LA IMAGEN DEL PAÍS

  • La masacre de Fátima |

Algo extraño ocurría en la pequeña localidad de Fátima. Ese día, mientras regresaban a sus hogares, los vecinos y vecinas se encontraron con que los militares habían instalado un control caminero en la ruta 8. Y eso no era todo. Varios helicópteros sobrevolaban la zona y, entre las callecitas, se podían ver algunos Ford Falcon patrullando. Con el paso de las horas, al llegar el fin de la jornada, todo parecía indicar que no era más que parte de los nuevos tiempos que se vivían. Sin embargo, algo estaba por cambiar de un segundo para el otro. A las 4:30 de la madrugada, una violenta explosión sacudió a toda Fátima. Una hora más tarde, mientras varios obreros emprendían rumbo hacia sus trabajos, notaron que algo había ocurrido en el cruce.

Extrañados, se acercaron al lugar, pero un cordón de militares les impidió el paso. Les ordenaron se retirarse, y a los reporteros gráficos que llegaban se les secuestraba todo el material. Detrás del cerco de soldados, una imagen grotesca saltaba a la vista. Diseminados en un radio de 20 metros, se podían ver cadáveres y partes de cuerpos mutilados, un gran cráter en el centro y torsos dinamitados con las manos atadas a la espalda. Todos presentaban un orificio de bala en la cabeza y los ojos vendados. Dentro del círculo protegido, los uniformados iban de un lado al otro recogiendo las partes y cargándolas en un camión de la municipalidad de Pilar. Según el parte policial, eran 30 personas (20 hombres y 10 mujeres), pero solo 5 pudieron ser identificadas. El resto sería inhumado como NN en el cementerio.

Ese mismo día, a primera hora, la dictadura militar le atribuía la barbarie a “la demencia de grupos irracionales que con hechos de esta naturaleza pretenden perturbar la paz interior y la tranquilidad del pueblo argentino”. El diario La Nación publicaba que, en la zona, se habían encontrado «referencias escritas a la organización extremista a la que pertenecían las 30 víctimas». Sobre la verdad, como era costumbre, nadie informaba nada. Horas atrás, las personas habían sido sacadas del centro clandestino de la Superintendencia de la Policía tras ser seleccionadas entre quienes se encontraban secuestradas. Fueron subidas a un camión y trasladadas para su fusilamiento. Minutos después, como broche para el sadismo, los cuerpos fueron apilados y dinamitados. Se confirmaría luego que eran pertenecientes a Montoneros.

La foto de uno de los policías responsables, Carlos Gallone, en la que parecía abrazar a una Madre de Plaza de Mayo fue tapa de los medios. La verdad, una vez más, era muy distinta. Lo que hacía, en realidad, era intentar impedir que marchara. Años más tarde, Estados Unidos desclasificaría archivos en los que se afirma que la Policía Federal fue la responsable y que «Videla estaba de acuerdo en que se debería matar a los subversivos», pero que deseaba algo de discreción. En medio del genocidio, asegura el telegrama, al dictador argentino le preocupaba sobre todo el daño que esto le hacía a la imagen del país.