
- El asesinato de Maurice Bishop y la operación Furia Urgente |
El pueblo de Granada aseguraba que la revolución no había derramado sangre ajena. Ni una gota. Toda la que llegó al suelo de la isla caribeña fue propia. Y demasiada. El mismo Fidel Castro les daría la razón al afirmar que «de las propias filas revolucionarias surgieron hienas». Así se explica cómo, poco a poco, se buscó hacer caer mediante conspiraciones al hombre que había encaminado a un pequeño país a llevar a cabo su revolución. El 13 de octubre de 1983, Maurice Bishop era destituido y encarcelado por partidarios del vice primer ministro Coard, quien, a su vez, llegaba al poder mediante un golpe. Un cargo al que, a duras penas, lograría aferrarse durante tres días.
Dicen que, esa jornada, las calles de Granada comenzaron a llenarse de gente. Bajo la demanda generalizada de «queremos a Bishop, no a Coard», la cuarta parte de la población total se movilizó exigiendo la inmediata liberación. Gracias a esta creciente revuelta popular, a las pocas horas, Bishop era liberado y se anunciaba que daría un discurso frente a su pueblo. Sin demoras, la facción opositora movilizó a las tropas: había que evitar de cualquier forma que su voz fuera escuchada. Lo que vendría luego sería una brutal masacre en que la Bishop y otros funcionarios fueron fusilados. Así, además, se daba el puntapié que abría las puertas a los Estados Unidos para entrar directamente al país. Ahora, darían el golpe final.
Si bien Granada cuenta con un territorio muy pequeño, la sombra del socialismo era muy grande. El ejemplo de un país que salía de un 90% de analfabetismo gracias a la educación libre, que fomentaba la organización popular y el desarrollo económico, y que había creado un sistema de salud gratuito para todo el pueblo, no era algo menor para el poderoso vecino del norte. Por eso, el 25 de octubre, a pocos días del asesinato, Estados Unidos daba comienzo a una violenta invasión bajo la falsa excusa de que Granada construía cohetes de forma secreta y que la pista de aterrizaje que habían creado para fomentar el turismo era, en realidad, una base militar de la URSS. Además, según palabras de Ronald Reagan, había 600 estadounidenses estudiando medicina en la isla y eso lo preocupaba mucho.
Así, una población golpeada por el fin de su revolución veía a los militares invasores desembarcar en sus tierras mientras cerca de 400 soldados y algunos obreros cubanos esperaban para la defensa. «Se quiso matar el símbolo que significaba la revolución granadina -dirá Castro-, pero el símbolo ya estaba muerto». Así, se “mató a un cadáver y a la vez se resucitó el símbolo”. Bishop ya no estaba, quedaba un pueblo al que terminar de aplacar. Apaciguar toda posible expansión socialista en Latinoamérica, terminar de controlar lo que el Plan Cóndor había aplastado en el sur. Mientras tanto, la revista Time informaba enérgica al mundo sobre el “amplio apoyo popular” que tenía una invasión que pisaba prometiendo democracia.