ROMA NO PAGA TRAIDORES

  • El origen de una frase histórica |

Viriato duerme en su campamento, en algún punto de la Lusitania agreste. Afuera, los guardias de turno conversan junto al fuego. Es el año 139 a.C. y la guerra contra Roma lleva ya casi una década. Los legionarios romanos, disciplinados y entrenados, han caído una y otra vez en emboscadas urdidas por Viriato, el líder lusitano que, convertido en caudillo, hizo frente a su intento de expansión en Hispania. Su nombre comenzó a hacerse escuchar años atrás, tras sobrevivir a la sangrienta matanza de Galba. Una vil traición a su pueblo que prometió no olvidar. Fue el inicio de largas luchas en las que, en condiciones de clara inferioridad numérica y armamentística, lograron frenar el avance romano. Así, a fuerza de resistencia, Viriato se ganó el título de “el terror de Roma”.

Durante la noche, mientras todos descansan, tres hombres sentados junto al fuego esperan su momento. Sus nombres son Audax, Minuro y Ditalco, veteranos de lucha. Parte de quienes pusieron en juego su vida incontables veces para defender a su gente. Nadie sospecha -ni tendrían por qué hacerlo- que llevan en sus manos la orden secreta de Roma; que el cónsul Quinto Servilio Cepión, quien no pudo derrotar a Viriato en combate, compró la lealtad de tres de sus soldados más cercanos. El cuantioso premio económico, el estatus prometido y las tierras ofrecidas pesaron más que la ética y la fraternidad. Al caer la noche, traición mediante, aceptaron escribir para siempre sus nombres en la historia.

Cuando llega la hora, los asesinos se ponen de pie y, en silencio, caminan en la penumbra. Por miedo a despertar a un hombre que de sobra mostró sagacidad para sortear momentos imposibles, deciden no dubitar. Como Viriato duerme siempre con la armadura puesta, le clavan una daga en el cuello. Aguardan en silencio y, cuando deja de respirar, parten a buscar su recompensa. Para el amanecer, entran en campamento romano y se presentan victoriosos. Llevan la noticia como trofeo, convencidos de ser recibidos con honores en el Senado. Al fin y al cabo, acaban de entregar al enemigo más temido de Roma.

Tras encontrarse con Quinto Servilio Cepión, narran lo sucedido y aguardan confiados, pero la respuesta que reciben a cambio es glacial. Con desprecio, el militar los observa y pronuncia una sentencia que atravesará siglos: «Roma traditoribus non praemiat». «Roma no paga a traidores». No hay recompensa. No hay gloria. Solo humillación y castigo. Viriato, por su parte, es enterrado con honores en medio de un funeral acorde a su figura. Su muerte supondrá el comienzo del fin de la resistencia lusitana.

Roma venció y la traición quedó grabada a fuego en la historia. Paradójicamente, quienes se jactaron de no pagar a traidores, alcanzaron su meta mediante una traición encargada a terceros: compraron la muerte de Viriato, una bajeza que no querían como parte de su relato oficial. Para Roma, esta vez, el fin justificó los medios.