
- La Revolución de Noviembre |
Berlín, 29 de octubre de 1918. En talleres y fábricas, en cuarteles y en calles, se respiraba en el aire que, tarde o temprano, algo importante iba a ocurrir. La Primera Guerra Mundial había consumido al país entero, y las secuelas, poco a poco, se tornaban cada vez más evidentes. Agotado tras cuatro años de una guerra devastadora, el pueblo alemán había perdido toda fe en el káiser Guillermo II. Ese día, con el imperio tambaleando y al borde del abismo, en el puerto de Kiel, los marineros se rehusaron a obedecer las órdenes. Sabían que la misión contra la Royal Navy británica era suicida, por lo que se negaron rotundamente a zarpar. Desde ese momento, como una chispa en un monte seco, la rebelión comenzó a crecer desde las costas hasta el corazón de Berlín.
Pese a los intentos por contener el levantamiento, marineros de otros barcos se sumaron a la insurrección y, en pocos días, el país se vería sumido en un sinfín de huelgas, protestas y una furia colectiva que el Gobierno era incapaz de contener. Ante estos hechos, y con las grandes ciudades ya tomadas por el pueblo, en la tarde del 9 de noviembre, una noticia sorprendía a toda Alemania: había abdicado el káiser Guillermo II. En Múnich, entretanto, un consejo de trabajadores y un grupo de soldados derrocaban al último rey de Baviera. El socialista pacifista Kurt Eisner proclamaba el Estado Popular de Baviera, mientras, en el resto de los estados, los príncipes gobernantes iban abdicando uno a uno. Así, la monarquía, que durante siglos había gobernado con firmeza, se derrumbaba como un castillo de cartas.
En medio de este clima de revueltas y con el trono imperial vacante, el poder recaía en el líder del Partido Socialdemócrata, Friedrich Ebert, hombre convencido de que había que evitar una revolución social en pos de mantener el orden. Para ese entonces, el líder de la Liga Espartaquista, Karl Liebknecht, proclamaba que la vieja monarquía estaba muerta y que era momento de alzar la bandera de una nueva Alemania libre y socialista. Rosa Luxemburgo, por su parte, mantenía la cautela que la caracterizaba, apoyando la revuelta y promoviendo las luchas, pero observando de reojo la espontaneidad de la insurrección y advirtiendo sobre la falta de preparación de las masas para llevar adelante la revolución.
Era el comienzo de la Revolución de Noviembre, un levantamiento que cambiaría el rumbo de la historia alemana. Con un país herido y golpeado, en contexto de alta conflictividad social y económica, se ponía fin a la monarquía y se daba inicio a una nueva y frágil República de Weimar. Por delante vendrían años de hiperinflación, altos niveles de desempleo, pérdidas de territorio y un agudo resentimiento generalizado entre la población. Y, en medio de las duras condiciones del Tratado de Versalles y disputas políticas por el rumbo del país, un grupo de ultraderecha comenzaba a emerger entre las tensiones y el descontento popular: el partido nazi.
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