LUNES, DÍA DE MERCADO EN GUERNICA

Por Jorge Montero |

«Aquello parecía no tener fin. (…) Todo mi pueblo estaba ardiendo,
convertido en una gigantesca bola de fuego».
Luis Iriondo, sobreviviente

En algún lugar no lejos del mercado nuevo y bien enterrada debajo del pavimento, cuentan los más viejos, hay una oxidada carcasa de hierro llena de un fatigado y terroso explosivo que el 26 de abril de 1937 desobedeció la orden de von Richtofen y no explotó junto a las demás bombas con que la Legión Cóndor devastó Guernica.

Cuando acabó la llamada ‘Guerra Civil Española’, el franquismo reconstruyó la villa. De los planos de los ingenieros falangistas surgió una ciudad rectangular, ordenada, casi perfecta, y que hacía juego con la mentalidad imperial y monacal del dictador de Madrid.

De la ría al centro de la villa hay setecientos metros de calles limpias, manzanas cuadriculadas y edificios altos y graníticos con ventanas pequeñas y puertas de madera de dos hojas. No hay flores ni plantas en los balcones, hoy, solo las rayas verdes y rojas de las ikurriñas (bandera vasca) alegran la plomiza piedra.

Guernica tras el bombardeo.

La historia oficial española esquivó a Guernica y veinte años después del bombardeo, el gudari (guerrero) Joxeba Elósegui se arrojó en el frontón de Anoeta, empapado en combustible y hecho una tea humana, a los pies de Franco, haciéndole recordar que la villa aún seguía ardiendo. Después de esto el «Caudillo de España por la Gracia de Dios» no volvió a poner los pies en el país vasco y Guernica continuó con su destino de árbol -bajo cuyas ramas juraban los Fueros de Euskadi los reyes españoles-, cuadro -con Picasso encendido pintando el grito contra la barbarie-, y tragedia; que cada habitante de Guernica, quiera o no, lleva como marca de origen.

«Guernica es el roble y la guerra civil, representa el espíritu del pueblo vasco, y esto es lo que nos tiene bien agarrados de los cojones. No podemos ser otra cosa que guerniqueses, sacerdotes del culto a la memoria y a todo aquello que represente la esencia vasca», aclara Txeles, un hombre grande y rollizo que alguna vez militó en la ETA.

Centro urbano de Guernica completamente destruido tras el bombardeo.

A las 15:40 horas del 26 de abril, von Moreau parte de Burgos. En marcha su Heinkel: «Todo en orden«. Despega al mando del escuadrón experimental de bombardeo VB/88. Es lunes. Día de mercado, las calles de Guernica están atestadas. La primera oleada de Heinkel-111 y Dornier-17, dejan caer sus bombas sobre la ciudad desmilitarizada. Ha pasado una hora.

Inmediatamente después es el turno de los italianos Savoia Marchetti SM-79, que habían partido de Gasteiz, y bombardean las cercanías de la estación de tren. Partiendo de Burgos, tres escuadrones de bombarderos Junker Ju-52 se acercan a Guernica desde el norte, desde el mar, sin ser detectados. El reloj marca 18:15. Toman a la población desprevenida, rescatando a los supervivientes. Dos horas de constante bombardeo, nadie esperaba esta nueva y masiva oleada de muerte. Agrupados, escuadrón tras escuadrón, descargan las bombas en el centro de la villa. Los atacantes regresan satisfechos a la base aérea.

Bombadero Heinkel He 111 utilizado por la Legión Cóndor en el bombardeo de Guernica.

Guernica arde por los cuatro costados. Escenas apocalípticas. Familias enterradas por los escombros de sus casas o aplastadas en los improvisados refugios. Vacas y ovejas ardiendo por los proyectiles incendiarios, enloquecidas hasta morir entre ruinas en llamas. Cazas italianos Fiat CR-37 y Messerschmitt-109 alemanes ametrallan sin piedad hombres, mujeres y niños, en su huida desesperada.

«Volaban por todas partes piernas, brazos, cabezas y cuerpos despedazados», comentó años después Juan Silliaco, jefe de la pequeña dotación de bomberos voluntarios del pueblo. El refugio de Andra Mari, apenas un pasadizo de cuarenta metros de largo por cuatro de ancho, construido con pilares de troncos de pino y sacos de tierra, ni siquiera había recibido planchas de metal para su cubierta. Las posibilidades de resistir un impacto directo de una bomba de 250 kilos eran nulas. Fue una ratonera para más de cuatrocientas personas que quedaron sepultadas allí para siempre.

Messerschmitt Bf 109 de la Legión Cóndor, uno de los cazas que escoltaron a los bombarderos que atacaron Guernica, durante la guerra civil española.

El testimonio del sobreviviente Federico Iraeta es desgarrador: «Entonces empecé a mirar por todos los refugios donde aún se oía a la gente y se sabía que seguían vivos. Fui al refugio de Andra Mari y comencé a buscar entre los escombros. Entonces vi que algo se movía. Eran unas piernas humanas. Parecían las piernas de una niña. El resto del cuerpo quedó atrapado bajo enormes montones de piedra y ladrillo. Era imposible hacer nada. Cuando me di cuenta de todo esto, me di vuelta y eché a correr. No podía soportarlo más. No comí ni dormí durante tres días».

Frente a la atonía general, otros gudaris mostraron su valor. Faustino Basurde Pastor mantuvo su posición con una ametralladora Skoda durante todo el ataque y trató en vano de impactar en los aviones enemigos. Llegó a desmontar el arma del trípode para usarla como fusil, pero se encasquillaba. Aún tuvo el triste consuelo de ser el primero en fotografiar el bombardeo con su cámara.   

Francisco Franco junto a Benito Mussolini.

En solo unas horas, cuarenta y siete aviones de la Legión Cóndor, al servicio del «generalísimo» Franco, arrasan Guernica. Entre los escombros humeantes 1.645 muertos y 889 heridos, un tercio de la población. Una demostración de terror aéreo insólita en la historia hasta aquel 26 de abril de 1937. Al caer la noche, en el salón del hotel Frontón de Vitoria, los soldados nazis vuelven a las canciones obscenas, a las prostitutas y al alcohol. ‘Trink aus!’. Von Richthofen, antes de regresar a su suite, telegrafía a Berlín secretamente: «El ataque concentrado ha sido un gran éxito».

«No debe ser admitida, en ninguna circunstancia, una investigación internacional acerca de Guernica», demanda Hitler inmediatamente, sobre su macabro ensayo general para lo que vendría poco después. Así lo confirma Hermann Goering, en los juicios de Nüremberg: «España me brindó una oportunidad para poner a prueba a mi joven fuerza aérea, así como para que mis hombres adquirieran experiencia». El Reichsmarschall destaca que «aprendimos mucho en Guernica sobre cómo destruir una ciudad por completo».

«Guernica fue… Hoy no es más que brasa y cenizas». Así resumía Telesforo Monzón, el consejero de Gobernación del ejecutivo vasco, cómo había quedado la villa vizcaína tras el terrible bombardeo. Quedan en pie, sin embargo, la mítica Casa de Juntas, el legendario roble y la iglesia Santa María.

Guernica tras el bombardeo.

El 1° de mayo de 1937, en tanto en París las manifestaciones por el Día Internacional de los Trabajadores reunían multitudes y apoyo a la República española, Picasso realizaba los primeros bocetos de lo que iba a ser el «Guernica». Toros, caballos, mujeres con niños en brazos aparecen como las figuras de la tragedia, arrastrados por una fuerza que los lleva de derecha a izquierda, movidos por la tierra en llamas.

¿Por qué Guernica? ¿Por qué fue este el tema que inspiró a Picasso y no otro? Tras el golpe de Estado fascista, la guerra civil llevaba ya nueve meses y se habían desarrollado episodios bélicos que podrían despertar la pasión, como lo fueron el frente de Aragón o la defensa de Madrid. El 13 de febrero las tropas de Franco entraban en Málaga, y al fin y al cabo Picasso era malagueño. ¿Cómo entender, pues, que fuera el bombardeo a Guernica el que lo inspirara? En todo caso la disparidad es evidente: Aragón, Madrid, la caída de Málaga son episodios de una lucha fratricida que, con mayor o menor disparidad bélica, enfrenta a unos hombres contra otros. En Guernica no. El bombardeo a la ciudad vasca es la ostentación criminal de unas fuerzas prepotentes contra la población civil indefensa. 

«Guernica», de Pablo Picasso.

Picasso, en este trance, se moviliza, se transforma en militante y, simultáneamente su arte se vuelve comprometido. ¿Cómo se explica, si no, que elementos tan dispares en su arte reciente, como el realismo, el cubismo, el surrealismo, los papeles pegados, hayan podido hermanarse y vivir armónicamente y aun formar unidad en un cuadro pintado en 34 días? Solo cabe una respuesta. Considerar que la pasión de Picasso, el grado de temperatura interior alcanzado por su inspiración, ha sido capaz de fundir los elementos antes dispersos o antagónicos, al igual que el fuego a elevadas temperaturas consigue fundir los materiales más diversos. «Los verdaderos cuadros, si se acerca a ellos un espejo debería cubrirse de vapor, de aliento vivo, porque respiran», dijo alguna vez Picasso.

Ahora, es otoño, el cielo se derrumba sobre Guernica. El txirimiri (chubasco) cae implacablemente sobre ella mientras unas espesas nubes ocultan los oscuros montes de hayas y pinos que la rodean y contra los cuales se recorta la ciudad en verano. Es un paisaje melancólico y frío, lleno de sorguiñas (brujas) y palabras antiguas desprendidas de una lengua, el euskera, poco menos que incomprensible.

Pablo Picasso pintando «Guernica».

La tarde cae blandamente. Sobre una de las paredes laterales del descascarado frontón alguien escribió «Mikel askatu» (libertad a Mikel), el histórico dirigente etarra, detenido durante quince años en la prisión de Réau Sud Francilien, a las afueras de París.

La ciudad ha quedado a caballo entre dos mundos, el tradicional y antiguo del baserritarra (campesino) y el nuevo del langilea (obrero) de las industrias metalúrgicas. Una convivencia que se manifiesta en la liturgia diaria del mercado y la taberna. «Aquí se respetan las formas, a lo bestia, pero se respetan», reza el anuncio del patio de Auzokoa. Y es que en Guernica todo se sobredimensiona, todo se hace a lo grande, a lo vasco. Se come y se bebe tanto como se trabaja… y así se alimenta el fuego de la memoria.