
- El Caso Ayotzinapa y la desaparición forzada de los 43 normalistas |
Un joven se acercó al chofer. Mientras el resto se amontonaba para subir, le avisó que eran estudiantes de primer año de una escuela normal rural y que retendrían el micro. El chofer contestó que no había problema, pero que primero lo dejaran llevar a los pasajeros hasta la terminal de Iguala. Sin dudarlo, el joven aceptó y fue a sentarse con sus compañeros. Como todos los años, desde distintos puntos, alumnos de las 16 normales partían para reunirse en la ciudad de México por el aniversario de la Masacre de Tlatelolco. Antes, se comunicaban con las empresas de micros, avisaban que tomarían un vehículo y, luego, lo devolvían en iguales condiciones. Aquella noche, todo parecía marchar bien. Sin embargo, algo cambió al llegar a destino.
En Iguala, los jóvenes notaron que el chofer no solo no los dejó afuera, sino que entró con el micro a la central. Tras percatarse de que los estaban encerrando, llamaron a sus colegas y, minutos más tarde, otro grupo se hizo presente en la terminal. Luego de liberarlos, dieron por terminado el conflicto y decidieron partir. A las 21:22 de ese viernes 26 de septiembre de 2014, la caravana de micros salió a la calle. Tres irían en fila y los otros dos tomarían caminos distintos. A las pocas cuadras, desde el primer micro vieron que un patrullero les cortaba el paso en la esquina. Era el inicio de un brutal operativo.
Los tres micros quedaron detenidos en la cuadra. Poco a poco, los jóvenes comenzaron a bajar y, de un segundo al otro, fueron recibidos con una balacera. En medio de la confusión y el terror, uno de ellos recibió un disparo en la cabeza. Sus compañeros pidieron desesperadamente una ambulancia mientras gritaban que solo son estudiantes y no estaban armados. Pero los uniformados impidieron el ingreso de médicos durante 45 minutos. Luego, detuvieron a quienes iban en el último micro y ordenaron al resto que se retirara. En ese mismo momento, el cuarto micro fue detenido. Entre tiros y gases, los policías secuestraron a los chicos en camionetas. Finalmente, la misma suerte corrió el quinto, con la diferencia de que, al bajarlos, los obligaron a correr bajo amenaza de fusilamiento. Para ese entonces, varias fuerzas, entre locales y estatales, operaban junto con un batallón de infantería y del ejército.
Entre las 2:30 y las 5:00, se desplegó una cacería por todo Iguala mientras los jóvenes, dispersos, se escondían o buscaban refugio en un hospital. Las carreteras fueron cortadas y se bloqueó el paso a la prensa. Cuando el sol comenzó a salir, los estudiantes notaron que varios compañeros faltaban, que muchos estaban desaparecidos. La primera lista de 57 personas se actualizó rápidamente a 43, y algunos funcionarios aseguraron que solo estaban asustados y aparecerían pronto. Se daba comienzo a una burda operación estatal que titularon “la verdad histórica”, diseñada para encubrir los hechos y perder tiempo imprescindible. Días después, el 2 de octubre, el pueblo explotó en las calles durante las marchas por Tlatelolco reclamando bajo el lema «vivos se los llevaron, vivos los queremos». Esa jornada, como un símbolo de lo que ocurría, ni un solo policía caminó por las calles.