
- Enrique Angelelli |
Como en aquel poema de Gelman donde se relata la historia de un hachero que luego de una vida de trabajo no tuvo ni «cuatro tablas para un cajón», Enrique Angelelli se preguntó alguna vez «¿en qué país injusto y deshonesto vivimos que ni siquiera los trabajadores de la madera pueden poner sus muertos en ataúdes para sepultarlos?”. Desde el lugar que había elegido, Angelelli se fue ganando su justo espacio entre su gente y, junto con eso, más fuerte se fue haciendo su voz que gritaba las injusticias, el hambre y la miseria que se vivían en los distintos rincones del país. En tiempos de terror, no buscó refugios ni privilegios. Eligió, para él, la lucha. Y así siguió andando, a la par, el camino del pueblo al que pertenecía.
Nacido en Córdoba el 18 de julio de 1923, desde joven se acercaría a las ideas cristianas siempre comprendiendo que su lugar era alejado de los altares y cerca de la gente. Poco a poco, se adentraría en los pueblitos de su provincia para recorrer las realidades de cada lugar y comenzar a visibilizarlas. En pleno contexto de luchas sociales por Latinoamérica, criticaría el vertiginoso aumento de la cultura represiva y el peligro de la instalación de una nueva política en el continente. Ya durante los días de la Triple A, denunciará las persecuciones, las torturas y los crímenes del Estado. El obispo rojo, como lo llamaban desde el poder, hacía tiempo que estaba marcado.
En julio de 1976, ante el silencio oficial y de la prensa, decidirá ir personalmente a investigar los asesinatos de dos sacerdotes en La Rioja. Antes de partir, y sabiendo los peligros que conllevaba lo que hacía, le diría a su sobrina: “Ahora es mi turno”. Sin embargo, y pese a que sus palabras no eran meras suposiciones, no cambió de planes. Días atrás, había pedido entrevistarse con el represor Luciano Benjamín Menéndez con el fin de mostrar las pruebas sobre las violaciones de los derechos humanos. Cara a cara, el militar le respondería: “Yo no rezo el padrenuestro por los subversivos porque no los considero hijos de Dios”. Cuando se despedían, agregaría: «El que se tiene que cuidar es usted».
El 4 de agosto de 1976, «el obispo de los pobres» sería interceptado mientras viajaba por la ruta por un coche que haría volcar su camioneta. Su cuerpo mostraría graves lesiones que evidenciaban que, una vez en el piso, había sido atacado. Al poco tiempo, las carpetas con todas sus investigaciones ya estaban en manos de los genocidas. En lo que refiere a la causa, a la Justicia militar le tomó poco tiempo resolverla: un simple accidente de tránsito. «Luchen vigorosamente contra cualquier forma de servidumbre», dijo alguna vez. Al fin y al cabo, contra viento y marea, «hay que seguir andando nomás».