UN PERIODISTA AL PIE DEL PATÍBULO

  • Julius Fučík |

El guardia lleva rato observando al detenido. Sabe bien quién es y también es consciente de que el preso no tiene cómo saber quién es él. Hace varios minutos que espera el momento justo, cuando ningún guardia nazi lo pueda descubrir. Una vez que está solo, va hacia la celda. «¿Qué le pasa a usted?», dice buscando entablar una conversación. Julius Fučík lo observa con desconfianza. Frente a él, el oficial con uniforme nazi se presenta con semblante humano. Un oxímoron que lo desconcierta. Hace días que lo visita sin decir demasiadas palabras. En una ocasión, le dejó una hoja en blanco, y se retiró. «Me dijeron que mañana seré fusilado», dice el periodista sin demasiadas esperanzas. «¿Y eso lo asusta?», pregunta el guardia. «No, contaba con eso», responde.

El guardia, Adolf Kolínský, mueve entre los dedos un lápiz y agrega, como quien busca palabras en momentos difíciles: «Es posible que lo hagan. Si no es mañana, otro día». Fučík asiente y lo observa intentando leer sus gestos. Antes de irse, le entrega el lápiz: “Por si acaso, por si usted quiere dejar un recado para alguien. No para ahora, ¿me comprende? Para el futuro, para que todo lo que sabe no se marche con usted”. Fučík, ahora sí, confirma lo que hace rato ocupaba sus pensamientos. Mientras el oficial nazi se aleja, empieza a tratar de dilucidar qué hace un camarada suyo allí dentro.

Julius Fučík nació en 1903, en Praga. Desde joven militó en el Partido Comunista de Checoslovaquia y, cuando los nazis ocuparon su país, continuó trabajando como periodista desde la clandestinidad. En 1942 fue detenido y, poco después, la Gestapo descubriría su identidad. De ahí en más, los días se sucederían entre torturas frente a su esposa y amenazas a las que no sucumbieron: “Si lo ejecutan a él -responde su compañera-, ejecútenme a mí también”. En medio de este infierno, escribir fue su forma de dejar constancia, seguir vivo más allá de la muerte. Kolínský, un joven comunista checo que se había infiltrado en la cárcel de la Gestapo, lo ayudaría cuanto pudiera. En hojas, cartones, papel higiénico o lo que tuviese a su alcance, Fučík no dejó de escribir un segundo.

El 25 de agosto de 1943, el tribunal dicta sentencia y es condenado a muerte. Le quedan, con suerte, apenas dos semanas. Así, gracias a algún camarada que arriesga su vida, continúa pasando escritos que serán sacados de la cárcel a cuentagotas. El 8 de septiembre, es ejecutado por ahorcamiento junto a otros 155 detenidos. Sus palabras llegarán a manos de su esposa, luego de que el Ejército Rojo venciera a los nazis. Sus textos, reflexiones que nacieron desde el dolor y las entrañas, escritos políticos que buscaban materializar de algún modo su último tiempo, serán publicados bajo el título «Reportaje al pie del patíbulo». Entre sus palabras, pese a todo, se encargó de dejar claro: “He vivido por la alegría. Por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza no sea nunca unida a mi nombre”.