Por Julio Menajovsky |

Esa fotografía que hoy perdura en la memoria colectiva, capturada por Emilser Pereyra el 15 de agosto de 1972, se convirtió en mucho más que un simple registro documental. Es testimonio previo a una tragedia, resignificada profundamente tras consumarse la masacre, el 22 de agosto en Trelew, momento en que la historia argentina quedó marcada por el horror.
La imagen que registra el momento de la entrega de los 19 prisioneros evadidos apenas unas horas antes de la cárcel de máxima seguridad de Rawson, luego de una negociación tras el frustrado escape en un avión que acababa de partir del aeropuerto de Trelew es hoy símbolo y advertencia; es memoria viva.
En ella se condensa una tensión contenida, donde la esperanza, la dignidad y el peligro se entrelazan en los rostros alineados frente a la pared austera, junto a las armas cuidadosamente dispuestas en el suelo. No hay dramatismo explícito, pero la atmósfera está cargada de expectación y gravedad.
La pared de ladrillos, sin ornamento alguno, intensifica la sensación de aislamiento y encierro. No hay paisaje ni cielo visible, sólo el muro, como si la historia estuviera acorralada en ese espacio. Así, la fotografía tomada al final de la conferencia de prensa —donde los militantes anuncian su decisión de entregarse sin resistencia— interpela y dignifica. Trasciende su circunstancia y se convierte, reapropiada por el imaginario colectivo, como crónica visual al borde del abismo. Desde entonces, quienes así fueron fotografiados serán «los mártires», «los héroes», «los luchadores» o, simplemente, «los fusilados de Trelew», según cómo cada quien lea la historia. Así, la imagen adquiere una fuerza que trasciende el instante: es marca indeleble de una obstinada memoria que no olvida.
Cuando la noticia de la masacre de Trelew sacude al país, la fotografía se reviste de una nueva lectura: pasa a ser testimonio de lo que irremediablemente ocurrirá, resonando como prueba y denuncia. El crimen, perpetrado en la clandestinidad por quienes se creían intocables, fue acompañado por una versión oficial tan burda como cínica. Así Trelew anticipa lo que vendrá: una dictadura aún más feroz, que aprenderá a borrar las huellas de sus crímenes, cuidándose de las fotos como último rastro previo a la desaparición de los cuerpos.
El destino de Emilser Pereyra, autor de la imagen, también se inscribe en esta historia. Nacido en Río Negro en 1937, Emilser se formó como reportero gráfico en el diario Jornada de Chubut y participó activamente en la Comisión de Solidaridad con los presos políticos. En 1973 se unió al Frente Antiimperialista por el Socialismo y, poco después, fue detenido junto a su compañera Miri. Ambos lograron exiliarse en Venezuela, donde Emilser continuó denunciando las violaciones a los derechos humanos en Argentina. Falleció en Caracas en 1986, lejos de su tierra.
La fotografía de Pereyra es, atravesada por la historia y el azar, como una cita irrevocable del destino, como testimonio y advertencia, como una memoria que no cesa.
Julio Menajovsky nació y vive en Buenos Aires. Es fotoperiodista con más de 40 años de profesión y docente en universidades nacionales y privadas (Unicen, UBA, UP). Fue el primer director de Argraescuela e integra el cuerpo de docentes del Programa de Especialización en fotografía y Ciencias Sociales (Sec. Posgrado – UBA). Entre 2008 y 2016 Integró la Dirección de Gestión de Fondos Audiovisuales del Archivo Nacional de la Memoria teniendo a su cargo el relevamiento, digitalización y puesta en valor de relevantes documentos fotográficos relacionados a la violación de DD HH durante la última dictadura.