SUMIDOS EN LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA

  • Étienne de La Boétie |

La pregunta lo obsesiona. Lleva días dándole vueltas, pero no termina de comprender qué mueve los hilos de un suceso que entiende inexplicable. Con apenas 18 años, Étienne de La Boétie decide sentarse a escribir. Fuera, la Francia de 1548 se desgarra entre hambrunas y guerras mientras el rey Enrique II intenta afirmar su autoridad. La raíz de estos problemas -concluye- gira en torno al mismo hecho: ¿cómo es posible que millones soporten el yugo de un solo tirano, no por fuerza, sino por aquiescencia? El poder no tiene ejército suficiente para someter a todos, no hay tantos mercenarios de la ley para frenar una avalancha; es la multitud misma, con su propio consentimiento, la que se despoja de su libertad y se entrega sin más. No es el monstruo quien devora al pueblo, sino el pueblo quien se ofrece en sacrificio.

De La Boétie empieza entonces a escribir un texto que verá la luz muchos años después de su muerte: Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Su obra es una invectiva contra la tiranía. No llama a la población a una insurrección armada, sino a una deserción. Con eso -entiende- alcanza para cambiarlo todo, y su ensayo se muestra tan simple como demoledor. El poder del déspota no es propio, es prestado. Es un poder que los súbditos le conceden cada día, con su sumisión y su temor. Es tan frágil que basta con que un día se nieguen a dárselo para que la estructura que sostiene todo el engranaje de abusos se desmorone por su propio peso.

El contexto que vive Francia no hace más que darles fuerza a sus escritos. En medio de un clima de tensiones sociales, hambrunas y protestas, el joven de La Boétie observa cómo la monarquía ofrece un cóctel de violencia y multiplica las injusticias. La pregunta, una vez más, se impone: ¿qué fuerza lleva a la población a arrodillarse hasta la inanición? ¿Por qué se elige una postura de servidumbre voluntaria en lugar de unirse para cambiarlo todo? Le obsesiona la multitud que vitorea al rey, los cortesanos que se disputan un favor, los soldados que asesinan a palazos a sus propios vecinos. Y en sus rostros caídos, inexplicablemente, solo encuentra coerción y un consentimiento misterioso, masivo.

Las conclusiones le resultan aterradoras. Sueña con ese día en el que se resuelva no servir más para que la estructura se desvanezca, y se apresura a vomitar las palabras. Pero no vivirá para verlas publicadas. Será su amigo Michel de Montaigne quien, años después, se encargue de que vean la luz. El manuscrito circulará de mano en mano, copiado a escondidas, leído en grupos clandestinos. Facciones de lo más disímiles lo usarán para su causa. El tiempo y la potencia de sus palabras lo harán atravesar siglos. Como un antecesor a los primeros teóricos del anarquismo, el joven Étienne de La Boétie formuló una pregunta tan simple y devastadora que, aún hoy, resuena cada vez que se inclina la cabeza: ¿Por qué servimos?