LA CATÁSTROFE SIN FIN: UNA MIRADA NECESARIA A UNA PALESTINA URGENTE

Por Luciano Colla |

La sobreinformación suele cumplir el papel opuesto al buscado por quienes, genuinamente, intentan informar. Cientos de enlaces, decenas de reels o titulares repetitivos, día tras día, logran que ciertos temas se vuelvan monótonos. Como resultado, el lector –o espectador casual– termina saturado sin siquiera haber leído o escuchado una palabra. En concreto, genera agotamiento y abruma, haciendo que lo relevante pierda importancia.

El problema -entre los varios que esto conlleva- radica en cómo este peligroso mecanismo acaba creando acostumbramiento o normalización de las peores aberraciones que se viven en los tiempos que corren. Y, no accidentalmente, por esta misma razón también se utiliza. Aunque las mayores tragedias inunden nuestras pantallas a diario, romper el cerco de una masa anestesiada ya no es tan sencillo. Nos han adaptado a convivir con el terror, y hemos aprendido a aceptarlo más fácilmente cuando lo vemos desde lejos.

En medio de esta peligrosa y oscura dinámica, se encuentran quienes intentan ofrecer una perspectiva diferente, proponiendo una vuelta de tuerca para evidenciar una barbarie que nos espantaría fácilmente si la leyéramos en un libro de historia o, más aún, si nos sucediera a nosotros mismos: el complejo trabajo de atravesar la barrera de las cómodas indignaciones transitorias -y selectivas- y mostrar lo que pasa a contramano de los medios masivos.

Con este objetivo, un grupo de docentes, estudiantes y graduados de la carrera de Historia en Rosario publicó «Palestina ayer y hoy. Una historia urgente». Un escrito que, en sus propias palabras, busca «contextualizar un acontecimiento que los medios de comunicación hegemónicos habían comenzado a tratar con total irresponsabilidad».

Conversamos con Adriana Vázquez, profesora de historia y colaboradora del libro, para acercarnos a un genocidio que está teniendo lugar en este momento, a la sombra de los grandes medios, pero
cuya génesis se remonta a décadas atrás.

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– ¿Cómo le explicarías a alguien que no conoce sobre el conflicto Palestina-Israel cómo un día se logró imponer la fundación de un país ocupando el territorio histórico palestino?

– Para empezar, tomaría como eje de referencia el fin de la Primera Guerra Mundial y, luego, el fin de la Segunda Guerra. En el fin de la Primera Guerra, se consolidan los objetivos imperialistas con la construcción del mandato británico sobre Palestina, definido por el acuerdo Skyes-Picot. Es decir, en 1916, ese acuerdo establece los límites dentro de los cuales cada uno de los países, Francia y Gran Bretaña particularmente, tomarían posición en la zona. En este caso, nos enfocamos en el mandato británico porque es el que atañe a la región de Palestina y en cómo la finalización de la Primera Guerra Mundial ubica al imperialismo británico en esta situación de llevar adelante una política que podríamos denominar de doble estándar, ya que ayuda al deterioro y a la crisis interna del Imperio Otomano, uno de los derrotados en la Primera Guerra Mundial.

Con la derrota del Imperio Otomano, los pueblos árabes quedan supuestamente liberados del yugo turco y pasan a depender del mandato británico. Digo «política de doble estándar» porque el apoyo a los árabes para liberarse de los turcos se da al mismo tiempo que Gran Bretaña promete a la comunidad judía, a partir de la Declaración Balfour, la disposición de establecer un hogar nacional judío en Palestina. Ahí hay una primera conexión entre Gran Bretaña y el sionismo, que está aspirando a generar este hogar nacional judío. Gran Bretaña propicia la inmigración judía al territorio palestino, y esta va a ir creciendo.

Hay una cuestión permanente respecto del poblamiento. Históricamente, la comunidad judía intentó revertir la tendencia demográfica de lo que significa la población palestina. Es decir, sumar población judía para contrarrestar la cantidad de población palestina, que, además, supuestamente, era casi inexistente según las palabras del fundador del sionismo.

Luego me enfocaría específicamente en la Segunda Guerra Mundial, donde, atravesada por el Holocausto y por todo lo que significó la persecución de los judíos en el régimen nazi, se crean las Naciones Unidas: un organismo que plantea la necesidad de llevar adelante una reparación histórica con los judíos en un contexto en el que hay una comunidad internacional lógicamente sensibilizada por los horrores del Holocausto.

A partir de la resolución 181 de Naciones Unidas, que se suscribe en la Asamblea General, se produce el plan de partición. Este plan tiene una serie de problemas que no solamente tienen que ver con los límites de cada Estado, sino también con otros que se arrastran hasta la actualidad, como los lugares santos y, específicamente, el estatus que va a tomar la ciudad de Jerusalén. Pero creo que los problemas más profundos no se inician con la partición propiamente dicha, sino a posteriori.

En el primer año después de la creación del Estado de Israel, se produce la primera guerra árabe-israelí, conocida como la Guerra de Independencia para los israelíes. Luego del reconocimiento de Estados Unidos y de la Unión Soviética, y a pesar del repudio del «mundo árabe» a la creación del Estado de Israel, este obtiene un triunfo clarísimo con un apoyo occidental permanente. Israel, en ese primer año, realiza una extensión territorial con un porcentaje altísimo: del 53% que le había otorgado la resolución 181, pasa a tener un 78%. Lo más importante es que los territorios árabes quedan partidos en dos territorios absolutamente incomunicados: la Franja de Gaza y Cisjordania.

Esto abriría un ciclo de guerras y de expansión territorial que se recrudece con la Guerra de los Seis Días (1967) y, con mayor ímpetu, en la guerra del Ramadán o, como la llama la comunidad judía, la Guerra de Yom Kipur (1973), en la cual el Estado de Israel termina con la ocupación total del territorio palestino.

– En el libro mencionan que el sionismo sostiene la idea de que Palestina era un territorio sin pueblo, mientras que los judíos eran un pueblo sin territorio. Si tuvieses que explicar qué es el sionismo, ¿cómo lo definirías?

– Lo definiría como un movimiento político-nacionalista. Lo explicaría teniendo en cuenta esa particularidad, especificando que el surgimiento del sionismo es de fines del siglo XIX, en el contexto en el que hablábamos, del auge del colonialismo y del imperialismo. Y que justamente utiliza, desde su surgimiento y con mayor profundidad en las consecuentes expansiones que produce luego de la creación del Estado de Israel, esa -podríamos decir- frase fundadora del movimiento de Theodor Herzl en el primer congreso sionista de 1897, y que va tomando cada vez más fuerza, significando esta invisibilización de una población que no solo supuestamente no existe como tal, sino que, si existe, no tiene humanidad.

Entonces, lo que trataría de diferenciar es esta idea de pensar a los judíos en su totalidad y asemejar esa totalidad judía con el sionismo. Cualquier cuestionamiento que hoy se hace al Estado de Israel te convierte ineludiblemente en antisemita o, lo que es más grave, en nazi. La idea es intentar derribar la noción de que hay una política nacionalista y de derecha del sionismo que no representa a la comunidad judía en su totalidad.

Vista del casco antiguo de la Ciudad Vieja de Hebrón, Palestina

– ¿Cómo creés que el sionismo pasó de ser un proyecto marginal a convertirse en una ideología de Estado tan arraigada?

– La ideología del Estado de Israel, más allá de las diferencias políticas de los Gobiernos que han transcurrido desde 1948 hasta la actualidad, es una política de Estado que es coherente con la lógica del sionismo. Me parece que ese paso se relaciona con eso, porque, si bien el movimiento sionista nace con una necesidad propia, casi inherente a la historicidad del pueblo judío, que tiene que ver con reclamar para sí mismo la construcción de un Estado (y eso aclarando que no todos los judíos en ese momento tenían el mismo objetivo, sino que había disparidades), a partir de 1948, se convierte en una ideología de Estado y redefine la identidad judía.

Entonces, esa idea primera de fines del siglo XIX, que suponía la solución de esta cuestión judía, se transforma en 1948, en un contexto donde la comunidad internacional lógicamente condena el Holocausto, y el sionismo logra hegemonizar la política del Estado de Israel. Desde ese momento, a mi entender, para siempre.

– En el capítulo «El sionismo bajo la lupa» mencionan esa equiparación que se hace muchas veces entre sionismo y semitismo. ¿Creés que existe una utilización de esto por parte del sionismo para sacar provecho?

– Sin duda, es una construcción absolutamente provechosa para el sionismo. Te decía al comienzo cómo cualquier cuestionamiento al Estado de Israel supuestamente te convierte en nazi. También hay una equiparación por los contrarios: antisionismo supone antisemitismo. Y esa construcción es cada vez más arraigada.

Tiene que ver con lo que hablábamos recién: ese paso de ser un proyecto marginal a ser la ideología del Estado de Israel está construido discursivamente con esta lógica. Un movimiento minoritario que intenta hablar «en nombre de». Es decir, el sionismo se autodefine como portavoz de la comunidad judía y habla en nombre de todos los judíos. Se erige como fuerza motora de cualquier accionar y está supuestamente avalado por toda una comunidad, cuando sabemos que no es así. Pero, institucionalmente, sí se construye como la fuerza de la toma de decisiones. Lo otro es la resistencia de quienes no están de acuerdo con las decisiones del sionismo, aquellos que siendo judíos no comulgan con esta idea.

Una panadería en Nebi Rubin, en el sur de Palestina, antes de la ocupación.

– En el capítulo «Judíxs x Palestina» mencionan a colectivos judíos que rechazan la ofensiva sobre Palestina y también hacen referencia a las relaciones entre los judíos no sionistas y el Estado de Israel. ¿Cómo describirías esta convivencia entre ideas tan dispares?

– Sí, claramente hay colectivos en contra de la política que está llevando a cabo el Estado de Israel, desde siempre, en Argentina y a nivel internacional; y emergen con más fuerza en este último tiempo donde cada vez es más clara la situación, podríamos decir, humanitaria o inhumanitaria. Creo que no existe una convivencia de ideas tan dispares porque, para el sionismo, para el Estado de Israel, cualquier persona que no esté de acuerdo con este accionar se convierte en un traidor y, fundamentalmente, si esa persona es judía. Entonces, hay una descalificación y una persecución sobre estos colectivos.

Sumo una apreciación absolutamente personal que tiene que ver con algunas de las cuestiones planteadas por Judíos x Palestina y que es esta cuestión de algunos que tienen relaciones familiares o amistades con personas viviendo en Israel, en los territorios ocupados. A mi parecer, toda persona que habite los territorios ocupados es cómplice, más allá de cómo se posicione discursivamente, a favor o en contra del sionismo, a favor o en contra del Estado de Israel. Hay una complicidad de aquellas personas que habitan, porque son funcionales al colonialismo, son funcionales al genocidio. Entiendo las relaciones familiares, entiendo las relaciones de amistades, pero mi posicionamiento es tajante. Toda persona funcional a la política llevada a cabo por el Estado de Israel es cómplice y, por lo tanto, forma parte del mismo proyecto.

Calle de la Ciudad Vieja, Nazaret, Palestina.

– Hay una evidente desigualdad de fuerzas entre Hamas e Israel, sin embargo, muchos medios eligen esquivar este punto y equiparan las acciones de ambos lados. En la introducción del libro hacen referencia a la victimización del verdugo. ¿Qué papel creés que juega la prensa internacional en este manejo del conflicto?

– La prensa internacional es, mayoritariamente, de capitales judíos. Sobre eso quiero hablar, sobre la prensa hegemónica, pero sin dejar de valorar todo el trabajo de una gran cantidad de periodistas y la cobertura que han hecho, fundamentalmente en este último tiempo, de los movimientos de resistencia, las marchas, los colectivos que han surgido y que se han recrudecido últimamente frente a este genocidio que se está llevando a cabo sobre el pueblo palestino.

Con el discurso hegemónico me refiero a este relato que se intenta imponer, reproducir, que surte efecto, que es fogoneado y expandido por la prensa internacional y que intenta además analizar el conflicto desde una óptica muy simplista. Enfrentando buenos contra malos, donde el bueno siempre es el Estado de Israel y los malos son, en este caso, Hamas, pero es en suma el terrorismo islámico. Una construcción que no es nueva y que ha existido a lo largo de la historia y se ha recreado permanentemente. En este momento, le ha tocado a Hamas ser el protagonista de este enemigo terrorífico y equipararlo, por supuesto, al Estado de Israel.

En este sentido, creo que es fundamental lo que plantean las autoras en la introducción: promover la recontextualización de las noticias. Creo que la prensa tiene un papel fundamental en esto, debe pensar y reconsiderar críticamente cómo construye las noticias. Y esto lo planteo sin ingenuidad, empecé diciendo quiénes son los que ponen el dinero para que esta información se reproduzca de esta manera. Pero será parte también y necesidad de la resistencia generar otro tipo de noticias, donde se produzca críticamente, donde la información circule de otro modo. Creo que esta es la idea de los que estamos trabajando para eso.

Link para descargar el libro: Papeles de trabajo. Palestina ayer y hoy. Una historia urgente