HASTA QUE SEA JUSTICIA

  • El asesinato de Andrés García Campoy |

Andrés vio que un gendarme le hacía señas para que se detuviera, bajó la velocidad y se acercó a la banquina hasta frenar su coche. Era el 13 de junio de 2014 y el joven de 20 años había salido para hacer lo que suponía sería un corto recorrido. Iba desde Luján de Cuyo hasta Destilería, provincia de Mendoza, tan solo 3 km por la Ruta 7. Antes de partir, había recibido un llamado a su celular de un desconocido que se decía interesado en ver una carabina de colección que era de su bisabuelo. Por eso, viajaba con la Winchester modelo 1890 junto a él para ver si la podía vender. Cuando apagó el motor, dos gendarmes se acercaron y le pidieron los papeles. Tras verificar que estaban en regla, le solicitaron que abriera le baúl y se acercaron a observar. Todo se encontraba en orden. Minutos después, Andrés yacía sin vida sobre el asiento de su auto.

Los dos gendarmes, Maximiliano Alfonso Cruz y Corazón de Jesús Velázquez, argumentaron luego que, repentinamente y sin que lo pudieran evitar, el joven tomó la carabina y, tras gritar “mirá lo que tengo para vos”, se la llevó a la cabeza y disparó. Acto seguido, su cuerpo se desplomaba en el coche. Pese a que la carabina no funcionaba y no tenía municiones, o que era extraño que haya podido dispararse con un arma tan larga y en la nuca, los gendarmes sostendrían férreamente su teoría. Luego, llamaron a la ambulancia y dijeron que había un chico herido. No con un tiro en la cabeza, no muerto, sino herido.

Cuando llegó la doctora al lugar, no le permitieron revisar el cuerpo y, ante su insistencia, le dijeron que tenía que poner que «estaba muerto» y nada más. Luego de un leve forcejeo, la dejaron pasar para tomarle el pulso. Allí dijo no haber visto sangre, solamente un poco en la nariz, y constató su muerte. De este modo, al menos, figura en el expediente. Especialistas determinarían luego que es imposible que Andrés se haya disparado con la carabina en la nuca y que, además, no tenía rastros de pólvora en sus manos ni en su ropa. A los gendarmes se los investigó cinco días después y, dentro del coche, se corroboró que no había sangre. Es decir, el tiro lo recibió afuera.

La bala que asesinó a Andrés nunca apareció. Luego de la autopsia, “se desintegró”. La causa estuvo en manos del juez Walter Bento, quien, según la madre de Andrés, Mónica Campoy, es “cómplice de Gendarmería», para luego pasar a Pablo Quirós. Y, si bien hubo testigos que presenciaron los hechos, Mónica entiende que, por miedo, no quieran declarar. El celular del joven nunca se investigó, por lo que no se sabe quién hizo la llamada inicial. A día de hoy, ambos gendarmes siguen libres y uno de ellos está imputado. Escribimos estas palabras, como todos los años, para que no se olvide lo que pasó. Para que recordemos a Andrés una y otra vez, hasta que sea justicia.