
- José Artigas y la Batalla de las Piedras |
El avance de los caballos resonaba al unísono entre la vegetación. A paso firme y decidido, José Artigas marchaba al frente de unas tropas conformadas principalmente por campesinos y desertores de las filas realistas. Una vez que llegaron a destino, se dispusieron a buscar la mejor ubicación desde la cual observar el campamento enemigo. Sabían bien que tenían una importante desventaja: los soldados españoles no solo estaban bien entrenados, sino que disponían de artillería y armamentos modernos. Ellos, por su parte, apenas contaban con boleadoras y armas rudimentarias. Esa tarde, con una serenidad que parecía desentonar con la urgencia de la situación, Artigas advirtió a su gente que era hoy o nunca. Todo o nada, a vencer o morir.
Con el paso de las horas, el sol comenzó a asomarse y así, bajo la sombra del dominio español, la Banda Oriental inició al alzamiento. Uno de los guardias realistas observó el avance de un grupo de infantería y dio aviso. Confiado en su número y su ventaja armamentística, José Posadas, jefe de las fuerzas colonialistas, no dudó un segundo en contraatacar e, inmediatamente, abrió fuego. No mucho después, sintiéndose victorioso, observaba cómo las tropas de Artigas se retiraban por donde habían llegado. Era, a simple vista, un triunfo arrollador. Acto seguido, envalentonado por la confianza, Posadas ordenó mover su infantería y abandonó así una posición sumamente favorable. Era el momento que José Artigas y su primo, Manuel, estaban esperando.
Fue en ese instante que ocurrió lo impensado. Una estrategia tan simple como inesperada y efectiva. Al mando de 600 hombres a caballo, armados con boleadoras y palos, Manuel Artigas avanzó por el flanco izquierdo y dejó al ejército español atrapado entre la caballería y la infantería de la Banda Oriental. El golpe había logrado que las fuerzas desiguales se equipararan y, por delante, vendrían largas horas de combate. Cerca de las 4 de la tarde, Artigas y sus tropas ya lograban acorralar a los hombres de Posadas contra una zona elevada del terreno. Entonces pasó lo que pocos hubiesen pronosticado horas antes: los primeros soldados realistas abandonaban sus puestos.
Poco a poco, el terror se fue apoderando de los europeos, quienes arrojaban sus fusiles y corrían buscando refugio. Al ver que sus hombres se retiraban del campo de batalla, Posadas alzó una bandera blanca anunciando su rendición. Frente a su gente, Artigas la aceptó y ordenó respetar la vida de los vencidos con una frase que, textual o no, la historia guardaría: «Clemencia para los vencidos, curad a los heridos, respetad a los prisioneros». Sobre un terreno cubierto de sangre mezclada con tierra, Posadas entregó su espada a Artigas y dio así fin a un combate que resultaría clave para la Revolución de Mayo. Una de las piedras que cimentarían la enorme figura de Artigas y el camino hacia la ansiada independencia.