
- La fuga de los Tupamaros del penal Punta Carretas |
El policía entró en el bar y miró varias veces, como si no cayera en cuentas de lo que veía. Frente a él, en pleno centro de Montevideo, se encontraba José Mujica, dirigente de Tupamaros y uno de los prófugos más buscados del país. Intentando mantener la calma, el oficial volvió tras sus pasos y atravesó nuevamente la puerta. Cuando regresó, lo escoltaban varios policías. Mujica los observó de reojo mientras tomaba una grapa en la barra junto a dos compañeros. A los pocos segundos, la escena cambió completamente. Mujica logró que los dos hombres escaparan, pero él quedó bajo la mira de las armas policiales. En un momento de tensión, uno de los oficiales no contuvo los nervios y disparó. Herido, el tupamaro fue trasladado y, tras tres meses de internación, quedó detenido en el penal de Punta Carretas, el mismo lugar donde se encontraban varios de sus compañeros.
Para comienzos de 1971, eran muchos los militantes de la organización recluidos allí, entre ellos, Sendic, Fernández Huidobro, Mujica, Zabalza y Manera Lluberas. Desde el primer día, solo tuvieron una idea en mente: fugarse para volver a la lucha. Para eso, decidieron poner en marcha un plan. El primer paso fue abrir conductos de celda en celda para lograr armar un pasillo. Mientras trabajaban, los boquetes eran tapados con ropa o posters para no ser descubiertos. Una vez terminados, unieron el primer y el segundo piso para que todos pudieran confluir en la misma celda. Desde allí, comenzaba el paso dos.
El 11 de agosto, como cada día, los guardiacárceles hicieron su control rutinario y se retiraron. Era el momento de empezar. Basados en unos viejos planos que habían conseguido, comenzaron a cavar un túnel que los llevaría directo a la vereda de enfrente, debajo de una casa. Eran cerca de 40 metros y, gracias a los cálculos de Manera, lograron orientarse y calcular la profundidad de los cimientos. En equipo, fueron escondiendo los escombros y los guardiacárceles fueron sobornados, no solo con dinero, sino con supuestos papeles de la organización que les solían pedir sus superiores. El arreglo tenía como fecha límite 30 días. Antes de ese momento, debían estar afuera sí o sí.
Durante esas semanas, trabajaron aprovechando cada segundo, sorteando imponderables y la falta de aire que los obligaba a salir a cada rato. Sin embargo, en el trayecto, algo cambiaría su destino radicalmente. Una mañana, al clavar la barreta, en lugar de tierra encontraron arena. Habían dado con un viejo túnel construido por los anarquistas durante la fuga de 1931 y luego sellado por las autoridades. Así, con el trabajo facilitado, 24 días después se encontraron debajo de la vivienda. Tal y como habían arreglado, desde las celdas aguardaron a que una vela encendida apareciera en la ventana de la casa para empezar el último paso. Así, a las 5 de la mañana del día 6, el primero de los 111 presos -106 tupamaros y 5 presos comunes- subía a destino. A las pocas horas, durante el recuento, sonaba la sirena del penal.