EL LARGO BRAZO DE LA ANARQUÍA

  • Sacco y Vanzetti |

Carlo Valdinoci estuvo un largo rato observando la casa del fiscal Palmer y decidió que llevaría a cabo su plan. Cargaba consigo un fuerte explosivo y debía colocarlo con el tiempo suficiente para salir del lugar y escuchar la detonación a sus espaldas. Pero algo falló. La bomba se activó mientras la instalaba y, al poco tiempo, la gente se juntaba en la vereda para ver qué había ocurrido. El atentado al funcionario responsable de deportar anarquistas había fallado y la policía informaba haber encontrado en el lugar un papel que decía “Los luchadores anarquistas”. Así, se daba inicio a una cacería que comenzaba con la detención de un hombre llamado Salsedo. Días después, corría la noticia de que su cuerpo había aparecido en medio de un charco de sangre bajo el edificio en el que estaba siendo interrogado. Según el FBI, se había suicidado. Entre ácratas, una recomendación corrió de boca en boca: por seguridad, era mejor llevar un arma.

Un año más tarde, la noche del 5 de mayo de 1920, la policía detuvo a dos inmigrantes italianos acusándolos de un robo a mano armada y asesinato ocurrido cinco días atrás. Sus nombres eran Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Ambos eran anarquistas y llevaban armas encima. En la comisaría fueron interrogados acerca de sus actividades políticas e, inmediatamente, la prensa hizo eco de los hechos dictando su propio veredicto con solo conocer sus ideologías. Antes de que comenzara al juicio, los italianos ya parecían condenados. Pese a que presentaron pruebas sobre dónde habían estado ese día, desde tarjeta de entrada y salida al trabajo hasta dieciséis testigos, para el jurado nada era suficiente. El circo judicial estaba en marcha.

En esos días, el juez Thayer se atrevió a confesar que, si bien Vanzetti podía no ser responsable de «ninguno de los crímenes”, era sin duda culpable por ser “un enemigo de nuestras instituciones». Estas palabras serían denunciadas, pero de poco sirvió, ya que no figuraron en las trascripciones del juicio. Con los años aparecieron testimonios irrefutables, como la confesión del verdadero asesino, pero nada fue suficiente para revertir una causa resuelta desde el primer día. Así, tras más de seis años, el 8 de abril de 1927 Sacco y Vanzetti fueron condenados a la silla eléctrica.

La medianoche del 23 de agosto, el verdugo bajaba la palanca y Estados Unidos lograba su objetivo. De un lado, el cinismo y la impunidad encubierta detrás del poder y sus máscaras de la Justicia; del otro, la solidaridad, la dignidad y la ética sostenidas hasta lo último. Pese a lograr lo que buscaban, no consiguieron orden ni paz social y en el mundo entero sus nombres fueron bandera de lucha. Poco después, una bomba estallaba en la casa del juez haciéndolo comprender que no podría vivir sin custodia hasta el final de sus días. Y así sería. Al igual que al comienzo de esta historia, esta era otra prueba más de que toda violencia desde arriba encontrará, inevitablemente, su reacción en el pueblo.