facilitó conseguir trabajo en París, sino que conoció los primeros escritos que lo acercaron al anarquismo. Antes de fallecer su padre, de ideas socialistas, le dijo una frase que, según sus propias palabras, marcaría el rumbo de su vida: «Si yo naciera otra vez, sería anarquista».

Fue durante su estadía en Francia que refugió en su casa a Quico Sabaté, uno de las personalidades más destacadas de la guerrilla antifranquista en Cataluña. Para Lucio, Quico fue «su maestro del anarquismo». Con el tiempo, comenzó a seguir sus pasos y a participar en expropiaciones para ayudar a distintas causas, pero los asaltos a los bancos no eran para él, decía, “por miedo a hacerles daño a los empleados”. Así fue que se adentró en el mundo de la falsificación de moneda para financiar grupos anticapitalistas y dar el golpe a las corporaciones bancarias. Estaba convencido: «ellos son los ladrones».

Entre 1980 y 1982, Lucio y su gente llenaron la ciudad de cheques de viajero falsificados, extendiendo luego su actividad a toda Europa y Latinoamérica. Al poco tiempo, lo que hoy es el City Bank entró en crisis y, para evitar la quiebra, los gerentes del gigante estadounidense firmaron un acuerdo con Lucio a cambio de dinero para que detuviera la falsificación. En otra oportunidad, copió las numeraciones de 30.000 francos e hizo cientos de talonarios iguales que, el mismo día y a la misma hora, coordinados con suma exactitud, fueron cambiados en distintas ciudades del mundo. Otro colapso del sistema. Pero las planchas de falsificación nunca fueron encontradas y apenas pasó unos días en prisión. En lo que refiere al dinero obtenido, Lucio lo destinaba a ayudar gente, a causas sociales o a financiar grupos de izquierda o anarquistas: «era para causas justas, jamás para mí… era un honor».

Así vivió, esquivando y burlando a ese sistema que sumió a su familia en la pobreza y, hasta el final de sus días, creyó «en la posibilidad real de acabar con las injusticias sociales». Ese vasco anarquista que pasó su vida dejando bien alto una lucha por la que dio todo fallecía luego de 89 años de inquebrantable ética y solidaridad. Hasta su último día, pidiendo «a los jóvenes que se atrevan a cambiar el mundo».

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