
- El día que fusilaron a Francisco Ferrer Guardia |
Un telegrama llegaba a Madrid. Provenía de Barcelona y avisaba que la situación ya estaba controlada. En otras palabras, la Semana Trágica había terminado. Días atrás, el Gobierno había dispuesto el reclutamiento urgente de soldados para la guerra en Marruecos. Sin embargo, quien tuviese los medios contaba con el beneficio de liberarse del deber pagando una suma de dinero. Como consecuencia, esto permitió que los hijos de las familias adineradas lograran eximirse mientras que los que no tenían la posibilidad de comprar su destino debían combatir de forma obligada. Así, una mañana, las calles de Barcelona se fueron colmando de gente y, no mucho después, la ciudad entera se paralizaba.
La indignación popular no se hizo esperar y, para el 26 de julio de 1909, se daba inicio a una huelga general. Dos días después, llegó la respuesta al creciente movimiento: toda persona que estuviera en la vía pública, o incluso en balcones o terrazas, sería fusilada. Acto seguido, se abordó una supuesta investigación para determinar quiénes habían instigado a las masas a salir. Omitiendo los motivos reales por los que se manifestaban, se concluyó que el artífice de todo era el pedagogo y anarquista Francisco Ferrer Guardia. Así, se ordenó su pronta detención, la incautación de sus bienes y el registro de su domicilio. Pese a que todo el mundo sabía que no había tenido relación alguna con el hecho, el 1º de septiembre por la madrugada, era detenido.
Lo que vino después fue un simulacro de juicio, una farsa repleta de arbitrariedades y de falsos testimonios, en su mayoría de militares o policías. Ningún testigo propuesto por la defensa tuvo el permiso para declarar y muchos familiares y amigos fueron desterrados a otras zonas de España. Además, se lo acusó de hechos ocurridos hasta veinte años atrás, evidenciando cuáles eran las causas reales de su persecución. Paralelamente, y para preparar el terreno para el desenlace esperado, una fuerte campaña de prensa sostenida por los medios más conservadores se puso en marcha.
A gusto y placer del Estado y de la Iglesia, el 10 de octubre se firmó la sentencia. La pantomima llegaba a su fin, y aquel hombre que había puesto la educación como centro de transformación y emancipación social era condenado a muerte. Su proyecto de la Escuela Moderna y su sueño de “educar a la clase trabajadora de una manera racionalista, secular y no coercitiva” le costaron que cayera sobre él todo el peso de la oligarquía. Tres días más tarde, fue llevado frente al pelotón. Un silencio reinó justo antes de los disparos y Francisco lo aprovechó: «¡Muchachos, apuntad bien, y disparad sin miedo! ¡Soy inocente! ¡Viva la Escuela Moderna!». Inmediatamente, sus ideas comenzaban a esparcirse por el mundo entero.